Elena Pacheco es la menor de cuatro hermanas y tercera generación en el negocio de producción de vino iniciado por su abuelo Francisco y continuado por su padre Paco. Cree que es la que ha tenido más oportunidades en la familia, entre otras cosas porque tras su nacimiento, se hizo evidente que ya no llegaría el deseado varón y su padre acabó volcando en ella todo su conocimiento sobre el campo y el negocio del vino.
Elena estudió económicas, pero cuando decidió hacerse cargo de la bodega familiar redirigió su formación hacia el vino. El negocio en el que aterrizó fue el del vino a granel, así que su primera contribución importante fue dar el salto al embotellado. Fue en la cosecha 2002 con un vino que llevaba el nombre de su padre.
Como en muchas bodegas de Jumilla, el granel sigue siendo parte de su actividad. La exportación es un capítulo especialmente importante (65% del total) con un producto central muy claro: vino embotellado ecológico y sin madera y ahora poco a poco también en bag-in-box. Los vinos con crianza, entre los que destaca el Familia Pacheco Selección para Paco (11 €) que rinde tributo a la figura de su padre, tienen mayor predicamento en el mercado regional.
Viña Elena está situada en el paraje del Estrecho de Marín, el típico valle jumillano encajonado entre pequeñas montañas. Esta es la zona más meridional y de menor altitud de la DO (en torno a unos 400 metros). La bodega cultiva cerca de 100 hectáreas de viñedo de las que unas 47 son arrendadas y el resto propias.
Su visión más terruñista se integra dentro del proyecto Bruma del Estrecho de Marín, una línea de vinos específica que Elena Pacheco elabora desde la cosecha 2014 junto con el asesor y distribuidor Isio Ramos. La producción de todas las referencias es de apenas 55.000 botellas y el objetivo es enseñar distintos terruños de Jumilla haciendo hincapié en el carácter de los suelos, la altitud o la edad del viñedo. La idea aquí es servirse cada vez más de uvas propias o colaborar con viticultores con los que tienen una buena sintonía.
En la mayoría de los casos trabajan con viñedos en pie franco. Para Isio Ramos, la plantación directa ofrece un mayor equilibrio en cuanto a concentración y acidez, son las cepas que más vigor tienen en los años difíciles y de mucho calor, y las que mejor completan el ciclo. Ramos también destaca las grandes diferencias entre el material vegetal antiguo y los clones que llegaron en la década de los 2000, más productivos y de racimos más compactos. De ahí que realicen las nuevas plantaciones con material vegetal de sus vinos e injerto en campo.
En elaboración están recuperando todo lo viejo, incluidos los depósitos de hormigón del abuelo, que les permite afinar los vinos, dejarlos muy limpios e incluso, señalan, madurar notas vegetales.
La gama arranca con Paraje Marín (6,50 € en España, 20.000 botellas), un ensamblaje de parcelas de monastrell cultivadas en ambas laderas del valle donde se ubica la bodega y en el que se busca compensar las zonas más soleadas (oeste) con las más frescas y umbrías de la ladera opuesta. Con carácter de fruta en licor, el trabajo en hormigón afina mucho la textura haciéndola muy accesible y amable.
El resto de los vinos son parcelarios procedentes de distintos puntos de la denominación. En la zona alta trabajan desde la cosecha 2015 con dos hermanos viticultores propietarios de dos parcelas ubicadas en Tobarra (Albacete).
Vereda (2.500 botellas, 18 €) es un viñedo con dos suelos radicalmente diferentes a la vista, de colores blanco y rojo. Al principio lo vinificaban todo junto, pero desde la cosecha 2017 se centran solo en la parte calcárea y dejan fuera la arcilla. Es un viñedo en pie franco de casi 50 años a 670 metros de altitud y donde la planta sufre mucho porque la tierra filtra mucho el agua. “La frescura está en la salinidad”, señala Elena. El vino, potente y maduro, con el paladar un tanto achocolatado y con recuerdos de algarroba, se distingue por su textura muy fluida. La crianza se realiza en barricas de 500 litros.
A una altitud ligeramente mayor (710 metros), Particiones (3.000 botellas, 15 €) es un viñedo de dos hectáreas en pie franco de algo más de 50 años plantado sobre un suelo calizo con bastante piedra, lo que facilita el drenaje y la retención de humedad. Se distingue porque hay bastante uva blanca y algo de moravia que, desde la cosecha 2020, se vinifican conjuntamente con la monastrell dando lugar a una especie de clarete, y por sus taninos tizosos.
El vino “de casa” es Parcela Mandiles (1.200 botellas, 24 €). El viñedo, ubicado en el Paraje Marín, se plantó hace casi 70 años en pie franco en un suelo complejo que combina arenas, piedra caliza y arcilla. Con la fruta en licor propia de estas latitudes, sorprende la elegancia y finura del tanino. Es, indudablemente, el top de la gama.
Desde 2016 se elabora además un airén con pieles (1.700 botellas, 15 €). De la gama inicial se han abandonado Las Chozas y Navajuelos, tintos de paraje y parcela respectivamente que, al proceder de viñedos de terceros, les resultaba difícil controlar como querían. 2018 fue la última añada que salió al mercado.
La bodega alberga alguna joya como un par de viejos barriles con soleras dulces de herencia familiar que Elena sigue mimando. Ahora, su mayor preocupación es poder transmitir el cariño por el campo que le inculcó su padre a la siguiente generación que ya empieza a hacer sus pinitos en la bodega.