Situada en la provincia de Valladolid, La Seca es uno de los grandes centros vitícolas de Castilla y León. Con unas 3.600 hectáreas en producción, es el municipio con mayor superficie de viña de la DO Rueda, seguido a bastante distancia por la propia localidad de Rueda (2.742 ha). Cuenta con una veintena de bodegas para poco más de 1.100 habitantes. La de los hermanos Vidal Soblechero, que visitamos a finales del año pasado, es relativamente fácil de identificar por las aves rapaces apostadas en la entrada.
Son fruto de la pasión por la cetrería de Vidal Vidal, quien, junto a su hermana Alicia, continúa la tradición familiar del cultivo de la viña y la elaboración de vino en el municipio. Además de un hobby, los halcones y otras rapaces resultan muy útiles para ahuyentar animales dañinos para el viñedo.
La familia Vidal lleva ligada a La Seca desde hace 15 generaciones. El abuelo de Alicia y Vidal vendía graneles a otras bodegas y a los mercados del norte. El padre Claudio trabajó el campo hasta su muerte en diciembre de 2009. “Fue un poco visionario. Plantó tempranillo de los Pérez Pascuas y una selección masal de Quintana del Pidio”, señalan. Los productos de síntesis nunca entraron en casa. Para él, recuerdan, “las tres grandes plagas eran el oídio, la polilla y, en especial, los vendedores de productos, que consideraba la peor de todas”.
Ellos también reman a contracorriente. Conservan muchas prácticas tradicionales en campo y mantienen una gama de blancos parcelarios que salen al mercado con bastante tiempo de crianza en botella. Centrados como están en sus viñas, siguen siendo bastante desconocidos en España, pero luego se les ve sirviendo sus vinos en Londres, donde participaron en Viñateros de la mano de su importador Carte Blanche, que no repara en elogios para sus parcelarios en su web, o en el salón de vinos rancios y oxidativos secos BeRanci! de Perpignan.
Visitar los viñedos de La Seca con los hermanos Vidal es un lujo. Saliendo del pueblo hacia el norte enfilamos el Camino del Puerto en dirección al Duero (el nombre hace referencia a un antiguo puerto fluvial) que hace de línea divisoria entre terrenos más arcillosos a la derecha y de componente calizo a la izquierda. Al final del recorrido, en la parte más baja y cercana el río, dominan las arenas. Estos suelos arenosos son también muy típicos de los parajes cercanos a los pinares. Entre los que van enumerando, El Infierno, Buenavista, Martínsancho, Cantarranas, Saltamontes…, algunos nos resultan familiares porque figuran en algunas de las etiquetas de la zona. “Son suelos muy pobres en materia orgánica donde aún puede haber cepas prefiloxéricas”, señalan.
La Seca, al igual que Rueda, Serrada, Medina del Campo y muchos otros municipios vallisoletanos y segovianos adscritos a la DO Rueda forman parte de la comarca de Tierra de Pinares que, junto con Tierra del Pan (por su dedicación cerealista) y Tierra del Vino, configuran tres grandes áreas geográficas de Castilla y León cuyos nombres están intrínsecamente ligados a sus respectivos paisajes y cultivos.
En el caso concreto de La Seca, el desarrollo de la viña está ligado a la roturación de los montes Pedroso e Inestoso. Los Reyes Católicos la autorizan a finales del siglo XV ante la necesidad de madera para reconstruir los edificios afectados por distintos incendios en Medina del Campo. En los terrenos que quedaron libres, se plantó cereal, pero las cosechas resultaron muy cortas y las tierras se quedaron muy pronto en barbecho. De ahí que acabaran recurriendo a la viña. A partir de este momento, el cultivo de vid en la región se fue desplazando progresivamente de las tierras de campiña de Alaejos y, sobre todo, de Medina del Campo, cuyos vinos eran ya famosos en la corte de Castilla, hacia las terrazas que jalonan el Duero en los municipios de La Seca, Rueda o Nava del Rey. Aquí las tierras son sueltas y muy pedregosas, formadas por materiales (guijarros y gravas, fundamentalmente) depositados durante los antiguos ensanchamientos del río.
Los siglos XVIII y XIX son los de mayor esplendor para el municipio, según detalla Ángel Suárez Aláez en su obra Historia de la villa de La Seca. Gracias al floreciente comercio con las regiones de la cornisa cantábrica, el pueblo crece hasta sumar casi 4.000 habitantes y se construyen sus edificios más emblemáticos. En 1796, se elaboraban “48.000 hl. de un vino blanco de la mejor calidad que existe en Castilla y Léon”, señala el autor.
En pleno siglo XXI, cuando las espalderas y la vendimia mecánica se han convertido en norma en Rueda, los hermanos Vidal defienden una viticultura de dimensiones humanas y les gusta que La Seca haya escapado de plantaciones masivas. “No hay demasiadas fincas que superen las 15 o 20 hectáreas; lo habitual siguen siendo parcelas de una o dos hectáreas. No somos un pueblo de terratenientes”, explican.
Aun así, añoran un paisaje algo menos productivo. “La entrada de las bodegas industriales que venden en el supermercado ha propiciado el monocultivo, la dictadura de la verdejo y la espaldera”, señalan. Creen que la moda de los vinos jóvenes ha acelerado este proceso, incluida la conversión, muy generalizada, de plantaciones de vaso a espaldera. Y ello pese a que, como dice Vidal, “aquí hay buenos viticultores que saben hacerlo muy bien”.
En la nueva normativa aprobada por el Consejo Regulador que establece la categoría superior de Gran Rueda para vinos elaborados con viñedos de más de 30 años y rendimientos inferiores a 6.500 kilos por hectárea, echan en falta una figura de protección de los viñedos viejos en vaso, de los que cada vez quedan menos ejemplos en la zona. En el contexto actual de Rueda constituyen una rareza con mayúsculas: de las casi 50 hectáreas que tienen actualmente en propiedad, apenas tienen tres parcelas en espaldera: el sauvignon blanc plantado junto a la bodega y otras dos de verdejo que les sirven para analizar cómo se comporta la variedad con esta conducción.
Aunque en las viñas de blanco manda la verdejo, también conservan parcelas viejas con viura o palomino, una uva que, como recuerda Vidal, se ha conocido habitualmente con el nombre de jerez o dorado, y se utilizaba sobre todo para los “oxidativos rápidos” con envejecimiento de tres años en damajuanas de cristal. Ahora están recuperando junto con el ITACYL la prieto picudo blanco, una variedad de cultivo minoritario, al parecer restringida en la zona al municipio de La Seca, que se caracteriza por dar muchos racimos de tamaño pequeño. De momento, la han plantado en tres tipos de suelos, en vaso y en espaldera, y tienen ya alguna elaboración experimental en la que destacan sus notas herbáceas.
A la par que el vaso, reivindican prácticas tradicionales como el arado con tracción animal para airear la tierra (algo que consideran necesario en una zona de baja pluviometría), cortar hierba y eliminar las raíces superficiales, pero también para generar abundante polvo que ahuyente la polilla. Vidal explica que, frente a la espaldera, que solo permite arar en una dirección, el vaso facilita las aradas de “dos manos” e incluso por el “saitín” que viene a ser un tercer paso en diagonal entre cepas. No tienen animales propios, pero los alquilan a Carlos Geijo, que tiene su base en Tudela de Duero, en la misma provincia de Valladolid, y trabaja también para viticultores de otras zonas como Gredos o Arribes. El caballo que labra habitualmente sus viñas se llama Ocho.
Están convencidos de que el porte rastrero de la verdejo que se manifiesta claramente en los viñedos en vaso constituye una gran ventaja para sombrear racimos en verano y para que las hojas lleguen incluso a absorber nutrientes del suelo. Vidal señala además que este contacto de las hojas con el suelo reduce la incidencia de clorosis, una enfermedad habitual en suelos calcáreos, y que la influencia del canto rodado es mucho más efectiva sobre la planta. “El canto es crucial para mitigar las heladas primaverales: coge calor del suelo y suaviza la temperatura, pero también es importante en final de maduración para que la planta no se estrese por las diferencias térmicas extremas de la zona”, añade.
De las aproximadamente 250.000 botellas que elaboran en la actualidad, una parte se comercializa dentro de la DO Rueda. Aquí se incluye el blanco de entrada de gama Clavidor, que mezcla al 50% viura de la viña El Tomillar con verdejo de varias fincas y el Viña Clavidor Parajes, una etiqueta destinada para hostelería y tienda especializada que viene a ser el resumen de las parcelas familiares o el vino de pueblo de La Seca. En la añada 2020 este blanco joven ofrece tanto carácter de piedra seca como de fruta y se muestra con buena intensidad en el paladar. Hay dos elaboraciones más apoyadas en viñedos viejos dentro de DO: Clavidor Cepas Viejas y Villavendimia Cepas Viejas.
Las etiquetas más significativas de la bodega, los blancos parcelarios que se comercializan bajo la marca Pagos de Villavendimia, se venden fuera de DO. Son vinos que salen al mercado con bastante reposo de botella (algo inaudito en la región) y en cantidades muy limitadas que no alcanzan las 1.000 botellas salvo en el caso de El Escribiente, que es una finca de cuatro hectáreas plantada en una ladera con tres tipos de suelos: calcáreo en la parte alta, arcilla en el tramo central y arena en la parte baja. Es un verdejo trabajado sobre lías que no ve la madera y se caracteriza por sus notas de heno y piedra seca, con un paladar fluido y sabroso, de estructura media y levemente austero. De la añada en curso es 2017, que está perfectamente entera y en forma, han elaborado 9.000 botellas.
De suelo calcáreo elaboran Finca Varrastrojuelos, una viura con alto potencial de envejecimiento. En breve saldrá la cosecha 2014 al mercado. En bodega probamos un 2011 con leve reducción inicial que dio lugar a notas especiadas, tostados y recuerdos de aceituna. El paladar es puro umami, sápido, alegre, con buena acidez, toques de frutos secos y persistencia que casi te lleva a Rioja. Del mismo pago, pero de su parte más elevada sale el verdejo Finca El Alto que trabajan en barricas de roble francés de 300 litros.
La arena se puede probar en Finca Buenavista, un verdejo que se elabora con viñedos situados cerca del río con cantos grandes en superficie y que, por su mayor delicadeza, envejece en un foudre de 600 litros. Por último, la arcilla está representada en Finca Matea del que probamos la cosecha 2013 (y sí, 2013 es la añada en curso de este vino), con fruta blanca madura, notas cremosas y carácter mineral. El vino fermenta y se cría durante más de 12 meses en barricas de roble francés de 300 litros. La mayoría de los vinos parcelarios se comercializan entre los 22 y 25 € en España.
Fruto de la pasión de su padre por los tintos, los Vidal tienen su propia gama de tinta fina o tempranillo que comercializan bajo el sello de VT Castilla y León. De hecho, casi un tercio de sus viñedos son de uva tinta plantada en parcelas con cantos más pequeños, el terreno que Claudio Vidal consideraba idóneo para estas uvas.
La gama arranca con Clavidor Camino de la Peña (unas 30.000 botellas, 9 € en España, seis meses de crianza) y Clavidor Camino de las Brujas (10-15.000 botellas, 12 meses en roble).
Además, elaboran dos parcelarios: Finca La Perdiz y Finca Las Sernas. De este último probé un 2013 fresco y marcado por toques balsámicos. En añadas muy especiales elaboran otro tinto de largo envejecimiento que etiquetan como Selección de la Familia.
También es muy destacable La Oxidativa, su versión de los verdejos históricos envejecidos en damajuanas que probamos en la feria Be Ranci! de Perpigan a finales del año pasado.
Resulta difícil retener todos los nombres en la cabeza, pero nuestro consejo es que no desaprovechéis la oportunidad de probar algún blanco parcelario de Pagos de Villavendimia a pesar de que la añada que figura en la etiqueta os de algún reparo y no sepáis muy bien donde ubicar los vinos dentro de la mención genérica de VT Castilla León. Os llevaréis una grata sorpresa.