A pesar de estar todavía en la treintena, Jade Gross ha probado suerte en diversos ámbitos —algunos a muy alto nivel—antes de asentarse en Rioja para montar su propio proyecto vinícola.
De padre americano y madre china, Jade nació y creció en Hong Kong. Tras estudiar políticas y relaciones internacionales en Nueva York y posteriormente un master en derechos humanos en Londres, Jade sentía que no había encontrado su camino profesional así que decidió solicitar una plaza en una conocida escuela de cocina en París tras obtener una beca de la prestigiosa James Beard Foundation. Satisfecha con la experiencia, continuó por ese camino llegando a trabajar en restaurantes como Alain Ducasse, El Celler de Can Roca o Mugaritz, donde estuvo como jefa de cocina y en el equipo de I+D. “Cuando llegué, me enamoré de la filosofía que impregna Andoni Luis Aduriz y de la jerarquía en el restaurante, más linear que piramidal, y en la que se valora lo que aporta cada uno,” explica Jade, que asegura, en perfecto castellano, que se le abrió mucho la mente a los vinos del mundo durante su etapa creando platos en Mugaritz.
En busca de un nuevo desafío tras siete años en el equipo de Aduriz y apoyándose en la vinculación del vino y la cocina, Jade, que había entablado amistad unos años antes con Abel Mendoza y Maite Fernández, decidió dejar una prometedora carrera en la alta gastronomía para empezar de nuevo desde cero y como “forastera” en el mundo del vino.
Se mudó a San Vicente de la Sonsierra, donde en 2019 compró uvas de un viticultor del pueblo, conocido de Abel, y elaboró su primer vino, un 100% tempranillo de una viña de 34 años llamado Jade Gross (800 botellas, 35 €), y que ya está agotado. “Si me dicen cuatro años antes que me iba a dedicar a esto no me lo hubiera creído. No sé hasta donde llegaré, pero sí sé que lo voy a intentar,” confiesa Jade, que está a un examen de obtener el diploma WSET.
Contenta con el resultado de su primera etiqueta, ilustrada con unas cepas que son teclas de piano (instrumento que también domina), en 2020 repitió con el viticultor de San Vicente, pero cambió la elaboración, pasando a dejar 100% raspón tras haber despalillado todas las uvas en 2019. Ambas añadas están criadas en barricas de 225 y 500 litros. “Es arriesgado experimentar pero es mi forma de aprender,” indica Jade, que ha elaborado 1.700 botellas de la añada 2020 en las instalaciones de Solagüen en Labastida con el asesoramiento del enólogo y productor Carlos Sánchez.
En 2020, Jade también compró una viña en Labastida, a unos 600m. de altitud. Está en San Ginés, una zona con suelos más profundos y fértiles que San Vicente y donde el sol sale por la tarde. Plantada con tempranillo hace 35 años, Jade todavía no sabe qué vino hará con esta parcela, aunque sí quiere trabajarla de forma sostenible. "No pretendo hacer grandes vinos, sino aportar mi propia interpretación del territorio y con mucho respeto a la gente que me ha acogido”, indica Jade, que vende su producción en España, a través de Unicorn Wines, así como en Hong Kong y probablemente pronto en Tokio y Suecia.