Nacido en 1986, Carmelo lanzó su proyecto Bien de Altura con 30 años y un objetivo claro: relanzar el potencial vinícola de Gran Canaria y recuperar la gran cantidad de viñedo viejo que se está abandonando a pesar de la paradójica escasez crónica de uva que sufre la isla, que cuenta actualmente con unas 200 hectáreas de viña y unos 100 productores en activo, la mayoría para consumo propio.
Pese a su juventud y a la ausencia de tradición familiar, Peña tiene una sólida experiencia en el mundo del vino. Estudió ingeniería química pero como su sueño era tener un restaurante, decidió compaginar la carrera con un curso de restauración profesional y después otro de sumillería. Con el gusanillo del vino ya en el cuerpo, Peña se matriculó en enología en la Universidad Rovira i Virgili donde coincidió con Luis Pedro Cândido da Silva (hoy enólogo en Niepoort y miembro de la familia propietaria de Quinta da Carolina), quién le convenció para hacer allí una vendimia. La experiencia con Dirk Niepoort le gustó tanto que acabó quedándose en el Douro dos años. Tras un periodo en el Bierzo trabajando con Raúl Pérez, volvió a Gran Canaria donde entró en contacto con Cristina Millán, propietaria de la bodega de vinos ecológicos San Juan en Santa Brígida, donde es asesor y en cuyas instalaciones elabora sus vinos.
Como ocurre en otras islas del archipiélago, hacerse con viñedo en propiedad en Gran Canaria es prohibitivo así que Peña se conforma de momento con comprar uva de viticultores locales y arrendar unas 1,5 hectáreas. La zona que a él le gusta es San Mateo, en el noreste de la isla, donde trabaja con viñedo viejo en pronunciadas pendientes y cultivado entre 1.100 y 1.460 metros de altura. Allí sopla el viento fresco y húmedo del noreste, y a diferencia del viñedo que hay más al sur o en cotas más bajas como Bandama, la zona tradicional de cultivo, las vides se pueden cultivar en secano. Además, como en San Mateo el mar de nubes se mantiene por debajo de las viñas, solo necesitan un par de manos de azufre. En las parcelas que miran al norte, la orientación preferida de Peña, vendimia hasta 12 días más tarde y con dos grados menos que las orientadas al sur. La uva se saca en cajas y por un sistema de raíles con motor, parecido al sistema utilizado en Ribeira Sacra.
Empezó en 2017 con sus vinos de isla, un blanco y un tinto que se llaman Ikewen, palabra cuya pronunciación en la lengua amazigh de los bereberes quiere decir origen. Sus etiquetas, con las fotos de unos pies tras pisar uva en vendimia, no dejan a nadie indiferente.
Ikewen tinto es una mezcla de tres parcelas en un paraje llamado Lomo de la Sepultura en San Mateo con más de 80 años de edad en las que domina la listán negro, con algo de listán prieto y un popurrí de variedades blancas autóctonas con diferentes orientaciones. Cada parcela se vinifica por separado con maceraciones de 40-45 días y una parte de raspón que pisa con los pies una vez al día “para intentar sacar el tanino por la maceración y no por la extracción y conseguir profundidad pero haciendo un vino ligero”. Con grado alcohólico bajo y fácil de beber, sin filtrar ni clarificar, consigue un vino fresco y muy elegante, con un perfil diferenciado de las listanes de Tenerife o Lanzarote. Se elaboran unas 3.400 botellas (unos 23 €), que se venden en Canarias, la península, Estados Unidos e Inglaterra. La única barrica que elaboró de Ikewen blanco 2019, que está bajo velo de flor, continúa todavía criándose en bodega. A partir de la añada 2020, que fue muy buena según Peña, la producción de Ikewen ha crecido a unas 2.000 botellas.
Peña, que aboga por que la administración local cree un banco de tierras para fomentar la relación entre propietarios de viñas y gente que las quiera cultivar, está siempre a la búsqueda de viñas buenas en San Mateo. Sin no pocos esfuerzos, ha conseguido ayudar en el cultivo de la Viña de La Lechuza, una preciosa finca con aspecto de jardín de los enanitos con naranjos, ciruelos y cepas de 120 años de listán negro, tintilla, vijariego negro, vijariego blanco, y alguna moscatel. Con todas estas uvas, excepto la moscatel, elabora un vino tinto llamado Tidao (unión, en amazigh, 800 botellas, unos 30 €). La vinificación, con una parte de raspón y largas maceraciones, es bastante complicada, ya que separó las pendientes de los llanos para aplicar los conocimientos de los suelos que aprendió con Pedro Parra en Chile. Tras una crianza durante unos ocho meses en tres barricas de Niepoort, el perfil del vino es más serio que Ikewen y tiene capacidad para envejecer.
Otro de sus últimos “rescates” es un vidueño en pie franco de 110 años. Llevaba tanto tiempo sin trabajarse que los margullos se han ido haciendo ellos solos, en un ejemplo de supervivencia al medio. Orientado al norte y a 1.200 metros de altitud, cuenta el dueño que algunas de las cepas se trajeron de Cuba. Tras una poda tan concienzuda como laboriosa, su idea es plantar algo de blanco para asegurarse el abastecimiento todos los años y estudiar el suelo volcánico degradado en arcilla que cubre la empinada pendiente de la viña. Todo este trabajo lo hace con la viña arrendada, pero de momento sin opción a compra. “Yo no sacaré uva de aquí hasta dentro de tres años, pero no podemos dejar que esto muera,” razona Peña. “No hay ayudas para conservar este patrimonio aunque sí para convertir esto en espaldera. Ante la realidad hay que resignarse pero también hace falta la valentía de creer que este es el camino y que alguien tiene que trazar las marcas para que otros sigan”.
Peña, que elaboraba hasta 2021 los vinos de Puro Rofe en Lanzarote, tiene un pequeño proyecto llamado El3mento con su buen amigo Luis Pedro. Juntos hacen dos vinos, uno en el Douro y otro en Gran Canaria, ambos con fermentaciones espontáneas, maceraciones largas y de viñedos viejos en altura. Elaboran unas 1.000 botellas de cada uno a un precio de unos 35 €).
Además de sus asesorías y aunque en Bien de Altura se encarga desde la viticultura hasta las facturas, Peña ha encontrado algo de tiempo para empezar a construir su web para lo que cuenta con varios artistas de la isla que le están ayudando a contar la historia de Gran Canaria a través del vino.