Una de las grandes fincas de la denominación, debió formar parte del llamado “Priorat histórico” que estuvo bajo el control de la cartuja de Escaladei hasta la desamortización de Mendizábal en 1835. En su historia reciente ha pasado por las manos de tres familias, los Gil Borrás, los Barril y sus actuales propietarios, los Rovira Carbonell, y, de un modo u otro, todos ellos han conservado y alimentado su potencial vitícola.
La recopilación documental que ha realizado Marta Rovira, su actual cabeza visible, ha permitido reconstruir el pasado de la propiedad y sus principales hitos. Para ella, la clave es que hace 150 años alguien se diera cuenta de que este lugar era un punto estratégico. En Mas d’en Gil confluyen la garbinada, la brisa marina que refresca el ambiente en la fase de maduración y los vientos más fríos del nordeste. La mayor parte del viñedo está plantado en orientación este o noreste, de modo que la garnacha se libra del sol potente de la tarde y evita la calidez que se podría esperar en una latitud meridional dentro de la DOQ. El tercer ingrediente viene de la riqueza de los suelos; además de pizarra, hay terrenos arcillosos, arenosos, y pedregosos en el fondo de valle y de los barrancos.
Cuando en 1860 Francesc Gil Borràs, un emprendedor de Reus que contribuyó notablemente a impulsar la agricultura en la provincia de Tarragona, adquirió la propiedad y le dio su nombre, debía de tener unas 120 hectáreas de viña. Bajo su dirección se embotellaron vinos y se consiguieron reconocimientos en ferias internacionales. En 1931 cambia de manos y de nombre. El ingeniero Rafael Barril Figueras edificó una vivienda y continuó la tradición de plantar olivos en las lindes. Sus descendientes vendían las uvas hasta que en 1980 les propusieron realizar una selección para un club de vinos y a partir de ahí dieron el salto al embotellado y a la exportación. En un momento en que el rioja era el tinto de referencia español, las etiquetas de esta casa especificaban al dorso que los vinos del Priorat eran naturalmente maduros y que no necesitaban criarse en barrica.
Los Rovira Carbonell, una familia del vino del Penedès con actividad exportadora y participación en su día en Cavas Hill, marca la etapa moderna de la propiedad. Tras su adquisición en 1998, le devuelven su nombre original, recuperan viñas y olivos, restauran la bodega, edifican una nave de crianza y establecen una nueva gama de vinos con un foco muy claro en la exportación (la segunda generación habla con soltura inglés, francés y alemán) a la que se destina el 90% de la producción.
La llegada a la dirección de Marta Rovira en 2008 marca el salto hacia la biodinámica, un trabajo aún más específico en viña al pasar de 35 a 53 parcelas vinificadas por separado, y la búsqueda de vinos más frescos y verticales cosechando unos 10 días antes de lo que se hacía anteriormente.
Ahora mismo, la finca cuenta con 125 hectáreas; 55 son de bosque, 15 de olivos y 35 de viña. Cuando llegaron los Rovira había 25 hectáreas de viñedo viejo y plantaron 10 más. Está todo certificado en ecológico, pero no han dado el salto a Demeter por la dificultad de trabajar en biodinámica todos los cultivos de la propiedad.
También se busca respetar las características de cada parcela. Por ejemplo, han renunciado a hacer poda en verde en un viñedo de orientación fresca que daba naturalmente una uva más gorda y con carácter de fruta roja. Ahora lo destinan a su vi de vila Bellmunt (17 € en España), un tinto fluido, frutal y perfumado que se cría en cemento y que, en cierto modo, recupera la filosofía de los vinos maduros de Masía Barril. Son viñas plantadas entre 1996 y 1998 en suelos de pizarra. Su equivalente blanco es un coupage de garnacha blanca con alrededor del 30% de macabeo y un 10% de viognier que plantó Pere Rovira a su llegada a la finca.
La producción total asciende a unas 100.000 botellas. En la finca diferencian varias áreas o pequeños valles cuya personalidad se transmite a los vinos. El tinto Coma Vella y el blanco Coma Alta, por ejemplo, son la expresión del valle de la Coma, una zona de suelos de pizarra con arcilla bien expuesta a la garbinada. El primero se apoya en la garnacha tinta y se complementa con porcentajes menores de cariñena (20%) y syrah (10%). El segundo es una garnacha blanca de una viña plantada en el año 2000. Se comercializó como Coma Alta hasta 2018 y a partir de entonces como Coma Calcari en alusión a un suelo muy raro en la zona. El precio de ambos vinos está en torno a los 29 €.
En la parte más alta de la gama se sitúa otra pareja de vinos elaborados con los viñedos más viejos de Mas d’en Gil. Tienen la categoría de viña clasificada (de hecho, ya eran vino de finca en la etapa previa a la actual clasificación). El rotundo tinto Clos Fontá (60 €) tiene algo más de garnacha que cariñena, mientras que el profundo Coma Blanca (43 €) es una combinación de macabeo (60%) y garnacha blanca (40%) de viñas plantadas en 1945. Gracias a la existencia de estos viñedos, la bodega ha sido un referente en la elaboración de blancos en la zona y les ha concedido siempre un peso importante en su portfolio. Otro elemento que beneficia a la casa es el hecho de que los vinos salgan al mercado con más tiempo de botella que lo habitual en la zona, lo que contribuye a realzar su complejidad.
En los mejores años, cuando garnachas y cariñenas confluyen en la calidad más elevada, se elabora Gran Buig robando algunas de las uvas destinadas a Clos Fontá, pero sin perjudicar la calidad de este último. Hasta la fecha se ha hecho en 1993, 2004 y 2016. Marta matiza que, en Priorat, las grandes añadas de garnacha necesitan que no haya exceso de calor en agosto para conseguir finura y perfume, mientras que la cariñena gana enteros cuando no llueve en septiembre. Su preferencia natural va hacia la garnacha, que es quizás la variedad que mejor se expresa en la finca y con la que está trabajando para elaborar un gran monovarietal de próxima aparición en el mercado.
En la cosecha 2017 en el caso de los tintos y en la 2018 los blancos, la imagen de la gama se homogeniza en botella borgoña y con etiquetas inspiradas en las antiguas presentaciones de Masía Barril.
La propuesta de enoturismo incluye un paseo por la finca, la cata de tres vinos, uno por cada escalón de la gama, además del aceite de sus propios olivos y su vinagre de solera.