Situado en Jiménez de Jamuz (León), El Capricho es un restaurante de fama internacional por la calidad de sus carnes y la devoción con la que su propietario José Gordón busca y cría majestuosos bueyes para disfrutar de su carne en el momento óptimo. Lo que quizás no todo el mundo sabe es que todo empezó con una bodega creada por su abuelo Segundo Gordón. Primero estuvo el vino y luego la comida para acompañarlo.
Segundo plantó viñas en los terrenos más pobres y áridos del pueblo. A José, que siempre se preocupó de tener una buena selección de vinos para acompañar sus carnes y conservó las cuevas donde había elaborado su abuelo, le daba dolor de corazón ver el abandono en el que se encontraban muchas de aquellas viñas. “En algunos casos, hasta habían crecido encinas en medio de las cepas. Cuando empecé a trabajarlas me decían que estaba loco, que era mejor arrancar y volver a plantar, pero yo no quería que se perdieran esas viñas viejas. Siempre tuve la intuición y la certeza de que aquí se podían hacer grandes vinos. No es casualidad que en la zona llegara a haber 240 pequeñas bodegas”, explica.
Corría el año 2013 y aún tuvo que esperar hasta 2016 para elaborar su primera cosecha. Fueron tan solo 2.000 botellas que se vendieron casi en su totalidad en el restaurante. La terrible helada de 2017, en una zona de altitud que sufre mucho los fríos de primavera, les dejo casi un año blanco. La parte positiva es que desde mediados de agosto las temperaturas nocturnas bajan notablemente. Los mejores años han sido 2019, 2020, cuando, a diferencia de otras regiones, no hubo problemas de mildiu, y sobre todo 2021.
Con el tiempo se han ido comprando más viñedos hasta reunir una veintena de hectáreas que casi no llegan para producir 30.000 botellas por los bajos rendimientos y el tiempo que necesita cada viña para ir recuperando la producción. En 2023 se perdió casi la mitad de la producción por las lluvias en vendimias que generaron mucha botrytis.
Geográficamente, los viñedos situados en un valle estrecho dibujado por el río Jamuz, que desciende desde la sierra de Torneros hasta encontrarse con el Órbigo, un afluente del Duero, al sur de La Bañeza, el núcleo urbano de referencia en la zona. La protección del Teleno, el pico más alto de los Montes de León, ejerce un efecto protector que aleja las tormentas y genera un microclima particular con una alta insolación dentro de la marcada continentalidad de esta zona. Debido al alto riesgo de heladas, la mayoría del viñedo se cultiva con un porte muy bajo, casi rastrero, que ahora se intenta elevar para evitar la botrytis en fases finales de maduración.
La mayor parte de las parcelas están en Jiménez del Jamuz, donde se han identificado distintas zonas y tipologías de suelos como pizarras o arcillas calcáreas que marcan diferencias en la copa. También hay algunas viñas en La Bañeza, Santa Elena de Jamuz al sur y, ascendiendo por el valle, en Herreros del Jamuz y Quintana Flórez, donde se alcanzan los 900 metros de altitud. El grueso del viñedo se sitúa en torno a los 800 metros. Se trabaja en ecológico con certificación a partir de 2024.
Domina la mencía, seguida de la alicante bouschet y hay algún vino con presencia de prieto picudo. La edad media del viñedo, que también incluye variedades blancas, es de unos 80 años. Los vinos que elaboraba Segundo Gordón con estas uvas, tal y como los recuerda José, eran de poca extracción, casi más cerca de un clarete que un tinto. También usaba barricas de formato grande, que es algo que se ha mantenido en la etapa actual.
La elaboración se lleva a cabo en la localidad vecina de Herreros de Jamuz, en la bodega Fuentes del Silencio, con la que comparten enóloga. Marta Ramas señala que los vinos de El Capricho son “muy de suelo” y que tienen evoluciones muy interesantes en botella, sobre todo en boca. Cree también que la mencía del entorno de Jiménez del Jamuz es más exuberante que en las zonas altas del valle. En fermentación trabajan con alrededor del 50% de raspón y más aún en los vinos de pequeñas producciones donde pisan con los pies y trabajan con suavidad y sin mover mucho la pasta.
El tinto central del proyecto es El Chano (26 €). Fermenta en acero inoxidable y tinas de madera de 5.000 litros y se cría 12 meses en roble francés. Alrededor del 50% es mencía, junto a un 25-30% de alicante y el resto prieto picudo y palomino.
Hay un interesantísimo monovarietal de prieto picudo, La Perla (49 €, no más de 1.000 botellas), que marca un perfil elegante, especiado y complejo, con una elaboración poco extractiva que parece mucho más sensata para esta variedad. Y un parcelario de un suelo arcilloso con presencia de cuarcitas y otros minerales, Valdecedín (85 €, apenas 1.000 botellas). La producción se ha ido incrementado a medida que se recuperaba la viña, que está compuesta sobre todo por mencía, y algo de alicante bouschet y prieto picudo. Es un vino más profundo y con más estructura, un carácter terroso distintivo y textura muy fina.