El barro es el material de moda para el vino, pero, con contadas excepciones, el oficio de tinajero se ha extinguido. Con la jubilación de Juan Padilla, el artesano español con mayor proyección internacional, se pierden prácticas como la cocción en horno de leña.
Aunque las huellas de más de 40 años de carrera son aún visibles en su taller de Villarrobledo (Albacete), la melancolía empieza a campar por sus espacios vacíos. A pie de carretera, la propia señalización del negocio parece abocada al deterioro, con el nombre de Tinajas Padilla desdibujándose sobre un sencillo panel metálico y una tinaja rechoncha que yace sobre la hierba.
Las indicaciones conducen a una amplia parcela situada junto a la N-310 que comunica Villarrobledo con Tomelloso (Ciudad Real) donde, junto a la vivienda familiar, se alzan varios edificios de trabajo. El pequeño ejército de tinajas y otros objetos de barro que emergen entre ellos son el testimonio de una vida dedicada a la alfarería. Sus creaciones están repartidas por bodegas de medio mundo.
Durante años, Juan modeló tinajas para Foradori, Azienda Agricola COS o Frank Cornelissen en Italia, para productores españoles que quisieron recuperar las formas de hacer del pasado como Rafa Bernabé y otros de generaciones posteriores que han apreciado el detalle y la sensibilidad de su trabajo.
Según Padilla, no hay más secretos que “tener un buen barro, prepararlo bien y hacer una buena cocción en el horno”. Un argumento que se esgrime con frecuencia para recalcar la calidad de la arcilla de Villarrobledo es el hecho de que las tinajas no necesitan revestimiento, cuando lo habitual en otros lugares es que se aplique una capa de pez o de algún tipo de cera para evitar filtraciones de vino.
En el Centro de Interpretación de la Alfarería Tinajera, inaugurado en el municipio en 2008, se hace especial énfasis en la mezcla de arcillas que daba fama a la zona: la dorada, de tono amarillento, era rica en sílice lo que confería al producto final propiedades similares al vidrio; la rojiza, con más hierro, aportaba resistencia para soportar le fermentación. Allí también se puede recorrer la historia de esta industria que arrancó gracias a la influencia árabe y que hizo de Villarrobledo el gran centro tinajero de España desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años 50 del siglo XX.
La preocupación por la calidad es anterior, tal y como se recoge en la obra de María Dolores García Gómez Cuatro siglos de alfarería tinajera en Villarrobledo, gracias a la aparición de la figura del veedor en 1738 y a la configuración de un gremio potente establecido junto a las zonas de extracción de arcilla que dio origen a un barrio tinajero cuyas calles llevaban nombres alusivos a la profesión (Tinajeros, Alfarerías Altas, Alfarerías Bajas, Arenas, etc.).
Hoy, con los viejos yacimientos de barro engullidos por el propio crecimiento de la ciudad, el poso más evidente de ese pasado tinajero son las grandes piezas que decoran plazas y rotondas. Es una historia agridulce y Juan Padilla uno de los últimos representantes de una actividad que se extingue. Tras más de 40 años dedicado a modelar el barro, encarna la quinta y última generación de su saga.
De complexión menuda, ágil y fibroso, este hombre sencillo y humilde ayudó siempre a su padre, Agustín Padilla, para ir introduciéndose más de lleno en el negocio a su regreso de la mili. “Nuestros clientes eran bodegas familiares. En aquella época no había otras opciones de envases. Luego entró el poliéster, que hacía unos vinos fatales, y después el acero inoxidable. Hubo un periodo de unos 10-15 años durante el que se dejó de vender para la industria del vino”, recuerda.
El principal problema del oficio -y también su gran atractivo- es que sigue siendo muy artesanal. El proceso empieza con el secado del barro al aire libre, luego se muele, se añade agua para hacerlo moldeable y poder darle forma, y finalmente se cuecen las piezas en un gran horno. De todo ello, lo único que se ha mecanizado desde los tiempos del padre de Juan es el amasado y el molido, que antiguamente se hacía con un rodillo de piedra estriado tirado por un mulo, como se ve en la foto inferior.
¿Cuántas tinajas puede producir un solo hombre? En un año Juan solía dar forma a unas 30 tinajas de 400 litros, 20 de 320 litros y entre 30 y 40 de 200 litros, además de un centenar de piezas variadas de decoración.
La capacidad máxima con la que llegó a trabajar fueron 600 litros, pero en los últimos años no pasaba de 400 porque no podía levantar el brazo a la altura necesaria y nunca le gustó trabajar subido a un andamio. Su padre, recuerda, sufrió mucho de piernas y brazos. El de tinajero es un trabajo muy físico. “Habría que dejarlo a los 50 años”, apunta. Él, sin embargo, lo ha prolongado más allá de los 60.
Modelar una tinaja es una tarea lenta que exige concentración y experiencia. Se parte de una base sobre la que, poco a poco, se van levantando las paredes. Para ello, el tinajero forma con el barro una especie de churro que se cuelga al hombro y, girando alrededor de la pieza, lo va depositando con rapidez y precisión formando una capa (una vuelta, en su argot). Posteriormente, da pequeños golpes a las paredes para alisarlas, conseguir el grosor deseado y eliminar los poros. Para esta tarea utiliza dos herramientas muy características del oficio: el mazo para trabajar la parte interior y la paleta en el exterior. Según Juan, gracias a esta técnica no hay ningún problema porque las paredes sean finas.
El proceso lleva su tiempo, sobre todo en invierno, porque hay que esperar a que el barro se seque. Juan tenía su propia organización: “Empezaba 15 tinajas de 400 litros en septiembre. Cuando llevaba tres vueltas empezaba otras 15 y así sucesivamente de modo que para enero o febrero ya tenía casi toda la nave llena […] El secado tarda meses”.
Y requiere atención constante. “Una vez que empiezas no te puedes dormir, hay que estar pendiente”, recalca. Quizás por eso no se ha cogido nunca más de tres días seguidos de vacaciones y todos los aprendices que ha tenido “han durado cuatro días”.
Luego, se juega todo a una sola carta durante el proceso de cocción. Hasta su jubilación Juan se mantuvo fiel al uso del horno de leña, uno de los elementos que más han valorado sus clientes porque da más fortaleza a los recipientes sin aportar sabor. Estos hornos de gran tamaño y enorme altura dan cabida casi a la producción de todo un año.
“Aquí lo más importante es colocarlo todo bien y con calma porque las piezas están crudas, arrancar el horno muy despacio para que vaya cogiendo temperatura y luego mantener el calor constante”, explica Juan. La temperatura de cocción puede alcanzar los 900 grados y se pueden necesitar más de 50.000 kilos de madera de pino. Luego se deja enfriar durante 10 días, se sacan las piezas fuera y se riegan con agua. No es moco de pavo si se piensa que una tinaja de 500 litros pesa unos 300 kilos. Además, estaba el tema de la seguridad: “Cuando encendía el horno tenía que avisar a los bomberos y a la Guardia Civil”, cuenta.
Lo que más fama ha dado a las tinajas de Juan Padilla ha sido su lista de clientes, productores que en su momento se desmarcaron buscando elaboraciones más tradicionales y menos intervencionistas, y se convirtieron en referentes en sus respectivas áreas y más allá.
El boca-oído fue decisivo. “El primero que me visitó y se llevó unas tinajas fue Frank Cornelissen”, recuerda Juan. Gracias a Cornelissen, llegó Giusto Occhipinti, y con él algún tiempo después Elisabetta Foradori”.
“Juan y yo hemos contribuido recíprocamente a cambiar nuestras vidas”, asegura Giusto Occhipinti, fundador en 1980 de la bodega siciliana Azienda Agricola COS junto a Giambattista Cilia y Cirino Strano (COS es el acrónimo de sus apellidos). Le visitó por primera vez en Villarrobledo en el año 2000. El año anterior había viajado a Georgia y le habían entusiasmado los vinos de ánfora tradicionales de la zona. Después buscó ánforas en Túnez y en buena parte de Italia hasta que descubrió la tradición española y su gran arraigo en La Mancha. “La pasión, el rigor y la destreza de Juan fueron decisivos para elegir sus tinajas sin buscar ningún otro artesano”, recuerda.
Es importante entender el contexto en el que se produce este encuentro. Como explica Giusto, en aquella época no había experiencia de vinos en ánfora salvo lo que habían probado en Georgia. “Las ánforas georgianas eran menos gruesas y se impermeabilizaban con cera de abeja, pero en 1999 ya nadie las fabricaba. Hoy las cosas son muy diferentes. El éxito internacional de los vinos de ánfora, al que COS ha contribuido de manera importante, ha permitido que aparezcan nuevos fabricantes”.
De las ánforas de Padilla, Occhipinti valora especialmente su neutralidad. “Me permiten obtener vinos con mayor precisión de mi territorio; la robustez y una perfecta transpiración. Hay equilibrio y proporción de formas, como un vientre materno que acoge amorosamente la vida que se forma en su interior”.
Azienda Agricola COS cuenta con unas 200 ánforas de Padilla. Solo le supera Azienda Agricola Foradori. La bodega de los Dolomitas tiene incluso una galería de fotos del taller de Padilla en su web. Al final del artículo, transcribimos una breve entrevista con su alma máter, Elisabetta Foradori, que tiene ideas muy claras sobre el papel de las tinajas en sus vinos y la calidad particular de las fabricadas por Juan Padilla.
En España, el primer valedor importante de su trabajo fue el productor alicantino Rafa Bernabé (abajo en la foto), que ya había visitado a Juan Padilla antes de viajar a Georgia y volver convencido de las grandes posibilidades de la tinaja en elaboración gracias tanto al material como a la forma. Lo describe como “esa magia que se produce cuando suben las levaduras, las lías y la proteína del vino, que es lo que da la intensidad en boca”.
Bernabé reconoce que trabajar en tinaja no es fácil (“se me han ido muchos vinos”) y que no todo vale. “El primer año chupa mucho, pero luego funciona muy bien. Trabajar en fermentación si no hay pieles no es complicado, pero cuando se trata de criar, hay que tener mucha mano, porque se te va un vino en nada. Pero también se genera un escenario de vinos con flor, con tres o cuatro flores diferentes. Y la levadura que se quede allí es la que va a vivir; esa tinaja la señalas y al año siguiente te da otra intensidad al vino”.
La lista de productores españoles que utilizan tinajas de Juan Padilla incluye también a Pepe Mendoza en Alicante, el recuperador de airenes Bernardo Ortega (abajo fotografiado con Juan) en Castilla-La Mancha o Javier Arizcuren en latitudes más conservadoras como Rioja.
Para Rafa Bernabé, dentro del toque artesano de las piezas que hace que cada una sea diferente, lo más importante es la pureza de la arcilla (“sabe seleccionarlas y mezclarlas muy bien”), la menor porosidad de las tinajas y la cocción en horno de leña todo de una vez. “Esto es lo más delicado, pero él tiene el oficio que dan los años. Para mí, es el número uno”, dice.
Es una pena que ahora haya que hablar en pasado. Con la jubilación del artista, desaparece su marca y esa experiencia acumulada. Se rompe así el finísimo hilo que conectaba el presente con la que fuera poderosa industria del pasado. En el siglo XXI, Villarrobledo es la meca de la producción de depósitos de acero inoxidable. No cabe mayor ironía.
ELISABETTA FORADORI: “La arcilla de Villarrobledo tiene una energía especial”
¿Cómo conoció a Juan?
Mi amigo Giusto Occhipinti de la bodega siciliana COS conoció a Juan a principios de los 2000 y compartió esta experiencia conmigo. Por aquella época yo había empezado a hacer el Nosiola, un blanco de contacto con pieles y la arcilla era el material perfecto para preservar la vitalidad y la vida de esas uvas biodinámicas.
¿Recuerda la primera visita a su taller en España, alguna anécdota o algo que le sorprendiera especialmente?
Conocí a Juan un día muy caluroso del verano de 2009. Fue como volver a la Grecia antigua por la energía del lugar y la calma con la que trabajaba la arcilla. Como viajar mil años atrás en el tiempo.
¿Qué le gusta de sus tinajas frente a las ánforas a las que había podido acceder hasta entonces?
No hay comparación posible con la arcilla italiana de Impruneta en Toscana. La arcilla de Villarobledo es arcilla para el vino, tiene una energía y una calidad especial. No solo la arcilla; también el uso del fuego para su cocción y los ritmos con los que se hacen las tinajas son diferentes. En esas tinajas están todos los elementos: corazón, aire, sol, fuego y agua.
¿Cuántas tinajas ha comprado a Padilla? ¿Las conserva aún? ¿Cuál es su vida útil según su experiencia?
Aún tenemos las 280 tinajas que le hemos comprado a lo largo de los últimos 15 años. Su vida es eterna siempre que no se rompan.
Ahora que Juan se ha jubilado, ¿dónde compra las ánforas? ¿Es fácil encontrar artesanos que sigan trabajando todo a mano?
De momento y después de mucha investigación, no he encontrado nada de la misma calidad. Espero que Juan transmita sus conocimientos a algunos jóvenes tinajeros.
¿Cómo describiría a Juan Padilla?
Tranquilo, con conocimiento, sabio y con sentido del humor -sin email, sin iPhone
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