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1 y 2. Todas las botellas de esta cata vertical son de procedencia original de bodega. 3. Sala de barricas de Faustino I. Fotos: A.C.

Coleccionismo

Faustino I Gran Reserva 1964-2011

Amaya Cervera | Sábado 22 de Abril del 2023

Siempre es un placer catar añadas viejas. Aunque con producciones bastante mayores que otros grandes reservas de la región, esta vertical de Faustino I prueba una vez más la capacidad de envejecimiento y la elegancia de los mejores riojas.

La marca surge como Gran Faustino en 1955 de la mano de Faustino Martínez Pérez de Albéniz, segunda generación. Es él quien compra una partida importante de barricas de roble francés destinadas al envejecimiento, da el salto al embotellado y pinta el exterior de las botellas con cemento para aislarlas de la luz y facilitar la conservación del vino.

Su hijo Julio Martínez crearía el actual Faustino I (la primera añada 1958 salió al mercado en 1964), ya con la inconfundible etiqueta del caballero de Rembrandt que, con numerosas variaciones, incluidas las interpretaciones más libres de su serie Art Collection, se ha convertido en un reconocible icono internacional. Es interesante ver los pequeños cambios del retrato en las etiquetas antiguas e incluso su sintonía con el cuadro original, como cuando, hace unos años, consiguieron una imagen actualizada tras la restauración de la obra.

Con 11 millones de botellas de producción anual y 650 hectáreas de viñas propias, Bodegas Faustino es un actor de peso en Rioja y el germen de un grupo bodeguero renombrado recientemente como Familia Martínez Zabala y con ramificaciones en la propia Rioja (Campillo y Marqués de Vitoria), Ribera del Duero (Portia), Navarra (Bodegas Valcarlos) y Castilla-La Mancha (Bodegas Leganza). 

Construyendo a Faustino I

La bodega histórica, que arranca con la compra en 1861 de viñedos y una casa palacio en Oyón (Rioja Alavesa) por parte de Eleuterio Martínez Arzok, trabaja prácticamente todos los estilos de vino que permite la DOCa., además de espumosos que comercializa bajo la DO Cava. Actualmente, lidera la exportación en el capítulo de grandes reservas con una cuota del 35% y presencia en 140 países. De Faustino I, que no sale al mercado en todas las añadas (no lo encontraréis en 2002, 2003, 2007 o 2013, por ejemplo), se elaboran en torno a 800.000 botellas.

“Para poder hacer este gran reserva hace falta mucho vino bueno porque hay muchas partidas que se quedan por el camino”, explica José María Moreda, enólogo y responsable de I+D de la casa. Y no renuncian a ninguna vía para conseguirlo. Se surten de sus viñedos propios de Oyón y Laguardia (primera y segunda imagen respectivamente bajo estas líneas), seleccionan las uvas que mejor encajan en el perfil del vino de sus proveedores tradicionales e incluso pueden incorporar partidas de vino compradas a terceros. 



Aunque los tiempos de envejecimiento en madera no son demasiado prolongados y en los últimos tiempos se ajustan a los 24 meses que exige el Consejo Regulador, los vinos pueden pasar mucho tiempo en depósito, ya sea antes de la crianza mientras esperan las barricas adecuadas para las características de cada lote y, sobre todo, a posteriori. Las distintas variedades que intervienen en el ensamblaje se crían por separado, simplemente para tener la seguridad de que sirven al objetivo de participar en un vino con capacidad de desarrollarse durante décadas. Tras cada coupage, es necesario un tiempo de reposo. Al final, cada nueva añada de Faustino I se reparte en varios depósitos de 50.000 litros.

Los grandes reservas, de la tradición a la modernidad

La cata de las cosechas 1964, 1970, 1994, 2001, 2004 y 2011 permitió hacer un seguimiento de los cambios más importantes que se han producido a lo largo del tiempo. Las dos añadas más antiguas que probamos, 1964 y 1970, se elaboraron con viñedos en vaso de Oyón, que era el ámbito de trabajo habitual de la familia en la época. El coupage incluía variedades blancas junto a la mezcla habitual de tempranillo (hasta 85%), graciano y mazuelo La fermentación alcohólica y maloláctica se realizó en depósitos de hormigón; y la crianza en barricas de roble americano durante 30 meses. Estos dos vinos también presentaron las graduaciones alcohólicas más bajas.

En 1994 desaparece el aporte de uva blanca, se incorporan viñedos de Laguardia (desde los años ochenta hay un importante movimiento de compra y plantación de fincas para preparar el lanzamiento de Bodegas Campillo en 1990), empiezan a hacer su aparición los depósitos de hierro revestidos de epoxi y el acero inoxidable, y también se rejuvenece el parque de barricas con la incorporación de algo de roble francés (hoy la presencia de este origen es de en torno al 20%).
En la década de los 2000 todas las fermentaciones tienen lugar en acero inoxidable y se cuenta ya con un parque de barricas renovado. Esto hace que los tiempos de crianza se acorten respecto al pasado. Se incorporan nuevas plantaciones de tempranillo. La graduación sube a 13,5% vol.

A partir de 2009, aumenta el peso de la tecnología. La forma actual de elaborar consiste en aportar gran cantidad de oxígeno a los mostos durante la fermentación para evitar reducciones posteriores durante el envejecimiento. “Gracias a esta oxigenación, los compuestos azufrados que producen la reducción están ya enlazados con otros elementos y no pueden actuar en este sentido”, explica Juan José Díez, director técnico del grupo Martínez Zabala. Y en los trasiegos, que se realizan cada seis u ocho meses, se ha incorporado el uso de gases inertes (fundamentalmente nitrógeno).

En cuanto a las variedades, cada vez se presta mayor atención a conseguir una maduración óptima de gracianos y mazuelos, que se ven como correctores naturales de la tempranillo e ingrediente fundamental para mantener un pH bajo que aporte longevidad al vino. La maturana tinta podría entrar en el futuro. Se está experimentando en mezclas con la tempranillo que, de momento, envejecen bien.

Para José María Moreda, más allá de la subida del grado alcohólico, el efecto más evidente del cambio climático es el acortamiento del ciclo vegetativo. “Hasta la cosecha 1994, nos movíamos entre 195 y 200 días, y en la actualidad la media está en 170”, señala. “Con las graduaciones con las que salían al mercado los grandes reservas del pasado, las uvas hoy no están maduras”, añade.

La cata

A continuación, detallamos las impresiones de los vinos. Las botellas se descorcharon en el transcurso de una cata de los vinos de gama alta del grupo Familia Martínez Zabala que tuve el honor de presentar el pasado día 17 en la feria madrileña Salón de Gourmets. Allí se probaron también las referencias top de Bodegas Campillo (Laguardia, Rioja) y Portia (Gumiel de Izán, Ribera del Duero). A modo de preparación, hubo una cata previa en la bodega de Rioja con los enólogos José María Moreda, presente también en Madrid, y Juan José Díez, por lo que en ocasiones hago alusión a esa primera degustación. En general, hubo una gran consistencia en las botellas.

La selección de añadas, todas con procedencia original de bodega, tiene que ver con la alta disponibilidad de esas cosechas y su impecable desarrollo hasta nuestros días.

Faustino I Gran Reserva 1964. Rubí borde teja. Notas de cuero, especias dulces (vainilla), un recuerdo de aceituna incluso. Paladar amable y sedoso. La acidez actúa de hilo conductor y alarga el final de boca. Muy clásico y con un regusto a desván que denota su edad, pero en buena forma. 12,5% vol.

Añada mítica y con gran capacidad de envejecimiento. Muy interesante el dato que aporta la bodega de que se calificaron en la DO 135 millones de litros frente a la media de 100 millones en cosechas anteriores. Ciclo vegetativo de 200 días, con 420mm de lluvia (la mayor parte en julio y agosto), una helada en abril y frío en junio -parámetros de otros tiempos, sin duda. 


Faustino I Gran Reserva 1970. Rubí teja. La botella que abrimos en bodega estaba un poco turbia y con olor a cerrado pero en la cata de Madrid el vino se expresó muy bien desde el inicio. Aromas familiares a especias y tabaco, quizás con tanino más marcado que en el 64. Otro excelente representante de los riojas tradicionales. 12,5% vol.

En ese año, el Consejo Regulador calificó 113 millones de litros y consideró que la cosecha era “muy buena”. El ciclo vegetativo se prolongó durante 195 días. El invierno fue frío y húmedo, lo que determinó una brotación tardía y la ausencia de heladas primaverales. El verano fue cálido y húmedo; el otoño templado, perfecto para obtener una buena maduración. 


Faustino I Gran Reserva 1994. Color notablemente más intenso que los dos anteriores. Expresivo, con notas de cuero, especias, un fondo de chocolate negro y fruta en licor. Con algo más de madurez que los anteriores, pero el paladar se mantiene serio y firme, con vida por delante. 13% vol.

Calificada como excelente y con 177 millones de litros calificados, el ciclo vegetativo fue de 195 días. El verano, seco y caluroso, llevó a un adelanto de 10 días de la vendimia que quedó finalmente ralentizada por las lluvias de septiembre. Se recogieron uvas sanas y con buen equilibrio entre alcohol, acidez y color. En su momento se equiparó con la 64.


Faustino I Gran Reserva 2001. Este fue mi vino favorito de la cata tanto por su energía como por su relativa juventud. De hecho, se siente más joven que el 2004 y con el color más vivo. Cereza borde granate. Expresivo, con mucho de todo, fruta roja y negra aún muy viva sobre un fondo especiado. Boca amplia, jugosa, muy envolvente. Es fantástico encontrar una añada del siglo XXI con este potencial de guarda. Fue, por cierto, mejor vino del año para la revista inglesa Decanter en 2013.13,5% vol.

La DOCa. crece: 240 millones de litros calificados. Invierno húmedo con lluvias repartidas irregularmente; primavera y verano secos, temperaturas muy altas en mayo y junio. Ciclo ligeramente adelantado con buena sanidad, granos pequeños que aportan concentración, aunque reducen el volumen de una cosecha calificada como excelente. Los parámetros analíticos se consideraron incluso mejores que los de 1994.


Gran Faustino I Gran Reserva 2004. El único vino hasta la fecha con el nombre “Gran Faustino” y un guiño a aquel 1955 que creó Faustino Martínez. Es un distintivo que se reservará para añadas consideradas especiales (ésta además conmemora los 40 años del lanzamiento del primer Faustino I 1958 en 1964) y que se realza con variaciones en el packaging, aunque sin perder la imagen del caballero de Rembrandt. Lo más significativo es que el nombre Faustino no aparece en la etiqueta, sino en el collarín de la botella. 13,5% vol.

Cereza rubí. Más madurez de fruta, con recuerdos de bombón de licor, toques de pastelería, frutos secos, atractivo carácter goloso. Opulento en boca, sin perder elegancia y sedosidad, con tonos ligeramente achocolatados. El más potente del grupo y quizás también hijo de su tiempo (¿habría aquí un cierto contagio de los vinos de alta expresión?). 13,5% vol.

Invierno con buenas precipitaciones de lluvia y nieve. Buen desarrollo del ciclo vegetativo con temperaturas bajas en marzo y abril, pero sin heladas. Tormentas a principios de septiembre, seguidas de un clima idóneo para la recogida. Vendimia selectiva por maduración irregular, pero con buena sanidad de la uva. El Consejo Regulador la calificó como excelente.


Faustino I Gran Reserva 2011. Es la añada que se encuentra en el mercado. Cereza borde granate. Se nota que entramos en otra era. Perfil más frutal y alegre, no solo por la juventud, con abundante fruta roja y fondo mentolado. Equilibrado y sedoso en el paladar con un punch de acidez que no aparece en 2004 y que se deriva probablemente de un trabajo más específico con las variedades secundarias (hay un porcentaje algo mayor de graciano en esta añada). El alcohol se mantiene en 13,5% vol. 

Esta añada, la DOCa. calificó 266 millones de litros. El ciclo vegetativo estuvo en torno a los 170 días. 2011 llega tras un año seco, con rendimientos moderados. Uva con buena sanidad, con vinos bien estructurados y buen color. También se considera excelente.


LA LUZ ES EL DEMONIO

La protección del vino de la luz está en el origen mismo de la marca Faustino y es uno de sus elementos distintivos. Originariamente se aplicaban brochazos de cemento que daban un aspecto bastante envejecido a la botella. Luego se utilizó un chorreo de arena, técnica que se descartó casi de inmediato porque hacia la botella más frágil y aumentaban los problemas de roturas. El sistema que se ha impuesto desde entonces es un recubrimiento con resina de epoxi que no solo asegura la opacidad, sino que mejora notablemente la resistencia de la botella. Quizás el único inconveniente para el coleccionista es que no permite ver el nivel del vino en el cuello de la botella. En bodega cuentan con sensores especiales para medir el nivel de llenado durante el embotellado y un control adicional de pesado de las cajas para asegurar que el contenido es el correcto.

La obsesión por luchar contra la contaminación lumínica y el “gusto de luz” ha llevado también a realizar numerosos ensayos con vinos blancos y rosados para evitar el “pinking” o aumento de intensidad de color. Para José María Moreda, el problema no es solo la modificación del color, sino el hecho de que la luz actúa como un agente acelerador de cara a fenómenos como la reducción o la evolución de compuestos azufrados y volátiles. Según Juan José Díez, director técnico del grupo Martínez Zabala, hoy en día es posible dirigir las fermentaciones para reducir este riesgo y seleccionar aquellas variedades con menos tendencia a desarrollar este problema.

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