A Bernat Andreu le gusta observar el paisaje de antiguas terrazas que se divisan desde Vilaverd, un pequeño pueblo en la Conca de Barberà (Tarragona). “Antes de la filoxera”, recuerda el productor y ex-presidente de la DO, “aquellas laderas entre las Montañas de Prades y la Sierra de Miramar estaban llenas de cepas; la viña ocupaba el triple de las casi 3.000 hectáreas que tenemos ahora”.
La mayoría se transformaba en aguardiente para la exportación. Su éxito llegó hasta tal punto que Montblanc, la capital de esta comarca rodeada de montañas y ubicada entre Tarragona y Lleida, llegó a tener 54 puntos de destilación en 1754. Algunas bodegas actuales, incluida la de Andreu, conservan los antiguos lagares de fermentación subterráneos, hoy usados como espacio de crianza y reposo de botellas, muchas de ellas de cava.
La dependencia de siglos pasados con el aguardiente continúa hoy en cierta medida con el cava para muchos de los casi 650 viticultores de la zona. El 80% de la uva de la Conca, gestionada en parte por alguna de las tres cooperativas que operan en la comarca, se destina a este espumoso. Con el precio de la uva de cava por los suelos, muchos productores ven que su futuro —y su presente— pasa por crear su propia identidad centrada principalmente en la trepat, una uva local que produce vinos tintos frescos y especiados, con taninos suaves y grado alcohólico moderado.
Tradicionalmente la trepat, una variedad de brotación temprana y maduración tardía, se destinaba a vinos y cavas rosados, aunque, como recuerda Bernat Andreu, “ni se mencionaba en las etiquetas porque se consideraba una variedad menor”. La mayor parte del trepat está plantado en tapàs, suelos arcillosos poco fértiles entre 300 y 800 metros de altitud.
Hasta que se plantó viña en la Cerdanya, las cepas de la Conca eran las más altas de Cataluña, asegura Joan Torrens, gerente de la cooperativa del Sarral, cuyos socios controlan más de 500 hectáreas en la denominación. En la bodega modernista, construida en 1914, se producen dos millones de botellas de cava, la mitad de rosado amparado bajo la DO Cava, de las que se exporta el 70%. De momento, el vino tinto que hacen es para los socios, aunque sí que venden trepat de uvas viejas a otras bodegas y siguen elaborando el típico rosado de la zona, con algo de aguja y fácil de beber, bajo grado alcohólico y color intenso. “La tecnología ha ayudado a mantener el frescor de la variedad, pero para sacar lo mejor de la trepat se necesita viña vieja, podas en verde y trabajo constante en el campo”, explica Torrens.
En la bodega familiar junto al río Anguera en Pira, Carles Andreu, padre de Bernat, fue pionero en elaborar un monovarietal tinto de trepat en la Conca en 2004 al que hoy en día se han sumado otros dos tintos más y dos cavas rosados. Es una tendencia que ha ido al alza entre los elaboradores de la zona, donde se ha triplicado la producción entre 2007 y 2019 y ya hay al menos 15 productores con tintos de esta variedad en el mercado.
Dos de ellos son Inma Soler (Mas de la Pansa) o Joan Franquet (Costador), agrupados en el Viver de Celleristes de Barberà de la Conca, un innovador proyecto que sigue la estela de la sólida tradición asociativa de esta comarca.
Ubicado en un edificio construido en 1903 que albergó la primera cooperativa agraria de España, el objetivo del Viver es ayudar a pequeños nuevos productores alquilándoles las instalaciones y el equipo necesario a precios bajos para que comiencen a hacer sus primeros vinos. El ambiente es cordial y todos se ayudan entre ellos. “Cuando llega la vendimia, que según las normas del Viver debe ser manual, nos comunicamos entre nosotros por WhatsApp para organizar la entrada de uva”, explica Inma. “Es como un piso de estudiantes, pero en bodega”.
Mariona Vendrell y Albert Canela (Succès Vinícola) también han apostado por la trepat de cultivo ecológico para sus tintos. Empezaron en el Viver de Celleristes en 2011 y tras cinco años se mudaron a una pequeña bodega garage en Pira donde elaboran una amplia gama de vinos con uvas de sus 20 hectáreas, entre propias y arrendadas, pero todavía alquilan la embotelladora del vivero cuando la necesitan. “A nosotros, que entramos allí con 21 años, el poder trabajar en el Celler nos permitió hacer los vinos que queríamos”, aseguran.
Además de pequeños productores y cooperativas, en la zona también están presentes dos grandes como Codorníu y Torres. Ambos están en la parte suroeste de la DO Conca de Barberà, cerca de la Sierra de Prades, en cuya vertiente sur comienza Priorat.
Abadía de Poblet pertenece al grupo Codorníu. Su bodega y parte de sus 40 hectáreas de viñedo están junto al impresionante Monasterio de Poblet, cuyos monjes cistercienses de origen borgoñón impulsaron la actividad vitícola en la zona en el siglo XII. Tras apostar inicialmente por la pinot noir, Abadía de Poblet centra ahora toda su producción en variedades locales como la trepat y la garnacha y las blancas macabeu y parellada.
También en el municipio de Vimbodí i Poblet, Familia Torres cultiva dos grandes fincas. En los suelos de pizarra y granito de Muralles (32 ha), cuidada antiguamente por los monjes cistercienses, se ha apostado por variedades tintas autóctonas como la garnacha, cariñena, monastrell además de la garró y la querol, que Torres lleva décadas recuperando y que mezcla en su tinto Grans Muralles. En Milmanda, con su castillo medieval y sus 30 ha de suelos arcillo-calcáreos, se optó por plantar chardonnay en 1980, cuando esta variedad era la más noble de entre las blancas. Aunque Torres ha hecho pruebas con la trepat, de momento esta variedad no está presente en el viñedo que el grupo catalán tiene en la Conca.
El impulso a la variedad ha llevado a crear la Ruta del Trepat, con una quincena de bodegas, varias fiestas, un mercado medieval en abril y cinco museos empeñados en dar a conocer su historia y los vinos que con ellas se elaboran.
Más allá de la trepat y de la veintena de variedades permitidas, la Conca de Barberà es una comarca eminentemente agrícola y muy interesante para pasar unos días de ocio entre viñas y pueblos tranquilos. El sendero GR 175 enlaza los tres monasterios cistercienses de la zona —Vallbona de les Monges en la comarca de Urgell, Santes Creus en el Alt Camp y Poblet, el conjunto cisterciense habitado más grande de Europa. Ni el viñedo ni la bodega están abiertos al público pero sí el recinto religioso, exquisitamente cuidado y con una historia muy unida a la tradición vitícola de la zona.
En la ruta del Cister, que engloba seis denominaciones de origen catalanas, el pasado cooperativista ha dejado su huella en más de una docena de bodegas modernistas construidas a principios del siglo XIX. Son las llamadas catedrales del vino, como la cooperativa de Sarral y la de L’Espluga de Francolí, que hoy en día alberga el Museo del Vino de la Conca de Barberà.
La carretera que une Pira y Barberá de la Conca, donde hay un imponente castillo templario, transcurre entre viñedos y naturaleza con la sierra del Tossal Gros de Miramar al fondo. A unos 10 minutos en coche, la villa amurallada de Montblanc, fundada en 1163, está llena de historia y espacios como la torre restaurada de Vins de Pedra, donde se pueden catar los vinos que elabora Marta Pedra en su terraza en la muralla con vistas al pueblo y las montañas.
Brisat del Coster 2019, 100% macabeu, Josep Foraster (13,65 €)
Un ejemplo de la recuperación de prácticas tradicionales catalanas; en este caso, el trabajo con las pieles en un vino sin sulfitos añadidos.
Ànima Nua Cor Viu Orgànic 2019, macabeu y parellada, Domenio Wines (7,37 €)
La apuesta de la cooperativa Cellers Domenys por embotellar sus propias uvas ecológicas se traduce en un vino fresco y de trago largo.
Poal 2019, 50% macabeo y 50% chardonnay, Gerida Viticultors (11,95 €)
Un original coupage con uvas de Milmanda (Poblet) y de Blancafort, donde se ubica la bodega de Gerard, Ricard y Dani, los tres jóvenes detrás del proyecto.
Pomagrana 2019, 90% trepat, 10% tempranillo, Lectores Vini (11,25 €)
El ligero y fragante rosado glou-glou que Fredi Torres y Marc Lecha elaboran en la Conca y que anima cualquier día de verano.
Cava Carles Andreu Brut Barrica 2018, 100% trepat (16,85 €)
Refleja el gran potencial de la variedad trepat para elaborarse como espumoso.
Gormand 2019, 55% garrut y 45% trepat, Clos Montblanc (8,50 €)
Un vino joven, fresco, frutal y sin grandes pretensiones. Perfecto para disfrutar con una coca de recapte, una de las especialidades locales.
El Mentider 2017, 100% trepat, Succès Vinícola (14,95 €)
Vino de carácter mediterráneo y poca intervención con el volumen y concentración que aporta la viña vieja.
Mas de la Pansa 2017, 100% trepat (32 €)
Finura y honestidad en este vino con una contraetiqueta gráfica e informativa. Elaborado por Inma Soler, a quien conviene que seguir la pista.
La Font Voltada 2016, 100% trepat, Abadía de Poblet (40 €)
Una de las referencias tintas más destacadas de la zona por su gran finura, frescor y equilibrio.
Torres Grans Muralles 2016, cariñena, garnacha, querol, monastrell y garró (174 €)
Una de las grandes referencias de Torres y el primer vino en el que experimentaron con variedades ancestrales.