Salvador “Salva” Batlle lleva el campo y la naturaleza en las venas. Para los nueve años ya sabía conducir un tractor y con apenas 16 elaboró su primer vino con uvas de las 22 hectáreas de viña que su familia, viticultores en Rondonyà (Tarragona), trabaja en el Baix Penedès y vende a las grandes bodegas de la zona.
Podía haber optado por la continuidad en su pueblo natal, pero la inquietud por emprender su propio camino le llevaron primero a Nueva Zelanda y finalmente a Agullana, un pequeño pueblo en el Alt Empordà a 15 minutos en coche de la frontera francesa. Allí creó Cosmic Vinyaters, donde hace vinos con nombres como Libertad o Valentía, que son algunos de los valores que le inspiran.
“Yo no elegí el Empordà; el Empordà me eligió a mí,” asegura Salva, de 36 años, que en 2013 compró su pequeña bodega con una vivienda en la que vive. Cuando los lugareños se enteraron de que había un chico nuevo en el pueblo que quería hacer vino fueron a ofrecerle un par de viñas viejas -de las pocas que hay en la zona- y de allí surgió su enamoramiento con la cariñena. “Es una variedad que no ha aparecido en mi vida por casualidad”, asegura Salva. “La primera viña que descubrí en Agullana tenía cariñena blanca, cariñena tinta y garnacha gris (llamada roja en la zona) y con las tres hice mi primer vino”, explica.
Ubicada a 300 metros de altitud, a unos 20 km en línea recta del Mediterráneo, esa primera viña que alquiló es una de las más altas del Empordà. En ella hay cariñena blanca, una uva autóctona que necesita suelos pobres sin arcilla ni humedad y que es una de las grandes bazas de Cosmic. “Es una variedad fresca, con mucha acidez y estructura pero siempre ha estado maltratada. Lleva 300-400 años en esta zona pero no está reconocida por la Unión Europea”, asegura Salva, al tiempo que indica que las variedades internacionales están plenamente aceptadas en la zona. “Es una situación triste, pero desgraciadamente pasa mucho porque se toman decisiones en despachos y se olvidan de la tradición y del terruño”.
Esa es la razón por la que Valentía, el vino que elabora con cariñena blanca de viñas de 60 años, esté fuera de la DO Empordà. “Para mí no es un problema que no tenga carnet de identidad, aunque sí lo es para la DO. No se sabe ni cuántas hectáreas hay plantadas”.
Desde que llegó a estas tierras, Salva ha centrado sus energías en varias tareas: reinjertar con variedades locales las internacionales que se plantaron a partir de los 80, hacer nuevas plantaciones, principalmente de cariñena blanca, y recuperar viñas viejas abandonadas para preservar la identidad de la región. “Si en 20 años nadie planta más cariñena blanca, esta variedad se perderá”, asegura.
En esta zona, la viña solo es una parte pequeña de la economía. “La vida me regaló este trocito de tierra pero no fue eso de que llegas y te empiezan a salir hectáreas de viña vieja y abuelos que te explican como se hace”, explica Salva.
Una de las razones por las que en Agullana no hay muchos viñedos ni bodegas es que hasta mediados del siglo pasado, una buena parte de la población trabajaba en alguna de las 54 fábricas de corcho de la comarca (el alcornoque representa cerca del 45% de la superficie de árboles del Baix Empordà y un 25% del Alt Empordà). Con la llegada del tren a la costa, las fábricas se mudaron a Palafrugell y la gente se marchó. Hoy en día, solo funcionan cuatro en una zona donde el turismo es uno de los principales motores económicos.
Salva, que da mucha importancia a lo espiritual, tiene puestas muchas esperanzas en sus nuevas viñas en La Vajol, un pueblo al norte de Agullana y con viñas a 600 metros de altitud, las más altas del Empordà. Allí se escucha el canto de las cigarras y se palpa la naturaleza a gran escala. “Es una zona potente, con una energía especial, y es muy importante para el porvenir de Cosmic. Tenemos influencia del mar, sierras vírgenes y suelos de granito, que dan a los vinos una expresión afilada y pura”, explica Salva, que ha plantado variedades como cariñena blanca y gris en estas viñas cercanas a la frontera.
En esta zona de influencia mediterránea, con el Canigó (2.800 metros) como punto de referencia climatológico y geográfico de los Pirineos, el viento frío de la tramontana es un gran aliado para Salva, que trabaja sus 6,5 hectáreas de viñedo en ecológico y siguiendo preceptos biodinámicos aunque rechaza la etiqueta de natural. “Hay tanta confusión que prefiero defender mi trabajo desde el viñedo y con mínima intervención. Soy pagès y vinyater de la vieja escuela: trabajo el campo, hago el vino, lo vendo y cierro el círculo. Lo importante es la calidad de mi vino, que evolucione bien y que guste a la gente”, asegura Salva.
En su bodega, en cuya entrada reposa la estatua de un pequeño Buda, Salva fermenta una parte de sus vinos en madera y depósitos de acero inoxidable pero el recipiente de fermentación que más le gusta son las ánforas, que las guarda en una sala climatizada. “El barro es un sistema fantástico para el estilo de vinos que yo hago; aporta una buena micro-oxigenación, no transmite aromas y da mucha elegancia. Pero ojo, el vino no vale más por el ánfora. Al final, el viñedo y la uva son los elementos clave”.
Son siete los vinos que de momento tiene en su gama del Empordà, en los que busca frescor y tensión, y que nombra en función de los sentimientos que le transmiten al hacerlos. Su monovarietal de garnacha gris, una variedad sensible a la oxidación y que Salva macera con pieles durante unos días, se llama Confiança. “Fue la primera vinificación natural que hice con plena conciencia del tipo de vino que quería. Es una variedad delicada pero había que tener confianza al hacer el vino, aceptando que podía haber un error. Tiene notas cítricas y buena acidez, que es algo que yo busco. Es una variedad con gran futuro en el Empordà”, asegura Salva, que cree que podría ser excelente para hacer un vino dulce.
Otros vinos en su gama son Valentía (cariñena blanca), Paciencia (espumoso ancestral también de cariñena blanca que degüella en diciembre), Llibertat (monovarietal de cariñena tinta) y Essencia, su vino dulce de cariñena blanca que Salva define como “una combinación de extremos de azúcar y ácidos, un equilibrio de desequilibrios”.
Los últimos en incorporarse a la familia Cosmic son Les Fades del Granit, un espumoso ancestral de garnacha gris fermentado en ánforas y Encarinyades, que mezcla las tres cariñenas de una misma parcela: blanca (80%), tinta (15%) y la muy minoritaria gris (5%). “Vi la imagen de la etiqueta en mi mente y pedí a un artista que la interpretara. Es un vino difícil de clasificar, porque no es ni tinto ni blanco; mezcla la juventud de la blanca, la experiencia de la tinta y la complejidad de la gris”, explica Salva, que fermenta las tres variedades juntas en ánfora y barricas de castaño y macera la tinta con pieles y raspón para conseguir más profundidad.
Aunque se siente plenamente a gusto trabajando y viviendo en el Empordà, Salva no ha perdido el contacto con sus orígenes. De hecho sigue elaborando vinos, principalmente con variedades internacionales, en cuatro hectáreas de viña propia que tiene dentro de las fincas familiares en el Penedès más algo de macabeo de 80 años que compra a su amigo Joan. “Lo filosófico está muy bien pero la realidad hay que tenerla en cuenta”, razona Salva. “El trabajo del Penedès me permite construir lo que tengo aquí”.
Las uvas que vendimia -siempre a mano- las lleva en su furgoneta a la bodega de Agullana para vinificarlas, de ahí que los vinos no tengan denominación de origen. Con estos racimos nómadas elabora cinco vinos: Gratitud Sauvignon Blanc, “el vino que ha generado economía en casa”, proviene de una parcela a 600m en la Serra de Montmell y fermenta en acero inoxidable, barrica y ánfora; Gratitud Cabernet Franc, un vino frágil y fresco criado en ánfora y barrica; Passió Marselan, una variedad nacida de un cruce entre cabernet sauvignon y garnacha y plantada por Salva en Montmell que hace de puente de sus orígenes hacia el Empordà, Via Fora Macabeo, fermentado con hollejos y Via Fora Sumoll que “homenajean a lo autóctono y son vinos de supervivencia y alegría”.
Año a año, Salva ve como su proyecto florece. Hace poco ha estrenado una nueva nave junto a la bodega que le ha liberado de las estrecheces para trabajar y le ha permitido aumentar su producción de 17.000 botellas en 2016 a 24.000 en 2017. Ahora está ilusionado con Consciencia, su nuevo vino (2018 será la primera añada) de cariñena gris que nace en los suelos de granito de La Vajol, pero de momento no sabe si crecerá más. “Ya se verá. Como dice Pitu Roca, lo importante es crecer a ritmo agrario, y en eso estamos”.