Jon Aseginolaza y Pedro Leunda son dos amigos vascos amantes del vino (Jon nació en Donostia-San Sebastián; Pedro en Orio) que estudiaron biología en la Universidad de Navarra. Jon se licenció después como ingeniero técnico agrícola y se ha dedicado profesionalmente a la consultoría ambiental; Pedro hizo un doctorado en ictología (la rama de la zoología dedicada el estudio de los peces) y ha trabajado en el ámbito de la empresa pública. Hace unos años, Pedro atravesaba un momento de desánimo y le recomendaron hacerse con una pequeña huerta para tener su propio espacio de desconexión. Entonces surgió la oportunidad de comprar Santa Zita.
Santa Zita es una parcelita situada en San Martín de Unx, en la Baja Montaña navarra. Cuenta con una caseta, una viña de garnacha en vaso con plantas que van de los 30 años a ejemplares casi centenarios, varios olivos intercalados entre las cepas, una higuera, un nogal y el característico surtido de plantas aromáticas mediterráneas (tomillo, hinojo...). El pequeño universo de entretenimiento del jubilado guipuzcoano que les vendió la propiedad no era precisamente una huerta, pero se convirtió en el germen de uno de los proyectos vinícolas más interesantes que han aparecido en Navarra en los últimos años.
“Empezamos en el vino de manera amateur, prácticamente como consumidores”, explica Jon Aseginolaza. “Elaboramos por primera vez con la viña de Santa Zita en la cosecha 2016: Dimos el vino a probar a los amigos y gustó. Dani Corman [sumiller con mucho predicamento en San Sebastián y propietario de la tienda de vinos Essencia] nos recomendó que solicitáramos el registro embotellador y ahí nos dimos cuenta de que había un nicho para este tipo de vinos”.
Al año siguiente, elaboraron dos parcelarios más, Kauten y Camino de la Torraza, y su primer ensamblaje de parcelas: el Cuvée. Teniendo en cuenta que entre todas las etiquetas no superaban las 3.000 botellas, consideran que su “llegada” al mercado se produce con las cosechas 2018 (casi 5.000 botellas) y 2019, cuando se acercan ya a las 10.000 y siguen ampliando la gama. La progresión ha sido importante desde entonces y, aunque están alquilados en una bodega de San Martín de Unx, cuentan con seis hectáreas entre propias y arrendadas, y en esta última vendimia esperan dar el salto a las 30.000 botellas. El límite de crecimiento lo ponen en 50.000.
Los vinos se venden sin indicación geográfica. Como el proyecto surgió de una afición, la dinámica de la denominación de origen les resulta un poco ajena. Algunas viñas viejas de las que se surten estaban en estado de semiabandono, no figuraban en el registro vitícola y han tenido que ir regularizándolas poco a poco. Así que aún les queda burocracia por delante. Pese a todo, no descartan ser parte de la DO Navarra en el futuro.
El motor de Aseginolaza & Leunda es una curiosidad infinita por explorar distintos suelos y localizaciones en la zona norte Navarra. La garnacha es su uva de cabecera porque “es muy plástica y enseña mucho los sitios”, apuntan, aunque también trabajan tempranillos y viuras que conviven con ella en algunas de las parcelas que tienen arrendadas. Aunque no muy abundante en la zona, su segundo amor es la mazuelo (cariñena), especialmente desde que realizaron una exitosa cofermentación con garnacha a partir de un viñedo de Azagra, población más meridional que queda dentro de la vertiente navarra de Rioja.
Aunque el punto de partida fue San Martín de Unx, su presencia en este municipio tan garnachero se limita a la viña Santa Zita. Gran parte de las uvas de las que surte Aseginolaza & Leunda proceden de parcelas arrendadas en Dicastillo y pueblitos de su entorno como Allo y Arellano, en la subzona de Tierra Estella, a unos 50 kilómetros al noroeste de San Martín. En esta zona, el juego de suelos y altitudes a medida que se asciende por la ladera sur de Montejurra es particularmente interesante. Para Jon Aseginolaza, Dicastillo da algo más de frescura por su mayor pluviometría, sus suelos y orientaciones; lo describe una combinación de fruta roja y la sapidez de la caliza de los suelos.
La tranquilidad que reina a las nueve de la mañana en la viña La Hoya un día de mediados de septiembre es un antídoto contra el estrés y la apatía. Con las uvas ya vendimiadas, las hojas brillan con un verde juvenil e intenso. Pero la situación era muy diferente unos días atrás. 2023 estaba siendo una añada relativamente fresca en las regiones vitícolas del norte de Navarra hasta que la última ola de calor de agosto, con fuertes insolaciones y temperaturas nocturnas altas, produjo episodios de pasificación. Las lluvias de septiembre (hasta 200 litros en la primera quincena en Dicastillo) aliviaron a la planta, pero llegaron tarde para provocar un efecto beneficioso sobre los racimos.
Situada a unos 500 metros de altitud, a los pies del municipio, La Hoya es una parcela septuagenaria de 1,8 hectáreas con un tercio de garnacha, un tercio de viura y otro de tempranillo. Su propietario recuerda que la vio plantar cuando era muy niño y que trajeron púas de Bargota, otro municipio de la Rioja navarra. Sus uvas se destinan a los tintos de entrada de gama Birak y Matsanko y parcialmente para el Cuvée.
Jon y Pedro se comunican indistintamente en castellano o en euskera, y han elegido nombres vascos para gran parte de sus vinos. Birak quiere decir vueltas o recorridos, una idea que les sirve para explicar los quebraderos de cabeza que les da el tinto más asequible (8 €) y frutal de la gama con un 12% de tempranillo de La Hoya, y garnacha de este viñedo y de Olite, más otras uvas que compran a terceros.
Matsanko (quiere decir racimo entero) es un homenaje a los vinos de cosechero de maceración carbónica. Técnicamente es un field blend del viñedo de La Hoya en el que la tempranillo representa el 85% y va acompañada de viura y garnacha. Con nueve meses en roble francés usado (que es su opción habitual de crianza), es el tinto más consistente en boca, con taninos bien envueltos, fresco, pero también el que más se desmarca en estilo y línea argumental de su universo garnachero.
No ocurre lo mismo con el Cuvée, una selección de las mejores barricas de Birak con interesantes ingredientes adicionales. Aquí la tempranillo apenas representa un 5%, pero junto a la garnacha mayoritaria (jugosa y con herbales frescos), aparece un 20% de mazuelo de Alberite (esto sí es Rioja, pero son las ventajas de trabajar fuera de DO) que aporta un chorro de energía y matices de fruta azul. “El vino no siempre tuvo mazuelo”, confiesa Pedro, “pero Jon no paró hasta conseguirlo”. Y hay que ver lo bien que funciona. Por 18 € en España, muestra bastante mejor que los anteriores el territorio estilístico y conceptual en el que se mueve esta pareja de productores. Especialmente en la añada 2021, que tiene una frescura y un punto vibrante adictivo.
Por un poco más de presupuesto, Cuvée Las Santas (menos de 1.500 botellas en la añada 2020, 24 €) combina las parcelas más frescas y de mayor altitud con las que trabajan. El vino nació en 2019, una añada muy corta y con muy poca uva para parcelarios, por lo que decidieron juntarlo todo. El popurrí de localizaciones actuales incluye municipios de Valdizarbe como Barásoain o Muruzábal, pero también la viña de Distingo, situada a más de 600 metros de altitud en las laderas de Montejurra; una parcela un tanto anárquica, pero aislada, llena de encanto y enmarcada por bosques. Para Pedro y Jon, éste es el nivel en el que las garnachas “bailan en la boca”. Lo cierto es que en Las Santas aparece con fuerza la evocación del paisaje (fruta en licor, herbales fragantes), la textura se vuelve más refinada y sedosa, y se alarga el final de boca con notas de pimienta blanca.
Pedro y Jon se declaran obsesionados por hacer vinos que se beban bien, con más verticalidad que volumen. La orientación, desde su punto de vista, marca mucho. Ven grandes diferencias entre exposiciones norte y sur en San Martín, y este y oeste en Dicastillo. “Los nortes y estes dan vino más finos y complejos”, explican. También distinguen entre las zona este y oeste del norte de Navarra: con más influencia atlántica en los viñedos que se cultivan en la segunda, a los pies de las sierras de Urbasa, Lóquiz y la propia Sierra Cantabria, lo que se corresponería con la subzona de Tierra Estella y Valdizarbe; y más carácter mediterráneo en los de la Baja Montaña, al este, que miran a los Pirineos.
El aprendizaje de estos años los ha llevado a vendimiar antes, a tener menos reparos con el uso de raspón y de racimos enteros, y a buscar grados alcohólicos más moderados frente a los casi 15% vol. de sus primeras añadas. En Santa Zita, la primera viña que brota, la fecha de recogida de uva ha pasado del 6 de octubre en los albores del proyecto al 30 de agosto en 2023.
Al trabajar con menos grado y uvas crujientes aparecen notas cítricas, florales, se pierde la fruta negra y es fácil que aparezca la violeta. Ahora se plantean cuál es el límite de la expresión de la garnacha, una variedad que concentra gran cantidad de azúcares de forma natural. “En 13,8% encuentras muchos matices, pero por debajo empiezan a aparecer carencias”, advierte Jon. Del raspón han descubierto que “la fermentación es más estable, resulta más natural, arranca mejor y no se dispara la temperatura, aunque luego dé más trabajo para prensar”, según Pedro. Esto no quiere decir, sin embargo, que los vinos sean abiertos de color o faltos de estructura.
Una de las expresiones más poderosas de la gama la ofrece Camino de Santa Zita (25 €). El vino que sale de lo que bien se podría llamar la “viña cero” tiene en la cosecha 2021 el punto evocador que cabe esperar de las garnachas más altas de gama, pero el elemento diferencial es la tensión en el paladar y un tanino tizoso que despierta la curiosidad de cómo evolucionara en botella. Aunque aparecen notas de hierbas, hay toques florales y especiados que aportan complejidad y que se desmarcan un poco del perfil mediterráneo de las garnachas de San Martín de Unx. Quizás influya la exposición noreste o las lastras de arenisca sobre las que se asienta el viñedo y que no son muy diferentes, apuntan, a las que se encuentran en Laguardia, uno de sus pueblos favoritos de Rioja Alavesa. La latitud, a fin de cuentas, es muy similar.
El problema con los parcelarios es que se elaboran en cantidades casi anecdóticas que rara vez superan las 500 botellas. Santa Zita es la más regular y la única que probé en mi visita. Camino de Otsaka, que se ha hecho en 2016, 2018 y 2021, procede de un viñedo minúsculo de 0,2 hectáreas de cepas viejas en vaso situado en Barásoain (Valdizarbe). Camino de La Torraza fue el vino que les ayudó a descubrir la mazuelo gracias a un viñedo de Azagra que ofrecía una mezcla natural con un 30% de garnacha. Ha salido al mercado en 2017, 2018 y 2020, pero no se ha elaborado en 2019, 2021 ni 2022.
No pude probar Kauten (14 €), uno de sus vinos más conocidos y otra excepción, no por el uso de una variedad diferente, sino por tratarse de un viñedo en espaldera relativamente joven que tienen en propiedad. Aquí el mayor interés es el suelo y la ubicación: una terraza de la cuenca alta del Cidacos en una de las zonas más elevadas de Olite sobre suelos arcillo-calcáreos, pobres y con alternancia de zonas pedregosas. La finca tiene el exotismo de contar con una malvasía italiana de corte aromático con la que hicieron una elaboración experimental. Este tipo de rarezas se van a la serie Beltza (negro en euskera y con etiquetas de este color), una gama experimental en la que también han elaborado monovarietales de tempranillo y syrah.
El que sí forma parte de la gama desde 2019 es Txuria (blanco en euskera, 15 €, unas 3.500 botellas), una viura que se trabaja al 50% en acero inoxidable y roble francés. Se elabora en parte con uvas de La Hoya y en parte de Andosilla (Rioja navarra) y merece la pena por su toque cítrico fresco, y carácter sápido y sabroso. Es, junto con el Cuvée, la mejor relación calidad-precio de la bodega.
Así que el reinado de la garnacha no impide ver otros bosques. Aunque ellos dan la voz de alarma: “Cada vez quedan menos garnachas buenas en vaso en buenos sitios”.