Parece que los astros quieran alinearse para que la lata tenga mejor aceptación entre los consumidores españoles que otros envases alternativos a la botella que han calado poco o nada en nuestro mercado. Léase bag-in-box, vino de grifo en la restauración o, incluso, sin abandonar la botella, el tapón de rosca.
Los argumentos a favor de la lata son muchos. Resulta práctica, ligera y cómoda de transportar y de consumir porque ahorra toda la parafernalia clásica del vino (sacacorchos, copa…). Además, es 100% reciclable y dosifica el consumo de forma natural en un momento en el que los conceptos de salud y sostenibilidad pesan más que nunca sobre cualquier acto de compra. De hecho, resuelve el elemento que más impacto tiene en la huella de carbono del vino, que es el transporte de la botella de vidrio.
Pero también tiene sus especificidades técnicas. El pH del vino, más bajo que el de la cerveza, requiere un revestimiento interior específico para que el contenido no actúe como elemento corrosivo. Muchos productores con los que hemos hablado reconocen un estudio previo para comprobar la adaptación del vino a la lata. En cualquier caso, su vida es efímera y no tiene sentido para vinos que deben beneficiarse de su evolución en el tiempo. En las latas es habitual que se indique la fecha de consumo preferente a uno o dos años vista tras el envasado.
La tendencia del vino en lata llega del mercado norteamericano. Su ascenso está bien documentado a partir del lanzamiento en 2004 del espumoso Sofia por parte de la bodega Francis Ford Coppola. El famoso cineasta y bodeguero consiguió un éxito vinícola comparable a los de la taquilla, en esta ocasión utilizando el nombre de su también cinematográfica hija. Según un artículo publicado en Pix en junio pasado, para mediados de los 2000 ya existía la tecnología para que el vino se mantuviera estable y no se deteriorara el interior de la lata.
Desde entonces las cifras no han dejado de crecer. El valor del mercado mundial en 2020 era de 211,4 millones de dólares (217,6 millones de euros). En un informe centrado en identificar oportunidades tras la crisis del Covid, la consultora Grand View Research prevé crecimientos anuales en torno al 13% hasta los 571,8 millones de dólares (590 millones de euros) en 2028. Según sus cálculos, Norteamérica (EE.UU. y Canadá) es y seguirá siendo el principal mercado (ahora se lleva el 53%), pero se espera un desarrollo importante en la zona de Asia-Pacífico durante los próximos años. Otros datos interesantes apuntan al dominio de los espumosos (66,5% del total en 2020), pero con expectativas de crecimiento también para los vinos fortificados; y al papel clave de las cadenas de supermercados en la distribución (alrededor del 64% en 2020), aunque también vaticinan el ascenso de la venta online.
En un mercado incipiente como España, es difícil encontrar datos. Si el OEMV (Observatorio Español de los Mercados del Vino) no cuenta con fuentes estadísticas que contemplen formatos tan pequeños, los estudios que maneja la Asociación Latas de Bebidas (integrada por las tres multinacionales que dominan la producción mundial con seis fábricas en España) tratan el vino dentro de una categoría más amplia que incluye cervezas, espumosos, productos a base de vino y espirituosos. Su director, Juan Ramón Meléndez, cree que la producción actual de vino en lata en España podría moverse entre los cuatro y seis millones (el tamaño más utilizado de momento es de 250 ml.), pero no hay una base estadística real para sustentar el dato.
Cuenta que el despegue del vino en lata en España se ha visto frenado por la escasez de materias primas ocasionada por la guerra de Ucrania y el gran aumento de la demanda generado por el cambio de tendencia durante la pandemia que ha desplazado una parte importante del consumo a los hogares. De hecho, en 2020 y 2021, la lata ha tenido ritmos de crecimiento del 5% en nuestro país y según la memoria de Cerveceros de España, el formato superó por primera vez al vidrio y al grifo en 2020.
Meléndez constata el aumento de consultas para llevar el vino a la lata (“casi una semanal durante los dos últimos años”) y el papel activo de los fabricantes para dar servicio al sector vinícola; dos de ellos cuentan ya con departamentos de asesoramiento con servicio de análisis de laboratorio para asegurar la estabilidad del producto en el tiempo.
Hasta ahora, el camino del vino en lata en España no ha sido fácil. Las primeras experiencias, a cargo de Cavas Hill en 2008 y Matarromera en 2009, resultaron fallidas. En este último caso, además, se apostó por una gama de vinos sin alcohol. Visto en perspectiva, el presidente del grupo, Carlos Moro, cree que el mercado no estaba preparado para ello. Proyectos posteriores como Ah-So, creado por Carlos López de Lacalle de Artadi junto a un socio americano en 2017, nacieron enfocados a mercados exteriores.
Más recientemente, el lanzamiento de Artomaña en lata bajo la DO Arabako Txakolina y también con destino al mercado de EE.UU. generó cierto revuelo porque implicaba la autorización específica por parte de la DO para envasar en este formato. No es la única; las denominaciones de origen de La Mancha, Catalunya y Navarra también han validado el uso de la lata.
En realidad, la legislación europea no obliga a que DOPs e IGPs contemplen el tipo de envase. De ahí que, si no se especifica, limita, o se deja constancia de que este punto es competencia del Consejo Regulador (así es en el caso de Rioja, por ejemplo), su uso dependerá de la legislación vigente en esa materia.
La mayoría de los vinos en lata que hemos probado se comercializan sin indicación geográfica, aunque en ocasiones los productores aluden a las regiones de procedencia de las uvas. El lema de Toff, por ejemplo, es “vino de las mejores regiones de España hasta tus mejores aventuras”, pero menciona en su web que utiliza uvas cultivadas en Rioja. Y Zeena, uno de los proyectos pioneros del mercado español, siempre ha destacado en su comunicación que sus vinos tranquilos se elaboran con garnachas, tanto blancas como tintas, de Terra Alta (Tarragona).
Reforzado por su condición de envase fácil de enfriar y de consumo informal, la categoría reina del vino en lata son los espumosos. Esto está animando a productores con experiencia en el mundo de las burbujas como Castelo de Pedregosa, que desde el año pasado elabora un pet-nat con fermentación final en lata (y que además se puede comparar con su equivalente en botella), o Avinyó. Este último entró en el negocio animado por su importador estadounidense The Maison Selections, que ya ha llevado con éxito a su país vino español en keg para servir de grifo. La oferta de Avinyó, iniciada en 2021 con 80.000 latas, consta de dos pétillant, blanco y rosé, ambos ecológicos y veganos, elaborados por el sistema de granvás (el mismo del prosecco) y que se venden con el lema “sparkling wine from Catalonia”. Tras algunos problemas iniciales con la burbuja, han montado su propia línea de enlatado y sorprende, por ejemplo, el cuidado que ponen en el color de su rosado elaborado con pinot noir y merlot, teniendo en cuenta que una gran mayoría de consumidores se lo beberá directamente de la lata.
Pedregosa, que arrancó también en 2021 con maquinaria envasadora propia, distingue entre los vinos tranquilos que elabora bajo DO Catalunya y una colección más amplia de referencias de mínima intervención (Mi) entre los que se incluye el pet-nat, que no están acogidos a DO. Sus grandes clientes de vino en lata son Noruega y Suecia. En España, de momento, solo ha conseguido distribución en Mallorca en hostelería asociada a la playa.
A un vecino mucho más grande como Vallformosa, que lleva años explorando nuevas categorías como el vino sin alcohol, la lata le va como anillo al dedo. Después de dos años de pruebas acaban de lanzar sus I’mperfect (el nombre tiene dos lecturas posibles y las latas se definen como “perfectas para un mundo imperfecto”): un rosado y un brut ecológicos además de un producto 0,0 con burbujas.
Otra vertiente que merece la pena explorar es el papel de España como proveedor de vino destinado a ser envasado por terceros y a comercializarse en mercados internacionales. La próxima edición de la World Bulk Wine Exhibition, la gran feria del vino a granel que tendrá lugar en Amsterdam en noviembre, ha programado una mesa redonda para debatir y presentar casos de éxito. Uno de ellos, Hands Off Wines, comenzó en julio de 2021 con una gama de vinos elaborados en Alemania, Francia y España (Valencia y Penedès) y quieren alcanzar el millón de latas y alta presencia internacional para verano de 2023. “Nuestros vinos siempre son con mínima intervención y fermentaciones espontáneas, ecológicos, veganos de producción sostenible y con mínimas cantidades de sulfitos y cobre en los vinos. Hay una gama para alimentación y otra de vinos más especiales y producciones limitadas para restauración y tiendas especializadas”, explica su fundador Marc Tarrida.
En Reino Unido, Canned Wine Co. se desmarca con propuestas muy específicas y poco generalistas. En España trabaja con Javier Sanz en Rueda para elaborar un Barrel Verdejo, y con Norrel Robertson MW en Aragón, quién les provee de vino para su Old Vine Grenache. Ambas referencias fueron muy bien valoradas en una cata de vinos en lata realizada este verano por la revista Decanter en la que la máxima calificación fue de ¡95 puntos! Para su director y responsable de compra, Ben Franks, en España “hay una actitud abierta a exportar, muy buena relación calidad precio y una atención creciente a la sostenibilidad, que es una parte clave de nuestro negocio.”
La experiencia de Norrel Robertson MW con un cliente exigente como Canned Wine Co. incluye una larga lista de requisitos como buscar partidas con pHs ligeramente más altos que la media, y porcentajes menores de elementos como el cobre o el sulfuroso que pueden ser reactivos e influir en la evolución del producto. En Castelo de Pedregosa utilizan la mitad de sulfuroso en lata que en botella para vinos idénticos. Y Can-Vi, proyecto pionero de vino natural con dos referencias de ancestrales que terminan la fermentación dentro de la lata, dedicó mucho tiempo a ajustar el proceso para conseguir el resultado deseado.
Por cierto, que el vino en lata tiene ya su propio concurso, el International Canned Wine Competition, del que se han celebrado cuatro ediciones hasta la fecha. En la última de 2022 Zeena ganó dos medallas de oro para su espumoso y blanco, pero en ediciones anteriores hubo oros para la Old Vine Garnacha de Canned Wine Co. y para otros proyectos españoles como Glass Wine o la versión en lata de Born Rosé. Estos dos últimos y Zeena han nacido en Cataluña, donde se están concentrando muchas iniciativas, a menudo con una estrategia de marketing y comunicación muy alejadas de los códigos habituales del sector.
De hecho, parte del debate en nuestro país gira en torno a si la lata servirá para atraer nuevos consumidores a la categoría, particularmente público joven. Para Gloria Vallés, especialista en marketing estratégico y digital y creadora de Wine Style Travel, la lata o cualquier otro formato alternativo a la botella es una oportunidad para agrandar el tamaño del mercado del vino. “No todas las bodegas están posicionadas en una gama premium o ultra premium con sus vinos, y las que venden en la base del consumo tienen mucha presión sobre los precios porque hay más producción que consumo de vino; enlatar les permite llegar a un consumidor más joven que busca envases más convenientes y divertidos”, señala.
Desde la asociación de productores de latas, Juan Ramón Meléndez pone el ejemplo de un mercado más avanzado como Reino Unido donde ya hay una generación que bebe todo en este formato y para quien el vino en lata no supone ninguna ruptura cultural. “Nosotros también estamos viendo esto en España, sobre todo desde que la lata se ha reivindicado como envase de consumo doméstico. Es cierto que nuestro país consume mucho más vino tinto, pero para el blanco la lata funcionará y si no estamos viendo más oferta en los lineales, es por el problema de abastecimiento que tenemos”.
Marta Vidal, CEO de Vallformosa, tiene claro que la lata no va a sustituir a la botella convencional, pero sí sirve para “crear nuevos momentos de consumo que permitan incrementar el consumo global de vino y que ayuden a tener al vino más presente y pedirlo, por ejemplo, cuando vas a un restaurante”.
¿Puede la lata ser el primer escalón para dar el salto al vino con mayúsculas? Carlos López de Lacalle, que conoce los dos lados de la barrera por la bodega familiar de Artadi y por el proyecto Ah-So, es bastante prudente en este sentido: “Es pronto para saber si la persona joven que se inicia en el vino en lata llegará a la categoría premium en botella porque el consumo en este formato es bastante reciente y también dependerá en gran parte de su capacidad económica”, advierte.
A diferencia de otros envases, la lata parece interesar a empresas del vino con planteamientos muy diferentes. Están por supuesto actores con alta presencia en supermercados como Peñascal, Vallformosa o Codorníu (esta última se ha estrenado con un spritz, pero está preparando una gama de vinos bajo la marca Bach); pero también productores de vino ecológico de tamaño medio y pequeño e incluso de vino natural.
Ah-So Wines, un diseño para el mercado norteamericano. Es el proyecto de Carlos López de Lacalle, de Artadi, y su amigo Dustin Chiappetta, propietario de una tienda de vinos en EE.UU. y con larga trayectoria en el sector. Más del 95% de los vinos se comercializan en el mercado norteamericano y el resto en Canadá o Japón, pero no están en España (hubo un intento con El Corte Inglés, pero no funcionó). Arrancaron en la cosecha 2017 con un rosado de garnacha de viñas jóvenes cultivadas en Artazu (Navarra), donde Artadi tiene su propio proyecto de vinos premium desde hace años, aprovechando el momento de crecimiento exponencial de esta categoría. Es un vino fresco y frutal gracias a la acidez natural de la garnacha, fácil de beber y con DO Navarra.
Sin embargo, Carlos se lo pensó dos veces antes de lanzarse. “Cuando Dustin me propuso hacer vino en lata durante un viaje a Colorado le dije que no, pero al día siguiente empecé a fijarme en la presencia de latas, compré varias y encontré un perfil fácil de beber que encajaba con el estilo de vida de allí: se podía beber en los conciertos, de senderismo…. Se trataba de llevar el vino como se lleva la cerveza”.
Con el tiempo han ampliado la gama con un blanco, un tinto y un espumoso, todos ellos ecológicos y elaborados con garnacha blanca o tinta. La producción total está cerca del millón de latas de 250 ml. y el precio de venta en EE.UU. es de 20 dólares el pack de cuatro. Cuentan con su propia maquinaria de enlatado. La visión de la lata de Carlos ha cambiado considerablemente en estos años: “Cualquier vino ha pasado antes por una lata. Se llama depósito”, bromea.
También le hemos preguntado sobre los costes de producción. ¿Es más caro hacer latas que vino embotellado? “Al final es parecido. La inversión más potente para nosotros ha sido la maquinaria de enlatado, pero luego el coste de transporte es menor porque en un mismo contendor entra el doble de volumen”.
Can-Vi, la vía natural. Como muchos otros, Cristina Vaqué descubrió el vino en lata en Estados Unidos. Pareja del productor natural de Conca de Barberà, Jordi Llorens, y responsable de exportación del celler, no dudó un momento cuando un compañero de profesión, Jordi Solé, se presentó un día en la bodega diciendo que quería hacer vino en lata. Arrancaron en 2020 con un vino blanco, luego vino la pandemia y eso les dio margen para afinar el proyecto. Hoy tienen una gama bastante amplia en la que destacan los dos ancestrales, blanco y rosado, que terminan la fermentación en la propia lata. El rosado es bastante original porque se hace con uva blanca y se macera en hollejos de garnacha, con lo que se consigue un color casi de tinto ligero. Además, hay un blanco ligero de parellada, un rosado y un tinto de monastrell y garnacha al más puro estilo vin de soif.
En su caso no se dirigen al público joven, sino a un consumidor de vino natural independientemente de su edad. “Simplemente se trata de romper los prejuicios y de poder disfrutar en cualquier sitio. Hay muchos momentos de consumo: momento keg (vino de grifo), momento lata, momento botella. Antes íbamos en carro y ahora viajamos en tren”, plantea con desparpajo Cristina.
Venden al mismo precio que el vino embotellado: entre 4,25 y 5 € la lata, “como si compraras una botella de 15 €”, señala mientras apunta sus limitaciones respecto a la cerveza artesana: “Ellos pueden fermentar cada semana; nosotros tenemos una sola vendimia y trabajamos con viñas propias”.
En Can-Vi utilizan un servicio de envasado que se desplaza a bodega. En lugar de fecha de consumo preferente, ponen la de envasado. Frente a sus elaboraciones en botella, buscan un estilo con más chispa y fruta roja y tienen en cuenta también el ambiente reductivo del envase. “La idea es que abras la lata y puedas beber a morro”, explica Cristina.
Zeena, el marketing funciona. Sana Khouja, inquieta emprendedora de origen marroquí criada en España, descubrió la lata en Estados Unidos y se lanzó a crear su propio proyecto en nuestro país bajo la marca Zeena. Destaca la afinada estrategia de marketing y la presentación, enfocadas a un consumidor joven y a momentos de consumo divertidos, tanto de fiesta como de relax. Una mirada que nace de fuera del sector del vino y que, quizás, tiene más puntos en común con otras bebidas que se comercializan en lata.
Le diferencia también que se anima a captar nuevos consumidores para el vino. En las latas se remarca que lo que se vende es “vino” y frases como “Enlatado with love”, buscan un vínculo emocional que a menudo falta en la comunicación tradicional del sector. La edad del consumidor de Zeena, según describe la propia Khouja, se sitúa entre los 25 y 40 años. La comercialización es bastante ecléctica, ya que va desde hostelería y Glovo a la venta online a través de su propia web y de Amazon. “Donde mejor funciona la marca es en zonas con mucho turismo”, señala.
Los vinos son ecológicos y veganos, y en la etiqueta se especifica que no contienen azúcares añadidos apelando a la preocupación creciente por consumir productos saludables. La gama incluye un espumoso, un blanco, un rosado y un tinto. Para el primero se utiliza parellada de Penedès y para el resto garnachas de Terra Alta, pero se comercializan sin DO. Son en todos los casos vinos jóvenes, bien elaborados y con calidad similar a propuestas embotelladas.
¿Compiten casi más con la cerveza que con el vino? “Depende del momento de consumo en el que se introduce la lata y del canal de venta”, responde Khouja. “A medida que se amplíe la oferta, la competencia estará dentro del vino, pero nunca con la botella. Donde hay una botella de vino, la lata no es competitiva. Enlatar el vino hoy es muy caro”, concluye.
Peñascal, la lata en la marca de gran consumo. Al rosado más vendido de España, como se presenta habitualmente Peñascal a los consumidores (se elaboran algo menos de 3,5 millones de botellas), la lata le iba como anillo al dedo: un vino de baja graduación, con carbónico y pensado para consumirse muy frío. “Pensamos que la marca podía aguantar el viaje sin que se asociase con una pérdida de calidad y manteniendo la imagen de vino de estilo de vida, refrescante y poco enológico”, señala el responsable de marketing de Entrecanales Domecq y Peñascal, Daniel Moreno.
La experiencia arrancó este verano con 150.000 latas de 250 ml. con el lema “el sabor de siempre” que se vendieron rápidamente en el mismo canal en el que son fuertes: alimentación y mercado nacional y, además, poniéndolas al lado de la versión embotellada. Esta última cuesta 3,69 € en El Corte Inglés frente a 6,60 € el pack de cuatro latas. El envasado se hace a través de un tercero y según Moreno, se vende más caro en lata porque ahora mismo los costes de producción son más altos para la bodega.
Una ventaja añadida en su caso ha sido que no han tenido que modificar el producto porque se adaptaba bien a las exigencias de la lata. Ahora están viendo el interés de mercados como Reino Unido, México y países nórdicos.