Debido a la extensión relativamente pequeña de las tres regiones no se puede hablar de bodegas grandes. Las de mayor peso cuantitativo no van más allá de las 600.000 botellas en Gipuzkoa y alrededor de las 300.000 en Bizkaia y Álava. En general, dominan las bodegas familiares y también existe la figura del pequeño viticultor que elabora únicamente con sus propios viñedos. Los ejemplos de productores que apuestan por la viticultura integrada o la certificación ecológica son escasos, pero muy reveladores de los retos que deben afrontar estas zonas con altos índices de pluviometría y humedad.
Txomin Etxaniz. Con 600.000 botellas de producción anual y una disponibilidad bastante amplia, es muy probable que el primer contacto de muchos consumidores con ese txakoli con un punto de carbónico haya sido a través de esta bodega que ofrece un buen ejemplo de la tecnificación del txakoli. Con casi todos sus viñedos emparrados, la vendimia es manual, pero tienen posibilidad de hacer selección óptica para elaboraciones especiales o en años en los que la uva puede llegar más tocada. Los prensados, que siempre incluyen algo de uva tinta, duran poco más de una hora, y todos los mostos se homogeneizan antes de fermentar con levaduras comerciales o seleccionadas de sus viñas (usan cuatro diferentes en total). Dejan entre cuatro y cinco gramos de azúcar, lo que, sin duda, da un toque más comercial al vino. Tras la fermentación en frío, se cierran tanques para conservar el carbónico residual que siguen manteniendo durante el embotellado trabajando a dos grados bajo cero.
Más allá de su txakoli básico, elabora también un rosado y el TX en madera (estos tres se presentan en formato rin), así como un dulce ligero con unos 80 gramos de azúcar residual muy apropiado para tomar como aperitivo. Sin apenas presencia de azúcar, los dos espumosos Eugenia (blanco y rosado) resultan más secos y muy equilibrados. La bodega actual, rodeada de viñedos con vistas al mar, goza de una ubicación privilegiada, aunque, en tiempos del abuelo, los vinos se elaboraban en el centro del pueblo junto a la iglesia. La familia se enorgullece de un documento de 1649 en el que su antepasado Domingo de Echaniz ponía su viñedo como aval para un crédito. Estos son sus descendientes.
Ameztoi. Situada unos metros más arriba que Txomin Etxaniz, es la otra gran firma de Getaria, con similar extensión de viñedo (unas 50 hectáreas) y producción. Este año han abierto un pequeño hotel con cuatro habitaciones y sala de catas con un fantástico mirador a las viñas y al mar. En su gama tiene especial peso el rosado Rubentis (100.000 botellas) en cuya elaboración fue pionero, pero el 95% se va a Estados Unidos, al igual que las pocas botellas que hace del tinto Stimatum, fresco, ligero y muy fácil de beber (el mercado manda en los tapones, que son de rosca). Probamos también el Extra Brut Hijo de Rubentis 2016, un espumoso que se expresa en clave herbácea pero que se mantiene muy entero y sin apenas evolución, lo que habla muy bien del potencial de la zona para lanzarse al mundo de las burbujas. Más info.
Gaintza. Ubicada en el barrio de san Prudencio de Getaria, se distingue por embotellar por separado uno de sus viñedos más viejos que etiqueta como Aitako Cepas Centenarias, un vino que merece la pena probar por su mayor concentración y marcada salinidad dentro del estilo de txakolis con carbónico. La tradición familiar de los Lazkano se remonta a la edificación del caserío familiar en 1923, junto al que se encuentra la actual bodega y un pequeño hotel. El vídeo que aparece en su web en el que padres e hijos hablan en euskera y castellano de cómo sienten el txakoli es una excelente carta de presentación no solo del proyecto, sino también de la tradición vitivinícola en esta zona costera. El trabajo en viticultura integrada aporta una seriedad al proyecto. Aquí podéis leer más sobre esta bodega y sus vinos. En la foto, Joseba Lazkano.
Jon Goenaga. Es el pionero de la viticultura ecológica de Gipuzkoa, certificado desde hace 20 años con una sola hectárea en emparrado que plantó el mismo hace tres décadas en Getaria, aunque no empezó a embotellar y a vender el vino hasta hace unos pocos años. Lo suyo es puro convencimiento. “No le veo otro futuro a la agricultura”, dice, tras haber visto la evolución de las prácticas de cultivo de abuelos a padres y la entrada de productos químicos en la viña. Esta filosofía la aplica también en la huerta, en su propia casa, que construyó con materiales reciclados, y en su vida privada porque, aunque resulte imposible de creer, no tiene teléfono móvil. Su secreto en el campo es “conformarse con poco”. Nos cuenta que lo peor, en su zona, es el mildiu, porque anda justo con el cobre y recurre a tratamientos adicionales como los sueros de leche, la ortiga o la cola de caballo. Elabora un único vino, el cítrico y afilado G 1200 en dos versiones, una sin filtrar, que en total no suman más de 4.000 botellas.
Talai-Berri. Las hermanas Itziar y Onditz Eizagirre están certificadas en producción integrada desde el año 2000. Probaron el cambio a ecológico, pero por el alto uso de cobre les pareció mejor continuar como estaban. Su enemigo número uno es la humedad y todo se orienta a combatirla: aclareos, deshojados, despuntes, mantener la hierba corta. Para algunas de estas tareas cuentan con un pequeño ejército de ovejas de un vecino ganadero. “Mantienen la hierba a raya y hacen un deshojado perfecto porque apartan la uva que está agria y se comen la hoja”, dice Itziar. Cultivan 12 hectáreas, entre ellas tres de hondarrabi beltza plantadas en una vaguada que registra dos grados más de temperatura (fueron pioneras en hacer tinto en Getaria). “Tenemos microclimas cada 200 metros”, dice Itziar. Trabajan con levadura natural y elaboran entre 70.000 y 80.000 botellas que incluyen dos blancos, un rosado y un tinto, todos ellos ligeros, agradables, con grado moderado, vibrante acidez y carbónico evidente salvo en el caso del tinto. También apuestan por un aprovechamiento integral: han empezado a hacer vermut (blanco y rojo) con los vinos “más flojos” y vinagre con los que están subidos de acidez y tienen menos grado.
Basa Lore. Situada en Zarautz, permite hacer un pequeño viaje hacia atrás en el tiempo porque es de las pocas bodegas que ha mantenido la elaboración en el caserío familiar con la bodega ubicada en la antigua cuadra. En 1925 talaron una zona de robles que rodeaban el caserío para plantar viñedo y se ha elaborado vino en casa desde 1930. Son fieles al emparrado tradicional, a las variedades locales hondarrabi zuri y hondarrabi beltza y al txakoli con su punto de carbónico. Su vino con lías se presenta en botella burdeos con las mismas redecillas que se usaban en los riojas clásicos. En 2019 hicieron 1.000 litros del Zero, un txakoli sin sulfitos que busca reproducir las elaboraciones de los abuelos. En la foto, Jon y Nerea, cuarta generación de txakolineros.
K5. Creada por el mediático cocinero de Karlos Argiñano junto con algunos amigos de infancia, el día a día está en manos de su hija Amaia y de la enóloga Andrea Vargas. La bodega está en Aia, el municipio más interior de la franja costera. Se trata de una propiedad de 30 hectáreas en suelos graníticos y pizarrosos más una parcela de arenisca, la mitad de bosque y 15 hectáreas de viña plantadas entre 2006 y 2010. Se accede subiendo montaña arriba hasta alcanzar los 300 metros por un estrecho y serpenteante camino. Se abastecen solo de sus propias uvas. Con asesoramiento de Lauren Rosillo (Sedella, Familia Martínez Bujanda), la idea fue siempre elaborar un vino de guarda sin carbónico con 10-12 meses de envejecimiento con lías. Solo unos años después, en la cosecha 2015, lanzaron K-Pilota, su entrada de gama con cinco meses de lías y muy buena relación calidad-precio. Hicimos una interesante vertical de K5 que mostró el buen desarrollo del vino en botella y un carácter común de notas balsámicas que le daba mucha continuidad. La filosofía de guarda se está potenciando con la venta de añadas antiguas a particulares y el embotellado en formato mágnum desde la cosecha 2017.
Hiruzta. Esta bodega ha devuelto la tradición del vino a Hondarribia, un municipio que dejó de cultivar la vid mucho antes de que llegaran las plagas del XIX y cuya desaparición tiene más que ver con batallas y disputas en la frontera con Francia. Es el proyecto de la familia Rekalde con viñedos en producción integrada rodeando una bodega moderna con restaurante incorporado. Los vinos más interesantes son las elaboraciones especiales con el parcelario Nº 3 a la cabeza, un monovarietal de hondarrabi zuri criado tres años con lías en acero inoxidable que ofrece buena definición y persistencia. Interesante también el rosado, fresco y jugoso, y los dos espumosos, muy enteros aún en su cosecha 2016, que se hacen con la vendimia temprana o el “aclareo” del rosado y del blanco de lías Berezi. Hay también un tinto, que consigue conjugar el perfil atlántico con un tanino bien integrado. Más información aquí. En la foto, Karlos Rekalde con su asesora, la enóloga Ana Martín.
Bengoetxe. Iñaki Etxeberria, 64 años, es otro de los pioneros del cultivo ecológico desde que en 2000 y 2001 plantara sus dos viñedos en el municipio de Olaberria, en la Gipuzkoa interior, en una zona en la que existió viñedo históricamente, pero donde se había perdido la tradición. Pensó que sería el primer perjudicado por los productos químicos ya que los tendría que aplicar él. Utiliza levaduras naturales (no tiene problemas para arrancar las fermentaciones) y sus vinos suelen estar por debajo de 50 miligramos por litro de sulfuroso. Cultiva sobre todo hondarrabi zuri con un poco de zerratia y unas pocas plantas de izkiriota (gros manseng). Vendimia todo a la vez con máquina y elabora dos vinos: el básico y vivaz Bengoetxe y Berezi de crianza sobre lías, con más volumen en boca. Todo es acero inoxidable y en total produce unas 25.000 botellas. Ahora mismo está inmerso en la restauración de la parte más antigua del caserío para trasladar allí la elaboración. Más detalles en esta reseña.
Urkizahar. Los viñedos de Luis Javier Oregi y su mujer Igone Arruti tienen muchos puntos en común con Bengoetxe: también están aislados, certificados en ecológico y situados junto a al caserío en el que viven, pero el paisaje, en lo que podría definirse como la Gipuzkoa más profunda y montañosa, es mucho más abrupto. La prueba: los 100 metros de desnivel de su viña de los 350 a los 450 metros. Conscientes de la elección de un sitio extremo, tenían claro que debían diferenciarse del txakoli de Getaria. Con producciones muy pequeñas que oscilan entre las 6.000 y 11.000 botellas, su txakoli Urkizahar es austero, pero puro, directo y con marcada acidez. Desde 2017 han empezado a envejecer una parte en barrica para hacer 1.200 botellas de un Edición Limitada que se presenta en botella borgoña. Más info.
Upaingoa-Marqués de Riscal. Hacer txakoli en su pueblo natal de Oñati fue el sueño tardío del empresario guipuzcoano Juan Celaya, el que fuera presidente y propietario de la empresa de pilas Cegasa. A principios de los 2000 había plantado viñas en los alrededores del espectacular caserío de Upaingoa y se había embarcado en la aventura de elaborar un vino blanco con vocación de guarda. De hecho, en su día se presentó a la prensa especializada madrileña con una cata vertical de sus primeras cuatro añadas 2009-2012. Ahora el proyecto ha encontrado la continuidad necesaria gracias a una alianza con Marqués de Riscal, que gestiona la elaboración y comercialización. Luis Hurtado de Amézaga está aplicando toda su experiencia de blancos en Rueda para trabajar de la manera más sostenible posible. “No usamos herbicidas, ya que es vital para mantener la microbiota del suelo, pero el mildiu nos da muchos problemas y es difícil de controlar solo con cobre que, al requerir de muchos pases, es peor para el suelo”, señala. También están estudiando las levaduras que se implantan en las fermentaciones espontáneas y se centran mucho en el trabajo con lías para conseguir untuosidad en el vino. Hay dos etiquetas: su entrada de gama Upainberri (unas 8.000 botellas), que se ha elaborado por primera vez en la cosecha 2019 y el Marqués de Riscal (unas 15.000 botellas), que se elaboró por primera vez en 2018. Según Hurtado de Amézaga, las siete hectáreas plantadas por Celaya dan para producir unas 35.000 botellas.
Itsasmendi. Además de ser la gran embajadora del txakoli vizcaíno y de haber marcado el camino del envejecimiento sobre lías con el Itsasmendi 7, su gran aportación viene de la profundización en los diferentes terruños que trabaja a lo largo y ancho de la provincia y que desde hace un tiempo vinifica por separado. Eso le ha permitido por un lado convertir el 7 en una selección de parcelas y, por otro, deconstruir las muchas caras del txakoli, tanto seleccionando las peculiaridades de una añada específica a través de un viñedo particular (es el concepto del top Artizar), como diseñar una gama de vinos parcelarios con marcadas diferencias entre ellos. La nueva bodega que acaban de estrenar en un paraje natural cercano al polígono industrial que les había dado cobijo hasta ahora no hace sino potenciar esta línea de trabajo. La amplitud les permite experimentar con todo tipo de recipientes (ánforas, huevos de cemento, foudres, tinos…) y perfeccionar elaboraciones como las de Batberri, que nació como un blanco de maceración carbónica y ahora ha ganado personalidad orientándose más por el camino de los vinos naranjas. Más info. En la foto, Garikoitz Ríos, socio y director técnico.
Doniene Gorrondona. Ubicada en Bakio, la bodega es toda una referencia en Bizkaia y la mejor representante del txakoli de costa en esta provincia. Su consistente gama de vinos incluye blancos de buen desarrollo en botella y experiencias pioneras de espumoso y txakoli sin sulfitos añadidos. Además, ha realizado un excelente trabajo de recuperación del txakoli tinto que era tradicional en Bakio. Os recomendamos consultar este reciente y extenso artículo sobre la bodega. En la foto, los cuatro socios que componen Doniene Gorrondona.
Gorka Izagirre. Los buenos resultados conseguidos por sus vinos en competiciones internacionales han dado una notable exposición a la marca en los últimos años. En sus inicios, fue una apuesta por construir una bodega de cierto tamaño en Bizkaia que pudiera además dar servicio a pequeños productores. Hoy está centrada en sus propias elaboraciones, con excepción de los vinos de Aitor Atutxa, un productor con un viñedo de gran personalidad en Dima, a caballo entre los parques naturales de Gorbea y Urkiola, al que también compran uvas (muy recomendables tanto el Garena como el Geroa sobre lías) y de Península Viticultores, su socio en Bodegas Badiola en Rioja, del que hablamos en nuestro artículo de la semana pasada.
La bodega está muy centrada en la hondarrabi zuri zerratia (petit corbou) que representa ya el 60% de sus 40 hectáreas de viñedo. La consideran más adecuada para txakolis envejecidos y representa el 100% del G22 sobre lías y el 42 Zura (el antiguo 42 by Eneko Atxa) que se trabaja en tino de madera. La novedad este año ha sido el lanzamiento del tinto Ilun (oscuro en euskera y el nombre del Dios de la noche), una hondarrabi beltza injertada en 2017 sobre un viñedo de blanco y con solo un tercio del vino criado en barrica de 300 litros. En la foto, Bertol Izagirre y el enólogo José Ramón Calvo.
Oxer Bastegieta. Productor autodidacta, lector de Nietzsche (“no por postureo”) y enemigo de dogmas y protocolos, Bastegieta está detrás de algunos de los txakolis con más personalidad del mercado.
Comenzó haciendo sidra en el año 96, pero le fue mejor con el txakoli que elaboró para el restaurante familiar en Kortezubi a partir de una hectárea de viña que su padre había plantado cerca de las cuevas de Santimamiñe, y que hoy se sigue destinando para Marko, el txakoli familiar, y parte para Loretxoa, su vino criado bajo velo de flor en botas jerezanas. El seductor y equilibrado Gure Arbasoak y Marko Late Harvest, con uvas recogidas en diciembre, completan su gama, que se elabora en las instalaciones de Bizkai Barne, en Orozko. A diferencia de la mayoría de productores de txakoli y en su “búsqueda de la pureza”, todos los vinos de Bastegieta hacen maloláctica y deja que los mostos se oxiden una noche tras la vendimia “como en Borgoña, para que no se oxiden después de la fermentación”. Convencido del potencial de la zona, Bastegieta sigue plantando viña en este rincón de Kortezubi donde ya tiene 7,5 hectáreas pero ahora con el sistema keyline, muy usado en permacultura y que retiene agua y combate la erosión.
Además de txakoli, Bastegieta elabora vino con sus propias viñas en Rioja Alavesa, donde reside desde 2009 y recientemente ha comprado viña en Toro con la intención de lanzar sus propios vinos.
Alfredo Egia. Aunque es uno de los cuatro socios de Bizkai Barne, y elabora en sus instalaciones de Orozko, el proyecto personal de Alfredo Egia nace de viñedos en Balmaseda, una zona fronteriza con el Valle de Mena en Burgos y zona tradicional de cultivo de txakoli hasta principios del XIX.
En el paraje Egia Enea trabaja con dos hectáreas orientadas al sur a 225 metros de altitud y repartidas en tres parcelas plantadas en 2001, principalmente con hondarrabi zuri zerratia más algo de hondarrabi zuri e izkiriota ttipia (petit manseng). La parte más vigorosa está conducida en lira, buscando mayor calidad con más racimos pero más pequeños, y manteniendo los rendimientos entre 6.500-7.000kg/ha. Egia no usa herbicidas desde hace cinco años (“la viña debe adaptarse al medio”, afirma) y apuesta por una mayor identidad de la viña trabajando con levaduras autóctonas, con lías y usando sulfuroso solo en el embotellado.
Además de Egia Enea, su vino principal hecho con hondarrabi zuri zerratia, Egia también elabora Lexardi, su txakoli fermentado en barrica en el que mezcla algo de petit manseng con su variedad favorita. Es un vino que aguanta muy bien el paso del tiempo, como demostró la añada 2013, que probamos a pie de viña y que después de siete años tiene aún una acidez muy marcada.
Admirador de David Bowie, Egia ha llamado a su nuevo vino Rebel Rebel. Elaborado bajo los preceptos de la biodinámica, este coupage de zerratia y petit manseng es un txakoli con acidez y notas de pipas tostadas que fermenta en barrica y ánfora con maloláctica parcial antes de seguir el proceso oxidativo en inoxidable. La vinificación es bastante parecida a la de Hegan Egin, un txakoli afilado y sápido, de la misma viña que Rebel Rebel, y que elabora junto a sus amigos Guillermo Iturriondobeitia, de Bizkai Barne e Imanol Garay, productor vasco afincado al otro lado de la frontera.
Ulibarri. La actividad principal de los hermanos Iker y Asier Ulibarri no es el vino sino el queso. Tanto ellos como sus 250 ovejas de raza latxa viven a caballo entre el municipio de Okendo, en la provincia de Álava, donde elaboran sus quesos de temporada, y Gordexola en Bizkaia. Aquí, en el año 2000, compraron los pastos que tenían arrendados con su correspondiente caserío donde había existido viña (encontraron un arcón con botellas de los años sesenta y setenta) y plantaron algo más de dos hectáreas de hondarrabi zuri zerratia (mayoritaria) y hondarrabi zuri. Para Iker, que se encarga del vino, lo mejor de esta aventura es que empezó sin vicios y de forma ecológica desde el minuto uno. Para ello se formó en Irouleguy, contó temporalmente con asesores de Burdeos y se empapó de libros de biodinámica. “Me gusta mucho observar la naturaleza y ver cómo se comporta. Nunca hay que hacer las cosas de forma mecánica a menos que tengas un buen maestro al lado”, señala. El respeto a lo que da el campo hace que pueda tener muchas diferencias de producción de un año a otro en función del cuajado (de 4.000 a 7.000 kg/ha) y también de graduación alcohólica con vinos que pueden llegar a alcanzan los ¡15% vol.! en 2018 y 2014 por ejemplo. “En cosechas cortas con malas floraciones la uva madura mucho, pero los vinos siguen teniendo acideces que llegan a ocho gramos litro en tartárico”, señala Iker.
Son apenas 8.000 botellas que parten de tres elaboraciones distintas: en inoxidable sin lías y con lías, y en barrica. La primera se embotella como Ulibarri y con la mezcla de las otras dos elabora Artzai, su txakoli de guarda (probamos un excelente 2004 con gran frescura y volumen en boca, y 15% vol.). Los vinos tienen una gran pureza, aunque los cambios entre añadas pueden descolocar a quien quiera encontrar siempre el mismo patrón en la copa.
Hasi Berriak Wines. Nuevos comienzos es la traducción al castellano del proyecto de Dabit Zabala y Arkaitz Gabantxo, dos ingenieros que se ganan la vida con su profesión pero cuya gran pasión y vocación es la vitivinicultura, a la que dedican todo su tiempo libre. Trabajan dos parcelas en los alrededores de Gernika, una en Errigoitia (2 Ha), a 400m y de maduración más tardía, y otra en Mendata (1,6 Ha), al otro lado del valle y plantada por el padre de Dabit en 1998 en tierras del abuelo. Hondarrabi Zuri es su variedad mayoritaria, seguida de hondarrabi zuri zerratia, más algo de hondarrabi beltza, riesling y chardonnay.
Cuentan con la asesoría de Iñaki Kamio, un consultor con mucha experiencia en bodegas de Getaria, pero en el día a día es Arkaitz quien se encarga de la viña mientras que Dabit pasa las horas en la bodega-garaje en Ibarrangelua, en la reserva de Urdaibai, cuya “sala de catas” es un mirador al aire libre con espectaculares vistas al Cantábrico y a la isla de Izaro.
El vino principal y más joven de Hasi Berriak es Menpe, un coupage fresco y limpio de las dos variedades principales cuya etiqueta, diseñada por ellos mismos, es un homenaje al padre de Dabit, que siempre llevaba una gorra como la que adorna las botellas. Nekazari es un original y equilibrado txakoli criado 10 meses en inox y en una pequeña ánfora de barro francesa mientras que Baserritar se trabaja con lías en inox y tino de roble buscando una oxidación controlada y volumen. Completa la gama de producciones limitadas Arotz, con crianza en barrica de segundo uso, y un fresco y afilado espumoso ancestral, todavía reposando en botella, que confirma el potencial de la costa vasca para elaborar espumosos de calidad. Hasi Berriak es un proyecto joven e interesante al que merece la pena seguir la pista.
También os recomendamos echar un vistazo a nuestra reseña sobre Berroja, un interesante txakoli de finca ubicado en la reserva del Urdaibai y cuyo blanco sobre lías goza también de una notable evolución en botella.
Astobiza. Aunque la bodega no se construyó hasta 2007, las viñas que producen los vinos de Astobiza se comenzaron a plantar en 1996 en Okondo, un municipio a unos 30 kilómetros al suroeste de Bilbao en el valle de Ayala. Hoy en día cuentan con 14 hectáreas en propiedad: siete en los alrededores de la bodega, sobre suelos arcillo-calcáreos y arena y rodeadas de bosque, y otras siete más en las localidades cercanas de Olabezar y Menagarai, donde también compran uva a pequeños viticultores. De la elaboración -unas 90.000 botellas en total- se encarga la enóloga vasca Ana Martín, con larga experiencia en las tres denominaciones de txakoli.
Domina la variedad hondarrabi zuri, pero también cultivan algo de hondarrabi zuri zerratia y poco más de media hectárea de gros manseng trabajadas de la manera más sostenible posible, sin herbicidas y minimizando los tratamientos. Toda la vendimia se realiza de forma manual. Astobiza es el txakoli principal de la bodega y busca transmitir el perfil varietal de la hondarrabi zuri mientras que Malkoa, que se cría en huevos de hormigón, es su vino de guarda. En preparación está una versión de Malkoa que acabará la crianza en barrica y que saldrá al mercado como Malkoa Colección Privada. Gracias a la inquietud de Jon Zubeldia, gerente y miembro de la familia propietaria de Astobiza, la bodega elabora también un rosado, un vendimia tardía así como un vermut y una ginebra. Más información en esta reseña.
Bat Gara. Uno de los productores más dinámicos de la más pequeña y joven de las tres zonas de producción de txakoli, Bat Gara (somos uno, en euskera) posee seis hectáreas de viñedo entre bosques de roble y pino en Lezama, un municipio alavés en las inmediaciones de Amurrio, entre la Sierra Salvada y las estribaciones del Monte Gorbea, con clima atlántico -aunque con alguna influencia continental- y precipitaciones abundantes (unos 900 mm).
Asesorados en sus inicios por Roberto Oliván (Tentenublo, Rioja Alavesa), Bat Gara lo forman José Cruz Guinea, co-propietario del restaurante Bideko en Amurrio y el ganadero y viticultor Txema Gotxi, que se encarga también de la elaboración. Su vino principal, Uno, destaca por su buena evolución en botella. Se hace con las tres variedades que cultiva Bat Gara: hondarrabi zuri, hondarrabi zuri zerratia y riesling. Como en el resto de elaboraciones, cada parcela fermenta por separado y con sus propias levaduras y se crían en una variedad de recipientes que incluyen inox y barricas de castaño, roble y cerezo. Bajo la marca Bat Gara se embotellan vinos más experimentales y ediciones limitadas de una o dos barricas en las que Gotxi da rienda suelta a sus inquietudes. De momento ha elaborado un espumoso ancestral, dos blancos (uno de ellos oxidativo), un tinto y un vino naranja. Más información en esta reseña.
Tantaka Wines. A partir de cuatro fincas familiares en Artomaña y Delika, junto al impresionante salto del río Nervión en el valle de Arrastaria, el párroco Juanjo Tellaetxe lanzó al mercado Tantaka (Gota a gota, en euskera) en la añada 2017. Experiencia no le faltaba: antes de emprender su proyecto en solitario, Tellaetxe fue uno de los socios de Bat Gara. Sus cinco hectáreas de viñas, las más viejas con diez años, están plantadas principalmente con hondarrabi zuri y zerratia, así como algo de riesling y chardonnay, y una hectárea de hondarrabi beltza, una variedad de la que Tellaetxe recuerda ver parras en la casa familiar y que crece bien en esta zona más seca, donde la viña ocupaba el 60% del valle a mediados del siglo XIX.
Tellaetxe trabaja con tractor aunque vendimia a mano, desbroza la cubierta vegetal a mano y trata sus viñas con cantidades limitadas de cobre, azufre, cola de caballo y sauce. Los rendimientos de entre 6.000 y 7.500 kg/ha son bajos para lo permitido en la zona (13.000kg/ha). En su bodega en un polígono industrial de Amurrio elabora un interesante tinto criado en barrica francesa (apenas 300 botellas) así como tres blancos. Tantaka es un hondarrabi zuri de perfil fresco al estilo del interior, sin carbónico, y con lías mientras que el más voluminoso Tantaka Selección se hace con hondarrabi zuri y un 20% de zerratia. En breve saldrá al mercado otro Selección, con cápsula verde, que sustituye la zerratia por riesling consiguiendo una interesante dimensión aromática.
Izar-Leku. Una de las grandes sorpresas de los últimos tiempos en el País Vasco, Izar-Leku es un proyecto enfocado exclusivamente a la elaboración de espumosos. La iniciativa parte de la colaboración entre dos productores de referencia en los ámbitos de la sidra y el vino respectivamente como son Zapiain y Artadi, y se estrenó con la cosecha 2015. Tienen un acuerdo para elaborar en la antigua bodega de txakoli Santarba, en Zarautz, tras la jubilación de su propietario, y trabajar 1,2 hectáreas, todas ellas emparrados tradicionales, en tres parcelas cercanas a la bodega entre las que discurre el Camino de Santiago del norte. Por la falta de espacio, la crianza sobre lías se ha estado haciendo en la bodega de las instalaciones de Artadi en Álava, pero desde la añada 2019 esperan llevar ya el distintivo de DO Getariako Txakolina.
Mikel Zapiain y Carlos López de Lacalle han tenido que aprender rápidamente sobre viticultura atlántica. En el futuro quieren llegar a ser ecológicos, como el resto de bodegas de Artadi; el primer paso ha sido eliminar herbicidas y ahora están en proceso de fortalecer las defensas de las plantas para poder iniciar la conversión a orgánico.
El asesoramiento de Raphäel Bérêche de Champagne les está permitiendo ganar finura y precisión en el vino. A Bérêche, que ha hecho los ensamblajes desde la cosecha 2016, le llama especialmente la atención la salinidad y los altos índices de málico de la zona por lo que están realizando malolácticas parciales. Una parte del vino base que no supera el 40% fermenta y se cría en barricas usadas de roble francés. La crianza con lías es de 18 meses, pero la idea es aumentar hasta los 24. Lo cierto es que hay tensión y vitalidad de sobra para aguantar envejecimientos más largos. Después de catar juntas las cosechas 2015, 2016 (actualmente en el mercado), 2018 y 2019, no solo queda claro el alto nivel de calidad que pueden alcanzar los espumosos en las regiones del txakoli, sino su enorme personalidad, totalmente diferenciada de la de los espumosos mediterráneos catalanes.
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