Continuamos con la segunda parte de los vinos más novedosos o interesantes que probamos en la última edición de Innoble en junio pasado. En esta ocasión tocan blancos y generosos del sur y vinos tintos de cualquier punto de España.
Alvear tiene nueva colaboración en el proyecto Tres Miradas que inició con el equipo de enólogos de Envínate. El objetivo sigue siendo el mismo: poner de relieve lo mejores terruños de la Sierra de Montilla, una de las zonas de calidad superior de la DO cordobesa. El nuevo compañero de viaje no es otro que Ramiro Ibáñez, uno de los grandes agitadores e innovadores de los vinos del Marco de Jerez junto a Willy Pérez (todo seguimos esperando con ansia ese libro que están escribiendo juntos). Su principal aportación, tras la serie de vinos fermentados y criados en tinaja bajo velo de Envínate, es realizar la fermentación y la crianza en bota. En septiembre saldrán al mercado tres vinos de tres terruños que siguen este patrón: Viña de Antoñín, Cerro Franco y Cerro Macho.
Este último, elaborado con una de las viñas más altas y aisladas de la Sierra de Montilla situada a 650 metros de altitud, tiene una personalidad arrolladora. Con 12 grados de alcohol que responden a una maduración óptima en zona fresca para elaborar un vino blanco, tiene una acidez y una verticalidad desconocidas hasta ahora en la zona. No hay que olvidar que aquí las vendimias están muy influidas por el estilo mayoritario de vinos generosos. La mineralidad y carácter tizoso están igualmente muy presentes. ¿No es curioso que si en Jerez el pago más impresionante suele ser Macharnudo por su mayor concentración y potencial alcohólico, en Montilla-Moriles nos haya conquistado su opuesto?
La producción en esta primera añada es de unas 1.200 botellas para cada vino con precios que estarán alrededor de los 25 € la botella.
Miembro de una familia con tradición vinícola en Montilla-Moriles, Miguel Castro Maíllo ha querido volver a la esencia de los suelos y la viña trabajando unos líneos de las cepas más viejas de su abuelo materno en la zona de Riofrío Alto, en la Sierra de Montilla.
Allí, sobre la albariza cordobesa a 550 metros de altura, Miguel hace todas las labores del campo, desde despampanar las cepas en vaso de pedro ximénez, con edades entre los 50 y 60 años, a podar con técnicas tradicionales como el ojo y coíllo, que son las dos yemas que forman el pulgar: el ojo es la yema productiva y el coíllo será pulgar el año siguiente.
Quizás por su apego a los vinos de Cádiz, donde estudió enología, Castro Maíllo decidió hacer un blanco montillano que mira de reojo a Jerez ya que lo fermenta y cría con velo de flor en bota vieja de fino durante diez meses. Es un vino con volumen, concentración y 14.5% de alcohol pero con un paso de boca fluido y salino y en el que el aporte del velo está presente pero sin dominar. Tiene un delicioso final cítrico que invita a beber y a pensar que Miguel Castro Maíllo, tipo inquieto y dispuesto a aprender, es sin duda uno de los nuevos valores en alza de Montilla-Moriles.
La añada 2020 saldrá pronto al mercado pero todavía se puede conseguir alguna de las 800 botellas de la añada 2019. El Club Contubernio de la Taberna Der Guerrita las vende a 16 €
Este vino no es una novedad, pero lo incluimos en esta lista porque año tras año demuestra ser uno de los blancos de albariza más consistentes y bien armados de todos los que se elaboran en el Marco en la actualidad. También porque los hermanos Blanco, Paco y Pepe, que estaban en Innoble repartiendo vino, autenticidad y buenas vibraciones, son mayetos que han sabido ser fieles a su herencia pero adaptándola al siglo XXI recuperando estilos y abriéndose a nuevas elaboraciones.
La Choza pertenece a una serie de tres blancos de tres pagos diferentes (Callejuela, Añina y Macharnudo) elaborados de la misma forma, con crianza de nueve meses en botas con velo de flor, pero en los que su procedencia marca el estilo del vino. La Choza viene de la parcela del mismo nombre en Macharnudo a 74 metros de altura y suele tener más alcohol que los otros dos, de pagos más cercanos a la costa. Es un palomino de color dorado oscuro, con peso en boca y estructura pero al mismo tiempo amable gracias a un punto del dulcedumbre por su madurez. Fresco, sápido, elegante y perfecto para disfrutar y beber a menudo durante el verano porque además tiene un precio contenido (13,95 € en Decántalo).
Sobajanera es su hermano mayor. Proviene de la misma viña de Macharnudo bajo pero se cría durante 24 meses bajo velo en una única bota por lo que la disponibilidad es escasa pero todavía se puede comprar alguna botella por 20,50 € en Montenegro.
Poco a poco, las bodegas más conocidas del Marco van sumando a sus gamas los vinos sin fortificar que productores más pequeños, con el Equipo Navazos al frente, comenzaran a elaborar hace algo más de una década. Es el caso de Williams & Humbert, probablemente la bodega del Marco que más ha apostado por los finos de añada.
En Innoble catamos en primicia Finolis, su último lanzamiento, que no es un fino sino un vino blanco tranquilo. Alcanza los 14,6% de alcohol de forma natural por sobremaduración y asoleo de las uvas de palomino, seleccionadas de las fincas que la bodega posee en Carrascal, el viñedo más al interior de todos los pagos de la comarca. Fermenta y se cría de forma estática, sin soleras ni criaderas.
Al ser una categoría fuera de DO, cada productor impone su estilo y a diferencia de otros blancos de albariza, que salen al mercado con poco tiempo de crianza, Finolis permanece en botas jerezanas durante cuatro años. Ese extra de contacto con la flor se nota pero en absoluto domina, consiguiendo un vino redondo, con sapidez y estructura pero también buena finura en boca. Se vende en botellas de 50 cl en la tienda de la bodega por 19€
La colección de “vinos finitos” de González Byass combina botas olvidadas en la bodega que aportan elementos realmente singulares o ediciones muy limitadas de vinos muy concretos.
Hace no mucho que la casa jerezana puso en el mercado dos finos de añada con siete y ocho años de crianza respectivamente que combinaban uvas del pago de Carrascal y Macharnudo y permitían comparar las cosechas 2010 y 2011. Parece que la idea del fino de cosecha sigue bien fijada en la mente del equipo técnico liderado por Antonio Flores porque la novedad que se presentaba en Innoble iba en la misma línea. Esta vez, sin embargo se ha trabajado con la misma cosecha, 2016, pero se han distinguido por pagos: hay un fino de Carrascal y otro de Macharnudo.
De producción muy limitada también, los vinos no saldrán al mercado hasta 2022. Aún se desconoce el precio, pero estarán seguramente por encima de los que les precedieron. Nuestro favorito fue Carrascal por su elevada expresión de terruño y combinación de frescura y cremosidad; no es punzante y tiene en cambio una textura granulada que le da carácter. El paladar es excelente. Nos contaron que el suelo de Carrascal es muy aireado y que sus uvas se han utilizado tradicionalmente para crianzas oxidativas, pero que la casa confía ciegamente en su potencial para crianza biológica. Macharnudo resultó más potente y opulento, y también algo menos fino, con el alcohol más presente, pero como corresponde a su fama, estamos seguras de que la espera tendrá su recompensa.
La primera vez que oímos hablar de The Wine Bang fue durante el confinamiento, cuando nos llegó una botella de su amontillado Arribota a través del Club Contubernio. Era una bota seleccionada de la bodega cordobesa Herederos de Torres Burgos y nos agitó y nos enamoró a partes iguales. Para nuestra gran decepción, el nombre no hacía referencia al apellido de una de las autoras de esta lista sino a la altura a la que se encontraba la bota en el casco de bodega donde se había criado este noble y viejo vino.
En Innoble el trío The Wine Bang, formado por los hermanos Pedro y Juan Morales (Bodegas Lunares, Ronda) y Víctor Soltero, presentaron más vinos únicos, viejísimos y finitos, incluidos varios PX, un palo cortado, un par de amontillados con nombre y poderío de faraón (Tutankamon, Akenaton) y este Nefertiti, que nos cautivó por su finura y elegancia en nariz, su concentración casi hiriente en boca (tiene 22% de alcohol y una acidez total de 10,28 g/l) y su persistencia final. De este Nefertiti, que proviene, como otros vinos seleccionados por TWB, de Bodegas Delgado en Puente Genil se ha hecho una saca de 200 botellas de 37,5cl que se venden a 180 € cada una. Quien tenga interés en hacerse con estas reliquias montillanas puede enviar un email a thewinebang@gmail.com.
Uno de los vinos que destacaron especialmente en Innoble y que se sirvió en la cena informal que sirvió de inauguración al evento fue esta experiencia del genial enólogo del Bierzo con pan y carne, una de las nuevas variedades tintas incorporadas recientemente en el reglamento del Bierzo (el nombre oficial en el pliego de condiciones es estaladiña), aunque el vino que probamos no llevaba el indicativo de la denominación y Raúl defiende tradicionalmente que su pan y carne es trousseau (o merenzao).
Más allá de lo complicado que resulta a veces identificar las variedades en campo (nos cuentan en el ITACYL que la forma de la hoja de la estaladiña y de la merenzao se parecen mucho), lo que había en la botella era delicioso. Un tinto equilibrado, jugoso, con buena carga frutal, toques herbales frescos y que se bebe ya muy bien. Sin duda, merece la pena hacerse con una botella, aunque no hemos conseguido información de salida al mercado, precio o disponibilidad. Las variedades recuperadas, sobre todo cuando se traducen en vinos de expresión y calidad, nos siguen fascinando.
El último tinto parcelario del productor vasco afincado en Rioja Alavesa que salió hace unos meses al mercado vuelve a sorprender con la etiqueta, ésta particularmente enigmática e inquietante. En la mitología vasca, Tartalo es un cíclope gigante y terrorífico que se alimenta de animales y niños y que, según la leyenda, habría muerto ahogado al lanzarse a un pozo para perseguir a una de sus presas. Bastegieta, quien asegura que no busca tanto impactar como personalizar sus vinos y darles vida, nos comentaba que ha querido buscar un efecto “más de cómic” al representar al cíclope saliendo desafiante del lago “como si fuera Excalibur [la espada de las leyendas artúricas]” mientras mira de reojo a las ovejas que pastan cercan de allí. La contraetiqueta lleva la siguiente cita de Edvard Munch escrita en euskera: “De mi cuerpo putrefacto crecerán flores y yo estaré en ellas; eso es la eternidad”.
La viña, de suelos muy calizos y poco profundos, está situada en Elvillar. Es tempranillo, con viura y algo de graciano que vinifica de manera conjunta con un pequeño aporte de raspón (5-10%) y cría en recipiente de madera de gran formato. Se han elaborado unas 1.300 botellas y el precio, en torno a los 120 €, supera a su otro parcelario de la región, Kalamity, que se cotizaba alrededor 105 €. Es un vino muy expresivo y sutil con finos toques florales de violeta y monte mediterráneo en nariz y algo más de madurez en el paladar, pero manteniendo la vitalidad que aporta el suelo calizo. Oxer cree que es su vino más “de paisaje”.
Teníamos pendiente probar la primera garnacha de Bodegas Magaña que forma parte del proyecto “Vidaos de Navarra” para la recuperación de variedades autóctonas. Diego Magaña, quien más allá de la bodega familiar elabora sus propios -y muy interesantes- vinos en Bierzo y Rioja, defiende la expresividad de esta variedad también en zonas de altitud moderada como es el caso de Barillas, el municipio de la merindad de Tudela donde se ubica la bodega.
El vino, del que se han hecho 4.000 botellas, procede de una viña situada a 360 metros de altitud. Elaborada con algo de raspón y levaduras indígenas, se crió durante 12 meses en una tina de roble de 3.200 litros y el resto en barricas de roble francés de 225 litros. Es una nariz casi embriagadora con mucho carácter floral de violeta y frutas azules, muy expresiva. Hay también notas balsámicas muy habituales en la garnacha. Hay mucha fruta también en el paladar y más peso que esas otras garnachas tan livianas que se estilan ahora. Es fantástico ver cómo se va ampliando el mapa de las garnachas en España. 16,95 € en Bodeboca.
Este vino aporta un estilo totalmente inesperado para Zamora, una región que casi interpretamos como una prolongación de Toro, en parte por su patrimonio de viñas viejas de tempranillo en pie franco que incluye algunas plantas prefiloxéricas. Sin embargo, José Manuel Beneitez, que se incorporó como director técnico en 2018 y realizó su primera vendimia completa en 2019, destaca la mayor altitud que permite una maduración más lenta y la existencia de un clon de tempranillo diferente en los viñedos del entorno de Villanueva de Campeán donde se ubica la bodega.
Quizás por sus orígenes y experiencia en el complejo viñedo de Arribes (probablemente, el más multivarietal de España) donde tiene un proyecto propio, Beneitez se ha lanzado a hacer un field blend de una viña vieja con un 25-30% de uva blanca además de tempranillo. Las dona blanca, palomino, godello y verdejo se han elaborado junto a las uvas tintas trabajando con racimos enteros, pisado tradicional, fermentación con levadura natural y encubados de cuatro a cinco meses. La elaboración, que podría acercarse a la de las antiguas bodegas particulares de los paisanos de la región, está en las antípodas del estilo potente, cubierto y de buena concentración que ha marcado los tintos de la región en los últimos años. Es algo que esperaríamos en Bierzo; Gredos o Galicia, pero no aquí.
El resultado es un vino con un color más propio de un clarete, fresco, goloso, fragante, pero con cierta tanicidad. Una parte del vino fermentó en acero inoxidable y el resto en barricas de distintos usos. Posteriormente, el vino de depósito pasó a envejecerse en barricas usadas. Quizás lo más complicado, sobre todo cuando se conoce el origen y el resto de vinos de la bodega, es cambiar el chip. Se han elaborado 2.045 botellas numeradas que saldrán al mercado en el entorno de los 25 €.