Es bien conocida la desunión general de los elaboradores de vino españoles y su escasa capacidad para dejar de lado intereses personales en favor del bien común, pero el Primer Encuentro de Viticulturas que se celebró los pasados 15 y 16 de mayo en La Granja Nuestra Señora de Remelluri demostró que algo está cambiando en España.
Concebido como un foro que diera continuidad al Manifiesto Matador para la puesta en valor del territorio, del mundo rural y de los viñedos singulares, el anfitrión Telmo Rodríguez consiguió reunir a más de 150 profesionales y amantes del vino con altísima presencia de jóvenes –y entusiastas– viticultores. Las ponencias se animaron con dos interesantes sesiones de cata, una a cargo de los productores participantes en los paneles; otra, mucho más espontánea, abierta a las últimas creaciones de los asistentes. La notable concentración de etiquetas novedosas fue el mejor reflejo de la ebullición del vino español y del ambiente de efervescencia que se vivió a lo largo del encuentro.
En su breve discurso de bienvenida, Telmo Rodríguez dijo que nunca le había gustado la costumbre española de referirse a otros productores como “la competencia” y que Remelluri siempre ha sido una casa abierta a la cultura. Recordó una cata realizada hace años en la propiedad con vinos del Camino de Santiago españoles y franceses para la que apenas pudo seleccionar un Riscal viejo, un rosado de Navarra, una mencía de cooperativa y blancos de Valdeorras y Ribeiro. “Hoy la cata sería mucho más interesante –auguró– y, probablemente, dentro de 20 años haremos vinos a la altura de Clos Vougeot y de las laderas de Hermitage. Somos un país que no damos la imagen de lo que somos. Tenemos la responsabilidad de transformar esta imagen tan pésima que nos hemos labrado en los últimos años”.
Al igual que ocurrió en el foro del Club Matador en noviembre pasado, el evento estuvo marcado tanto por el alto nivel de los ponentes como por el de la propia audiencia, entre la que se encontraban personajes clave como Pitu Roca, sumiller del Celler de Can Roca, el productor Juan Carlos López de Lacalle (Artadi), aún en el candelero tras su salida de la DOCa. Rioja o el comerciante y distribuidor Quim Vila (Vila Viniteca)que se permitió echar un pequeño rapapolvos a los sumilleres y profesionales que debatían sobre “el tratamiento fresco y coloquial del vino en el restaurante” y les instó a reinventarse y a realizar su pequeña revolución tal y como la han hecho los nuevos productores en España.
El paso por el escenario a lo largo de los dos días de casi una veintena de productores comprometidos con sus respectivos viñedos y paisajes fue una demostración de fuerza de la enorme potencia de la viticultura en España. Desde la defensa de la conducción en cordón trenzado en el Valle de la Orotava de Suertes del Marqués y la regeneración de los viñedos de vértigo en la Ribeira Sacra por parte de Algueira, pasando por la recuperación del prestigio para una zona olvidada como Monterrei a cargo de José Luis Mateo o la vuelta al cultivo mixto de viña y árboles en Mallorca que practica 4 Kilos hasta la viticultura extrema de secano de Casa Castillo en Jumilla y la defensa del cava y el jerez como vinos de terruño que realizaron respectivamente Ton Mata (Recaredo) y Eduardo Ojeda, director técnico de Grupo Estévez y fundador junto a Jesús Barquín de Equipo Navazos.
Ojeda resumió el sentir general cuando dijo que “hay que volver a hablar de vinos de lugares y no de vinos de bodegas”.
Algunas interesantes aportaciones al debate incluyeron un resumen del trabajo del antropólogo Luis Vicente Elías para el atlas de próxima aparición que documenta la viticultura en España entre 1930 y 1950 y que puede constituir una notable fuente de inspiración para los productores actuales. Por su parte, el catedrático de viticultura de la Universidad de La Rioja, Fernando Martínez de Toda, realizó una defensa del viñedo tradicional en vaso tanto desde el punto de vista cualitativo como de producción aunque recordó que “el precio de la uva es el factor determinante de la viticultura”. Su discípulo y productor de vinos naturales en San Vicente de la Sonsierra, Pedro Balda, habló sobre la recuperación de variedades minoritarias “para sacar a la palestra uvas que hoy no están autorizadas y que nos permitirán contar con más sabores y herramientas para afrontar tanto el cambio climático como otros retos de futuro”.
El experto en medio ambiente Antonio Lucio, que ya estuvo presente en las jornada del Club Matador celebrada en Madrid, y el arquitecto Albert Cuchí insertaron la defensa del viñedo dentro del contexto más amplio de la sostenibilidad y el respeto del entorno. Cuchí recordó que las sociedades viven de la explotación del territorio y que el campo está tan construido como la ciudad, pero que “si el paisaje es feo, es porque vivimos feo y no lo estamos utilizando adecuadamente”.
Salustia Álvarez, presidente de la DOQ Priorat y único representante de una denominación de origen en el encuentro pese a que se invitaron al menos a cuatro Consejos, lamentó su presencia en solitario e instó a reflexionar sobre el papel de estos organismos: “Si las denominaciones no son garantes de origen –dijo– es que algo hemos hecho mal en los últimos 40 años”.
Los alemanes Reinhard Löwenstein y Hansjörg Renholz presentaron el modelo “terruñista” de la VDP alemana, un sistema de calificación privado del territorio que se desarrolla y afianza como reacción a la legislación aprobada en su país en la década de los 70 que clasifica los vinos en función del potencial de azúcar en mosto y no de la singularidad de sus viñedos de origen.
El crítico británico Tim Atkin tituló su ponencia “España: un caso de metathesiophobia” (el palabro quiere decir miedo al cambio) y se centró en su experiencia reciente en Rioja para afirmar que una clasificación a la borgoñona tiene pleno sentido en la región española más famosa a la que calificó como un león dormido que debe despertar. “Es estúpido no poder utilizar los nombres de los municipios”, dijo. Y añadió: “El cambio ya está hecho. Sólo hay que convencer a la gente que gobierna que lo lleve a las etiquetas. No son los políticos los que hacen grandes vinos; son los viticultores”.
Antoine Graillot, en representación del domaine creado por su padre en Crozes-Hermitage (Ródano) y Eloi Dürrbach de Domaine Trevaillon (Provenza) sirvieron de ejemplo de proyectos consagrados que triunfaron pese a desarrollarse a contracorriente, en el caso de Trevaillon fuera de denominación. Dürrbach fue especialmente elocuente al contestar a la petición de Juan Carlos López de Lacalle de que compartiera un consejo de éxito con los asistentes. “Creo en la confianza y en la intuición –dijo Dürrbach– y en que hay que tener confianza en la propia intuición. El problema es que vivimos en una sociedad de la información plagada de líderes de opinión y sujetos a las modas”. Antoine por su parte destacó que lo más importante es “crear una identidad propia”.
Tampoco faltaron voces críticas como las de Pepe Raventós que se mostró un tanto decepcionado e instó a los presentes a crear un lobby de presión y a no perder de vista lo insignificante que era su peso cuantitativo dentro del conjunto del sector. “Además de hacer buen vino, hace falta conciencia de zona”, señaló.
Luis Gutiérrez, catador de España para The Wine Advocate, que moderó una de las mesas redondas, matizó que “la zonificación no tiene sentido si no se deja de hacer vinos estandarizados pero además no vale si no demuestras que los vinos de diferentes municipios son distintos”.
Daniel Jiménez-Landi, nombre de referencia en Gredos por sus propios vinos y los que elabora con Fernando García en Comando G, alertó contra la autocomplacencia: “El cambio tiene que venir de los productores. Tenemos la responsabilidad de expresar los paisajes con honestidad y para eso hay que trabajar con el fuerte convencimiento de los grandes vinos no se elaboran sino que se cultivan. Hay que trabajar por las zonas y las zonas no se construyen con una persona sino con muchas”.
Para mí, que ayudé en el diseño de los contenidos del encuentro y soy firmante del Manifiesto Matador, fue muy interesante moderar una de las mesas redondas sobre la recuperación de oficios y la defensa del medio rural en la que los productores riojanos Arturo de Miguel (Artuke) y Roberto Oliván (Tentenublo) alertaron contra la despoblación de los núcleos rurales y la necesidad de estar al pie del viñedo para realizar un buen trabajo en campo, mientras que la pareja formada por Ester Nin y Carles Ortiz mostraron su compromiso no sólo con la agricultura ecológica y biodinámica en Priorat sino con la necesidad de dejar un mundo mejor a sus hijos.
Un elemento que contribuyó notablemente al éxito del encuentro fue el lugar en el que se celebró. La Granja Nuestra Señora de Remelluri no es solo uno de los primeros proyectos de Rioja en apostar por los vinos de terruño y de finca tras la compra de la propiedad a finales de los 60 por Jaime Rodríguez y su esposa Amaya, padres de Telmo. Este lugar situado al pie de la montaña donde los monjes jerónimos fundaron una granja dependiente del santuario de Toloño en el siglo XIV tiene una energía especial.
La familia Rodríguez ha sido tremendamente respetuosa con el entorno y el paisaje de esta propiedad que conserva vestigios de actividad agrícola desde tiempos remotos. De hecho, la propuesta de enoturismo en Remelluri consiste en descubrir la riqueza del entorno mediante distintas rutas y excursiones por las más de 150 hectáreas con las que cuenta actualmente la propiedad.
Las ponencias y mesas redondas se realizaron en la antigua sala de tinos. La cata de los productores en el jardín camino de la ermita. Fue un evento organizado en familia con Sancho, hermano de Telmo, y su compañera Ángela al frente de la coordinación y la participación de muchos miembros del clan Rodríguez que ejercieron como excelentes anfitriones.
La comida junto al viñedo (ver fotos en el slider superior) fue mágica y, sin duda, uno de los momentos estelares del encuentro. La mejor atmósfera posible para empezar a ir todos a una.
Todas las charlas y ponencias pueden escucharse aquí.