Con sus imponentes casas solariegas y palacios, buena parte de la riqueza arquitectónica del casco histórico de Labastida se creó en el siglo XVIII gracias al vino. Manuel Quintano, el clérigo visionario que intentó, sin éxito, adoptar el método bordelés de elaboración para mejorar la calidad del vino, vivió en uno de ellos, en una época en que la villa alavesa llegó a contar con tres barrios de bodegas y más de 300 cosecheros.
A mediados de los años 60, la creación de la cooperativa acabó prácticamente con la figura del cosechero en Labastida, pero en los últimos años, quizás azuzados por ese orgullo de pueblo enraizado en la viña pero sobre todo por la situación actual, un puñado de viticultores y jóvenes del pueblo han decidido dar el paso y lanzarse a elaborar sus propios vinos. Como en el caso de los viticultores cuya historia aparece en la primera parte de este artículo, los nueve hombres de los que escribimos hoy trabajan en dos proyectos bien distintos entre sí pero ambos cuentan con el apoyo de dos conocidas bodegas de Labastida.
De momento, no hemos encontrado mujeres que estén empezando y tenga la ayuda de padrinos o madrinas. Quizás habría más, si como dicen los protagonistas de estos artículos, se redujera el papeleo y las trabas administrativas a las que se enfrentan los jóvenes que quieren hacer vino, y se les ayudara con incubadoras o dando facilidades a bodegas consolidadas para que apadrinen proyectos pequeños.
Figura de referencia en el vino español con proyectos en más de media docena de regiones de todo el país, lo último que necesitaba Telmo Rodríguez era seguramente involucrarse en una nueva iniciativa con viticultores de Labastida, pero le pudo el convencimiento de que las bodegas tienen una responsabilidad con su entorno y la obligación de no dañar la estructura tradicional de pequeños viticultores en una zona histórica como Rioja.
Instigador de la viticultura de calidad, Telmo se reunió después de la vendimia de 2019 con Alain Quintana y Jorge Gil, ambos proveedores de uva para Lindes de Remelluri, y les propuso buscar a más buenos viticultores locales que se quisieran sumar y hacer vino con sus mejores viñas y, de paso, ganar mucho más dinero que vendiendo esas uvas a las bodegas.
“Su única exigencia fue que le dejáramos que nos ayudara en todo, desde la viña hasta la comercialización y la comunicación”, indican los viticultores. “Nos dijo que si veía que las uvas valían para el proyecto, se quedaban. Si no valían, nos las pagaba a precio de Lindes, es decir a un buen precio, y se las quedaba él. Era una apuesta segura para nosotros. Desde el primer momento han sido todo facilidades y no hemos tenido que poner nada, aparte de la uva”.
Además de Alain, de 25 años y Jorge de 48, en el proyecto de apadrinamiento que comenzó en plena pandemia con la cosecha 2020, están Iñigo Perea (31), Luis Salazar (41) y Alberto Martínez (46). Los cinco son hijos y nietos de viticultores de Labastida, pero aunque algunos no se conocían entre sí, han conseguido formar un grupo bien avenido en el que todos están a gusto y se echan una mano entre ellos cuando hace falta.
De izq. a dcha. Iñigo Perea, Alain Quintana, Jorge Gil, Luis Salazar y Alberto Martínez
"Es muy ilusionante e importante que los hijos de viticultores den un paso adelante. Hay un movimiento bonito de gente joven ahora en Rioja y lo bueno es que si éstos animan a otros se va creando una especie de tejido en la comarca”, asegura Telmo, quien siente la responsabilidad de que este proyecto sea un éxito y por eso avanza con paso firme pero pausado y sin darle publicidad. “Llevamos tres años con esto, y yo veo que los cinco están muy motivados y cada vez trabajan mejor. Cada uno está en una zona diferente del pueblo y ellos mismos van viendo cómo van creando un mapa con los términos de Labastida”.
Los viticultores conocen bien sus viñas y saben cuál es más fresca, más pobre o más húmeda, pero reconocen que han mejorado desde la vendimia de 2020. “Cuando vendes la uva empiezas a cosechar en las zonas más bajas y vas subiendo, pero para este proyecto hemos aprendido a identificar y precisar mucho mejor la ventana de vendimia”, confiesa Alain.
De este grupo, algunos como Alberto o Luis ya habían hecho vino antes, porque han sido cosecheros. En el caso de Alain, además de estudiar enología y haber trabajado en Remelluri, ha estado en vendimias en Borgoña y California y elabora tres vinos de viñas familiares (Los Quintana, Aletheia y Tazaplata) en un espacio que le dejan en Bodegas Mitarte. Al margen de sus experiencias previas, los cinco se dejan asesorar en temas de vinificación por Telmo y su equipo en Remelluri. “Hemos ido afinando la elaboración en función de las necesidades de cada vino. El perfil de los vinos se mantiene en las tres añadas que llevamos pero cada uno de los cincos vinos es diferente y los podemos identificar claramente”, aseguran orgullosos.
Todavía no hay fecha de lanzamiento, pero lo que sí se sabe es que la primera añada de los cinco de Remelluri verá la luz este año. Cada viticultor tendrá su nombre y el de su parcela en la etiqueta pero con una estética compartida para darle fuerza al proyecto.
La Granja de Nuestra Señora de Remelluri, en Labastida
Desconocen a cuánto se va a vender la botella (“de dinero ni hemos preguntado ni se ha hablado”, dicen), pero todos, y especialmente Iñigo y Jorge, cuyas familias siempre vendieron la uva, están muy felices de poder hacer su propio vino. “Cuando vamos a catar a la bodega y yo me llevo lo que ha sobrado de la botella, llego a casa con muchísima ilusión”, confiesa Iñigo, que vivió épocas malas cuando la cooperativa dejó de pagarle las uvas. “Ninguno nos hemos metido en esto pensando que vamos a hacernos millonarios”. Alberto, que vendió su propio vino de cosechero hasta 2005, añade: “Podemos tener el mejor vino del mundo, pero ¿dónde íbamos a vender nosotros esas botellas?”
Todos secundan las palabras de Iñigo y Alberto y añaden que lo importante es estar bajo el paraguas de Telmo y Remelluri, en quienes confían plenamente. “Telmo es diferente a mucha gente de aquí; tiene otra filosofía de la vida. Y Remelluri es una bodega que cultiva como dice que lo hace. Las Beatas es tal y como lo cuentan: los bancales, los melocotoneros, el entorno. Y con nosotros es igual; todo se está desarrollando tal y como nos lo presentó”. Y añaden: “En un sector donde hay mucha mentira y mucho vendehumos, podemos decir bien alto que en este proyecto lo que hacemos es verdad”.
Luis cree que esta iniciativa con Remelluri les puede dar más herramientas para defender lo suyo frente a otras bodegas con muchos más recursos. “Ya no nos ofrecen las viñas colindantes como se ha hecho siempre. Es cierto que se puede pedir un retracto pero nadie quiere meterse en líos con productores poderosos a los que igual también les vendes la uva”, explica el viticultor.
Para Telmo, ésta es una de las grandes amenazas para que perdure esa Rioja de pueblos y viticultores. “A las bodegas industriales antes no les interesaba la viña y compraban uva barata. Pero ahora estas bodegas están comprando mucha viña y poco a poco van ahogando los pueblos, cambiando el reparto de la tierra. Esto en Francia se regula para evitar monopolios. Aquí por supuesto ni lo olemos, pero así se está acabando con la viticultura tradicional”.
Telmo Rodríguez, en Remelluri
El hecho de que no se tengan en cuenta las horas que echan en el campo y las condiciones y el precio al que les pagan la uva son temas recurrentes en la conversación de los viticultores, pero este proyecto les ha abierto a todos una ventana de esperanza para hacer mejor viticultura y con menos estrés. “Nosotros sabemos de sobra cómo traer las mejores uvas y nos gustaría hacerlo. Si conseguimos poner en marcha esta rueda y vender 3.000 o 4.000 botellas, quizás eso nos permita llevar menos cantidad de hectáreas y trabajarlas mejor, en ecológico”.
A pesar de que como dice Jorge, él lleva el doble de viña que su padre pero no vive dos veces mejor, todos sin excepción dicen que serían otra vez agricultores si volviesen a nacer. Eso sí, aunque todos han seguido formándose, habrían ampliado sus estudios en viticultura e idiomas o viajado a trabajar a otras zonas vinícolas.
“La Escuela de Viticultura que había en Laguardia fue la cantera para la mayoría de los cosecheros de Rioja Alavesa que hoy tienen entre 50 y 60 años”, explica Alberto. “Esa escuela dejó de existir y hay un vacío entre los años 2000 a 2020 para quienes no tenían la actitud o las capacidades para ir a la universidad pero sí podrían haber hecho un grado superior que les permitiera tirar adelante con las viñas familiares y desarrollar esa inquietud”.
Los cinco coinciden en que sin apadrinamiento u otra ayuda es difícil para un joven empezar a hacer vino. “Si el Gobierno Vasco creara un vivero en Leza, Laguardia o Labastida, con unas instalaciones básicas para que los viticultores tengan la posibilidad de hacer su vino, costaría la mitad de dinero a los contribuyentes vascos que Viñedos de Álava y se conseguiría dar salida a muchos nuevos proyectos”, afirma Jorge.
Ellos son conscientes de que estar al abrigo de Remelluri no va a ser para toda la vida pero van día a día. “Los cinco estamos unidos y tirando para arrancar algo que dé un fruto bonito. Si conseguimos consolidar bien el proyecto, será gracias a Remelluri y Telmo, que lo han impulsado y nos han dado los medios. Después ya hablaremos de seguir por nuestra cuenta, pero de momento, vamos a preocuparnos de hacerlo bien”.
Fueron los primeros en salir al mercado y han nacido al abrigo de Bodegas Tierra gracias al impulso de Carlos Fernández. Detrás de Tronado Wines están Guillermo Fernández y Catalin Grad, ambos trabajadores de la bodega, mientras que Área Pequeña es la marca de los hermanos futbolistas Joseba y Koldo García Quintana (Náxara CD y Palencia CF respectivamente).
Con el apoyo de su hermano Fidel, enólogo de Bodegas Luis Cañas y padre de Guillermo, el productor de Labastida decidió apadrinar ambos proyectos de forma altruista pero también por “puro egoísmo”, asegura. “Estamos todo el día quejándonos de los tiburones pero si conseguimos que los jóvenes se impliquen para que el día de mañana monten proyectos serios y sostenibles, garantizarán mi vejez y el futuro de mis hijos y de la comarca”, indica Carlos, cuyo abuelo fue uno de los fundadores de la cooperativa. “No tengo nada en contra de los que vienen de fuera que se implican, montan una bodega y conviven con la gente de aquí. Necesitamos que haya muchos pequeños y parecernos más a Borgoña en ese sentido”.
De izqda a dcha, Joseba García Quintana, Guillermo Fernández, Carlos Fernández y Cata Grad
Catalin, o Cata, como le llama todo el mundo, llegó de Rumanía sin saber nada de español ni de vino y ya lleva 12 vendimias en Tierra. Para él, la bodega es como su casa y está muy agradecido a Carlos por haberle dado la oportunidad de trabajar con él y de apoyarle en el nacimiento de Tronado Wines, proyecto que comparte con Guillermo. De momento han puesto a la venta un vino, Capitán Trueno (1600 botellas, 30 €), de la añada 2020 con uvas que compran a la bodega y elaboran en ánfora y barrica usada durante 12 meses con raspón. “Es muy difícil empezar de cero sin el respaldo de una estructura como Tierra y más como en nuestro caso, que no tenemos viña propia. Para cuando sales al mercado son casi tres añadas de uvas, materia seca, botellas, corchos, etc. En todo esto nos apoyó la bodega y ahora que ya tenemos el vino a la venta podemos ir pagando cosas”, explica Cata, de 31 años, en perfecto español.
Joseba García Quintana (26 años), que trabajó dos años en Bodegas Tierra, y su hermano Koldo (22 años), estudiante de enología, sí tenían 10 hectáreas de viñas familiares en Labastida. Como su primo Alain en Remelluri, cuando Tierra les ofreció la oportunidad de dejarles un espacio para elaborar su propio vino, no se lo pensaron dos veces. “Valoramos mucho el asesoramiento de Carlos y Fidel porque nos da seguridad y nos ayuda a no cometer errores de principiante. Cuando les planteamos el estilo de vino que queríamos, ellos nos dieron indicaciones sobre zona de viñedo, variedades, tipo de barrica etc. pero tenemos libertad total para hacer lo que queramos”, señala Joseba, que es quien se encarga del campo. “Lo que sí intentan es que no cometamos errores”.
A Guillermo, de 29 años, la vocación por el vino le llegó tarde. “Me costó entrar, quizás porque lo tenía a mi alrededor. En vendimias mi padre siempre llegaba tarde y con las manos negras, y no me atraía mucho. Quizás entonces veía la parte más dura de este mundo, pero una vez que te metes, empiezas a conocer gente, a viajar y descubres que es interesante y que engancha”, comenta Guillermo. “Ahora nos hace mucha ilusión cuando nos llama algún amigo y nos dice que ha probado nuestro vino en un restaurante. Eso nos enorgullece y nos motiva”.
Para la próxima añada, tanto Guillermo y Cata como los hermanos García Quintana se están planteando elaborar una referencia nueva cada uno, probablemente un blanco, aunque de momento todos insisten en que quieren seguir siendo pequeños y avanzar sin prisa. “Cuando vas a vender, siempre te toman más en serio y te abren más puertas si vas con dos botellas en lugar de una”, indica Cata. “Nos lo han recomendado varios distribuidores”.
La parte de la venta es probablemente lo más difícil para los cuatro. Guillermo y Cata trabajan con Juanjo Valgañón, de Doowine, a quien conocieron a través de Tierra, y con algún importador que les ha presentado Carlos, pero Joseba y Koldo todavía están buscando distribución y de momento venden sus 1.200 botellas (34,5 €) puerta a puerta en restauración y vinotecas. “Cuesta entrar porque son vinos de precio medio alto pero una vez dentro, parece que repiten. El vino, un tinto de una parcela de 1920, está gustando, y eso es lo importante”, asegura Joseba.
De izq. a dcha. Cata y Guillermo y Joseba y Koldo, en un evento organizado por La Bodega del Tesoro en Cuzcurrita (La Rioja)
Tanto Cata y Guillermo como los hermanos García Quintana están muy a gusto bajo la protección de Tierra y se saben afortunados pero, como el resto de los entrevistados en este artículo, creen que si la Administración ayudara con un local equipado para que los jóvenes empiecen a poder hacer su propio vino a pequeña escala, habría mucha gente interesada.
“Los jóvenes son el futuro y hay que motivarles”, señalan todos. “Para optar a ayudas si eres joven viticultor, el Gobierno Vasco te exige tener seis hectáreas a renta o en propiedad. ¿Quién te alquila tanta tierra si no tienes experiencia y no te conocen? Y comprar viña es difícil. En esta zona la hectárea cuesta entre 80.000 y 100.000 euros. A ese precio solo pueden entrar las bodegas grandes”.
Carlos se encarga de recordarles que el mundo del vino es muy bonito pero “no una fiesta. Necesitan enfocarse para que sus proyectos se asienten y les salgan los números”. Cuando ese día llegue, ya podrán volar del nido por su cuenta y quizás otros ocupen su lugar.
“Este año en vendimias vinieron dos chavales, uno de Salinillas y otro de Labastida, a ver si les dejaba entrar a hacer un par de barricas”, comenta el propietario de Tierra, que tiene también un proyecto conjunto (Dominio del Challao) con el joven argentino Manu Michelini. “Ya hay ese run-run y eso me gusta mucho. Cuanta más gente se sume a estos proyectos, mejor. Si más viticultores suben un peldaño y no solo viven de vender la uva a las bodegas grandes, toda la comarca ganará”.