En la viña de San Cristobal, como en el resto de parcelas del Pago de Añina en Jerez, la blancura de los suelos de albariza se intercala con el verde de las plantas en primavera y verano. A simple vista no hay grandes diferencias entre todas ellas, sin embargo, las cepas que rodean la casa de viña que Alberto Orte y Patrick Mata han restaurado con mimo en San Cristóbal no son iguales a las de las fincas vecinas.
Cultivada en ecológico, San Cristóbal fue la primera de las 16 hectáreas de viña que ambos socios y propietarios de la Compañía de Vinos del Atlántico y Bodegas Poniente en Jerez así como de la importadora Ole Obrigado en Estados Unidos, plantaron a partir de 2011 en tierras gaditanas.
En lugar de recurrir a plantas comerciales, Alberto, que se encarga del viñedo y la elaboración, estudió a fondo el Ensayo sobre las variedades de la vid común que vegetan en Andalucía, escrito por Simón de Rojas Clemente en 1807. Con ese conocimiento y el convencimiento de que el futuro pasa por no perder de vista el pasado, los socios apostaron por recuperar 22 variedades históricas andaluzas. Son 15 blancas (palomino de jerez, palomino fino, cañocazo, perruno, malvasía aromática, pedro luis, vijiriega blanca, jaén blanco, castellano, mantúo, mantúo de pilas, moscatel de grano menudo, garrido, pedro ximénez y listán de Huelva) y siete tintas (tintilla, palomino negro o tempranillo, jaén tinto, vijiriega negra, mollar cano, melonera y mollar tinta).
Trabajan también con más de 200 clones de palomino fino y palomino de jerez. “Los cogimos de viñas viejas de aquí, pero también de Trebujena, Galicia, Canarias e incluso del sur de Portugal”, indica Orte, que emplea a seis personas en el campo. “El 90% del material vegetal que se planta ahora en Jerez procede de selecciones comerciales del Rancho de la Merced. Generalmente, son cepas con mucho más rendimiento y vigor en planta que las que tenemos aquí”.
Además de esta especie de Arca de Noé vitícola que es San Cristobal, Orte y Mata cuentan con otras dos parcelas en Añina, que son San José y El Aljibe. Todas ellas cuentan con plantas aromáticas y árboles frutales en el entorno, se trabajan en orgánico, con métodos de confusión sexual contra las plagas y se labran solo una vez tras la vendimia.
También se dejan cubiertas vegetales —algo poco frecuente en el Marco de Jerez— sin hacer agostado, una práctica tradicional que ahora se lleva a cabo mayoritariamente con máquinas y que consiste en remover la tierra hasta unos 60 cm. para oxigenarla y abonarla. “Fue una decisión agronómica para evitar la erosión del suelo”, explica Alberto, que ha hecho calicatas y análisis en sus fincas para saber más sobre la capacidad de penetración de las raíces en función de los distintos tipos de suelo. “Con el agostado, la sequía también afecta más a las plantas. Yo creo que no hay más remedio que volver a la viña para entender la base de la uva y el manejo del suelo.”
La idea es ir estudiando el comportamiento de la veintena de variedades que cultivan —y que cuando están maduras se disputan con conejos, caracoles y pájaros— para elaborar nuevos vinos con ellas. De momento comercializan dos: la vijiriega, con su elegante Atlántida blanco, y la tintilla, con Vara y Pulgar, y el más concentrado Atlántida tinto, para los que también compran uvas, pero ya están trabajando en un coupage con tintilla, palomino negro, jaén y melonera que se cría en cemento. Todos salen bajo el paraguas de Vinos de la Tierra de Cádiz y buena parte de la producción se vende en Estados Unidos, donde el hispano-belga Patrick Mata reside y lleva la parte comercial y de marketing del grupo.
Amigos desde la universidad, donde se conocieron estudiando derecho, Patrick y Alberto comenzaron en 1999 como agentes con apenas tres vinos españoles en su cartera. Con el tiempo montaron su propia empresa de importación, Ole Imports —ahora Ole Obrigado, tras la incorporación en 2018 del negocio de vinos de Portugal de Rui Abecassis—, y la nueva empresa de distribución en Nueva York y otros estados de la costa este de Estados Unidos en donde venden los vinos que el grupo vinifica y cría en Jerez así como los que Alberto Orte elabora en diversas regiones de España y los de 40 pequeños productores de la Península Ibérica a los que representan.
La vinificación de los vinos de Cía del Atlántico se lleva a cabo en una moderna y práctica bodega en la viña San José, visible desde el campo madre de variedades. Su exterior, un cubo de cemento con unas curiosas ventanas desalineadas, contrasta con la estética señorial de la finca El Aljibe en una loma del pago de Añina, donde se encuentra la bodega de crianza de los vinos generosos.
Alberto disfruta con la paz que transmite este lugar rodeado de árboles y viñedo. Nacido en Madrid, estudió un master en viticultura después de montar Ole Imports, pero lleva los vinos generosos en la sangre, tras pasar muchos veranos de su infancia en Montilla. No en vano desciende de los Velasco Chacón, una familia bodeguera de Montilla, y de hecho comparte bisabuelo con Miguel Puig, de Lagar de la Salud.
En 2015 a Alberto le surgió la oportunidad de comprar bocoyes y toneles usados y vinos viejos “de una bodega que desmantelaban” y con ellos comenzó las soleras de las cuatro referencias —un fino, un amontillado, un palo cortado y un oloroso— que toman el nombre de la finca jerezana y se engloban bajo la marca de Bodegas Poniente. De estos vinos de edición limitada, que comenzaron a venderse en 2019, se hace una única saca anual en rama. La cuarta y última criadera del fino El Aljibe se rocía con mostos de palomino fino y palomino de jerez de las viñas de Añina, vendimiadas con 13,5-14 grados, para que la fortificación sea más leve, y acidificados con medio gramo de tartárico, una práctica habitual en el Marco de Jerez. Todos las uvas de Poniente se pisan con los pies en lagares abiertos y los vinos se fermentan en bota con levaduras autóctonas.
Este fino a su vez alimenta la sexta criadera del amontillado VORS, de unos 40 años de edad media. Con 21% de alcohol y todavía algo de flor, es un vino que no se fortifica sino que se concentra de forma natural, de ahí que los 200 litros que componen la saca anual tengan un perfil afilado y salino. Otros vinos como el Oloroso VORS, que se cría en bocoys de 1.500 litros para conseguir una evolución más lenta y mayor elegancia, o el Palo Cortado VORS, también con más de 30 años de edad media, se rocían con los mostos más finos de las fincas del grupo.
Tanto en los generosos de Bodegas Poniente como en los vinos blancos y tintos de Cádiz o los que Alberto Orte produce con uvas compradas en Rioja, Valdeorras, Rías Baixas y Yecla y otras denominaciones de España, la consigna siempre es buscar consistencia para que el mercado no les penalice. “Los italianos saben que se deben al público, pero en España nos despistamos mucho y hemos olvidado las largas crianzas”, asegura Alberto, que lamenta que también se perdiera de vista el campo. “Los productores se convirtieron en empresas financieras comprando uva primero y luego vino, pero el éxito pasa por volver a la viña para entender los suelos y las uvas y redescubrir la diversidad genética”.