Las variedades resistentes a enfermedades, ya sea gracias a su genética natural o a hibridaciones propiciadas por el hombre, serán una prioridad en la viticultura del futuro.
Solo en la Península Ibérica el cambio del clima ha dado lugar a una serie de fenómenos (subida de la temperatura, descenso de lluvias, reducción de las heladas y aumento de los episodios de granizo y nieblas en zonas de influencia costera) cuyas consecuencias más inmediatas son la maduración más rápida de la uva (la mayor acumulación de azúcares se traduce en vinos más alcohólicos, con menos acidez y frescura) y, más preocupante a largo plazo, la creciente incidencia de plagas y enfermedades.
Los datos hablan por sí solos. El viñedo representa el 3% de la superficie mundial destinada a la agricultura, pero recibe el 20% de fungicidas o tratamientos contra hongos.
Con estas cifras y en un contexto en el que conceptos como la sostenibilidad medioambiental, la reducción de los costes de producción y la salubridad del producto final cobran cada vez más importancia, se entiende mejor el auge de la viticultura ecológica, de la biodinámica, la abstención en el uso de fungicidas y también la defensa de las variedades resistentes.
Un repaso a la historia de las plagas y enfermedades de la vid permite entender mejor cómo éstas influyen cada vez más en los vinos que bebemos en la actualidad.
En el siglo II, Columela recomendaba sacar los sarmientos y los fragmentos del yugo [los palos que utilizaban para conducir la cepa a modo de una espaldera baja] fuera de la viña cuando el suelo estuviera seco para evitar enfermedades, para no dejar las pisadas y que el suelo quedase compacto. Sus textos nos permiten deducir que las enfermedades que más preocupaban entonces eran las que atacaban a la madera: la yesca y la eutipiosis. El mildiu y el oídio, que llegaron en el siglo XIX desde América del Norte, no existían en la Hispania Romana.
Las enfermedades de la madera, por desgracia, vuelven a ser un gran problema en la actualidad. Los romanos prevenían la yesca con la poda tardía en fase de lloro para evitar la entrada del hongo, la realización de cortes sin desgarros (éstos son mucho más frecuentes si se poda con el sarmiento duro en reposo vegetativo invernal) y la retirada de los restos de poda. Hoy, sin embargo, la conducción de la viña en espaldera y el picado e incorporación al suelo de los sarmientos favorecen el desarrollo de estas enfermedades. Solo hay que pensar que una gran mayoría de espalderas se trabaja con máquinas prepodadoras en periodo de parada vegetativa que producen desgarros en los sarmientos.
En 1513, Alonso de Herrera aconsejaba mezclar orina, vinagre y cenizas, y esparcir la mezcla sobre la cepa antes de la brotación. Quién sabe si en este original preparado que debía de ser su forma de luchar contra los hongos de la madera podríamos hallar parte de la solución a este problema actual. Herrera también menciona el pulgón y otras “sabandijas” que se dan habitualmente en las viñas de los valles al ser zonas húmedas. Ahora, los insectos que más atacan a la vid son los trips, el mosquito verde, la piral de la vid, la polilla del racimo y el pulgón, además de la filoxera que entró en España en 1878 por la provincia de Málaga. Muy probablemente, la incidencia del pulgón fue mucho mayor en los siglos XV y XVI; hoy solo afecta a algunos viñedos de uva de mesa.
El siglo XIX trajo dos enfermedades devastadoras a los viñedos de Europa, el mildiu y el oídio, como consecuencia de la importación de plantas de América del Norte para poblar los jardines de Francia e Inglaterra. Las vides americanas habían desarrollado una resistencia natural hacia ellas, pero no así la Vitis vinifera Esto explica los grandes descensos en la producción de vino en el continente europeo hasta que se encontraron remedios efectivos para combatirlas.
El oídio se extendió por la Península Ibérica entre 1851 y 1862. Esta enfermedad se desarrolla en condiciones de humedad ambiental media y temperaturas entre 15° y 35° C, aunque de manera óptima entre los 25° y 28° C. Se frena en situaciones de lluvias abundantes, humedad excesiva o temperaturas superiores a 40° C. Hasta 1863 no llegó la solución para ponerle freno: la aplicación de azufre empleando técnicas y maquinaria procedentes de Francia, de las comarcas de Burdeos y Montpellier.
El mildiu se detecta en Europa en 1878. Llegó en los tallos de vides americanas sobre los que se realizaban los injertos de Vitis vinífera para combatir la filoxera. Las condiciones de desarrollo de una primera contaminación son: brotes de la vid de más de 10 cm., una temperatura media superior a 12° C y una pluviometría de 10 l/m2 en uno o dos días. Una vez que existe este ataque previo, la incidencia de lluvia o una humectación de las hojas superior a las dos horas bastan para que se produzcan contaminaciones secundarias que provocan daños en hojas y racimos. La solución a la enfermedad llega en 1885 de Burdeos cuando el científico francés Alexis Millardet inventa el caldo bordelés: una mezcla de sulfato de cobre y cal viva. Este remedio, que puede producirse de forma casera, se emplea actualmente en la viticultura ecológica mezclando sulfato de cobre e hidróxido de calcio.
En un congreso sobre portainjertos de vides celebrado en Montpellier en 1911, el viverista francés Georges Couderc dijo: “La filoxera fue vencida con el uso de vides americanas y no por el sulfuro de carbono; la clorosis por los portainjertos resistentes al calcáreo y no por el sulfato de hierro; la peronospora lo será, en el corto o largo plazo, por variedades híbridas que la resistan y no por el cobre.”
Durante muchos años, los países con tradición vitícola han basado la mejora de la vid en la selección clonal. Sin embargo, ésta se revela cada vez más inefectiva en un marco de calentamiento global en el que las enfermedades son cada vez más difíciles de combatir. Además, los clones son muy parecidos entre sí y no cubren las necesidades actuales de innovación de los productores. Los híbridos interespecíficos (HPD) propuestos por Couderc hace cien años tenían el problema de que producían alcohol metílico, el sabor era foxé [aunque se traduce como “sabor a zorro” por su carácter desagradable, se parece más a una mezcla de fresa ácida y fruta tropical bastante artificial] y su perfil sensorial estaba alejado de las variedades de calidad. Pero esto está cambiando en la actualidad.
La secuencia de la obtención de híbridos resistentes al mildiu y al oídio se inicia en 1829 cuando Louis y Henri Bouschet consiguen los primeros ejemplos naturales cruzando especies americanas y viníferas europeas. Aunque su creación más famosa es la alicante bouschet, una variedad tinta de pulpa coloreada que en España conocemos como garnacha tintorera, también crearon los híbridos delaware y catawba que buscaban resistencia a la filoxera, pero no al mildiu y oídio. Pero los trabajos más importantes de hibridación sistemática se producen en Francia entre 1870 y 1920, periodo en el que nacieron híbridos como noah, clinton, bacò, marechal foch, seyve villard, etc.
El sistema de hibridaciones interespecíficas entre viníferas y especies americanas se ralentiza hasta que en los años 80 del siglo XX varios institutos de investigación vitivinícola de Francia, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Hungría e Italia comienzan a desarrollar nuevos híbridos con buenas características agronómicas y, sobre todo, con características enológicas positivas (aromas afrutados, contenido alto de antocianos). Así nacen los regent GER, roesler AUT, cerasón CHE o bianca HUM.
En 2007 se autorizaron nuevos híbridos interespecíficos para el cultivo de la vid en Alemania, Austria y Suiza: regent, prior, johanniter, cabernet cortis, solaris. En 2009 Italia inscribió en su Catálogo Nacional las variedades bronner y regent; en 2013 se admiten las cabernet cortis, cabernet carbon, helios, johanniter, prior y solaris. Y en 2014 se autoriza el cultivo en la DOC Trentino-Alto Adige de los híbridos interespecíficos regent, bronner, solaris y cabernet cortis como variedades resistentes al mildiu y al oídio que se adaptan al cultivo en zonas lluviosas con alta incidencia de estas enfermedades.
El movimiento PIWI, una asociación que apoya el intercambio de información entre institutos de investigación y viticultores y productores, facilita la propagación de estas variedades de vid resistentes a hongos. Su zona de influencia abarca la zona norte de Suiza y el Valais al sur, el Trentino-Alto Adige en Italia, así como Alemania, Francia y Austria.
Francia tiene una línea de investigación propia a partir de los híbridos realizados entre 1974 y 2009 por Alain Bouquet en el INRA (Instituto Nacional de Investigación Agraria) de Montpellier a partir de retrocruzamientos de Vitis vinifera y Muscadinia rotundifolia. La elección de la muscadinia se basó en su buena resistencia al mildiu y al oídio. Aunque ahora sabemos que esta resistencia reside en el cromosoma 12, Bouquet no se apoyó en métodos de moderna genética molecular, sino en el conocimiento agronómico del material vegetal que forman parte de la colección de variedades de Montpellier. El INRA está desarrollando cuatro proyectos a partir de las variedades de Bouquet que incluyen el programa VitiDurable para la producción de vinos con distintos perfiles y la obtención de vinos de calidad con bajo contenido en alcohol.
En Italia, universidades y viveros están haciendo retrocruzamientos de variedades resistentes al mildiu y al oídio con variedades de fama mundial: cabernet sauvignon, merlot, pinot noir, muscat, nebbiolo o sangiovese.
En España, el genetista suizo Valentin Blattner en colaboración con la bodega de Penedès Albet i Noya, está trabajando desde 2013 en cruces de variedades resistentes al mildiu y al oídio con xarel.lo, macabeo y parellada. Han obtenido 30.000 semillas y ya tienen 1.000 plantas que están en proceso de evaluación. El IMIDA (Instituto Murciano Investigación y Desarrollo Agrario) está haciendo un trabajo similar con la monastrell en el sureste.
El objetivo final de la autorización de los híbridos es cultivar en lugares extremos sin tratamientos fitosanitarios y obteniendo vinos más competitivos y saludables. El problema de su generalización es que producirá un cambio en la viticultura tal y como hoy la entendemos para acercarla más a la fruticultura y horticultura, donde las variedades se renuevan cada cinco o seis años por otras de mayor calidad y mejor adaptadas a las exigencias del mercado, el cambio climático y las nuevas plagas y enfermedades. Esto implicaría perder el componente cultural del vino vinculado a la historia, el terroir, las variedades locales y las elaboraciones tradicionales de cada zona.
Una forma de evitarlo consistiría en potenciar el cultivo de viníferas tradicionales menos sensibles al oídio y al mildiu, aunque nunca serían tan resistentes como los híbridos interespecíficos de especies americanas.
La viticultura europea, y dentro de ella la española, vivirá un debate entre el uso de variedades procedentes de cruces interespecíficos, más competitivas y con menor uso de fitosanitarios, y la conservación y potenciación de las viníferas autóctonas tradicionales. ¿Tenemos la diversidad genética suficiente (aunque en muchos casos resulte aún desconocida) como para que no sea necesario introducir híbridos interespecíficos o debemos trabajar las dos vías en paralelo?
A continuación se indica el grado de resistencia al mildiu y al oídio de las principales variedades españolas. Como puede verse, las que ganan en todos los frentes distan mucho de ser las más cultivadas y conocidas. Destacan variedades tintas del norte de España con intensidad alta de color, acidez elevada y baja producción como carrasquín, pedrol y hondarrabi beltza, variedades blancas aromáticas como la gallega loureiro, y uvas mediterráneas tanto blancas como tintas, pero de acidez muy superior a sus compañeras de zona: pampolat girat, quigat y parellada.
RESISTENCIA A ENFERMEDADES DE LAS VARIEDADES ESPAÑOLAS
Alta sensibilidad al mildiu y al oídio: Tempranillo, Garnacha Tinta, Cayetana Blanca y Cabernet Sauvignon.
Sensibilidad media a oídio y alta a mildiu: Airén, Palomino Fino y Bobal.
Sensibilidad media a oídio y mildiu: Verdejo y Pedro Ximénez.
Sensibilidad baja al oídio y media al mildiu: Monastrell.
Poco sensibles al oídio: Albillo Real, Blanquiliña, Carrasquín, Cuatendrá, Doradilla, Eperó de Gall, Fogoneu, Forcallat Tinto, Gorgollasa, Legiruela, Listán Prieto, Loureira, Malvasía Volcánica, Garro, Mansés de Tibbus, Manto Negro, Mondragón, Morrastel-Bouschet, Ondarrabi Beltza, Pampolat de Sagunto, Pampolat Girat, Parduca, Parellada, Pedral, Perruno, Petit Bouschet, Quigat, Sabaté, Santa Magdalena, Señá, Trobat, Verués de Huarte y Vinaté.
Poco sensibles al mildiu: Batista, Caiño Tinto, Carrasquín, Folle Blanch/Ondarrabi Zuri, Loureiro Blanco, Maturana Blanca, Merseguera, Ondarrabi Beltza, Pampolat Girat, Parellada y Sousón.
Poco sensibles al oídio y al mildiu: Carrasquín, Loureira, Hondarrabi Beltza, Pampolat Girat, Parellada, Quigat y Pedrol.
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