Es uno de los productores más clásicos de Getaria y figura entre los fundadores de la DO en 1989. La bodega se erige en el barrio de San Prudencio junto al caserío familiar edificado en 1923 por el bisabuelo José Antonio. Los jóvenes hermanos Joseba, en tareas de dirección y marketing, y Urtzi, al frente del viñedo, son la cuarta generación de la familia Lazkano implicada en la elaboración de txakoli. Toman el testigo de su padre Nicolás. Su madre, Mariángeles, sigue haciendo las entregas al volante de su furgoneta.
Los Lazkano están orgullosos de su tierra, su paisaje y sus tradiciones. Joseba relata a las visitas cómo, en tiempos del abuelo, los compradores, casi siempre sociedades gastronómicas, hacían la ruta de las bodegas catando de los toneles y marcando con tiza el vino que adquirirían finalmente. Es la misma tradición del txotx que se seguía con la sidra, la otra bebida fuertemente arraigada en la región. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Las graduaciones de los vinos solían ser muy bajas y las uvas podían pasar de estar verdes a pudrirse. “Ahora llueve tanto como antes, pero se está perdiendo el sirimiri (lluvia fina típica del norte), tenemos más días de sol y más maduración y azúcares en la uva”, señala Joseba.
La mayoría de los viñedos se pueden recorrer dando un paseo por los alrededores de la bodega. La familia cultiva 23 hectáreas, casi todas propias y en un 80% con el emparrado tradicional. Solo tres parcelas están situadas al otro lado del monte Gárate, que para ellos marca una zona de maduraciones más elevadas y menos expuesta al salitre de la brisa marina. La joya de la corona son cuatro hectáreas de cepas muy viejas en pie franco, la mitad de ellas centenarias. Apuestan por la viticultura integrada (a Urtzi Lazkano el uso de productos químicos le produjo asma) y les gustaría poder plantearse el cultivo ecológico, pero consideran que las condiciones climáticas de la zona lo hacen muy difícil, a lo que se añade la falta de separación con las parcelas de otros viticultores.
En elaboración trabajan con levadura autóctona salvo en añadas difíciles en las que pueden surgir complicaciones, fermentan a baja temperatura y embotellan a cero grados para conservar el carbónico.
Producen unas 130.000 botellas anuales. La mayor parte se va a su Gaintza básico (10 €), un blanco que suele estar por debajo de los 12% vol. y que combina hondarrabi zuri con un 10% de izkiriota (gros manseng) para ayudar a moderar la acidez. Es un txakoli clásico, ligero, con carbónico, viva acidez y notas cítricas y de manzana verde. Aitako (16 €, 10.000 botellas) procede de una de sus parcelas de viñas viejas. Prensan la uva blanca con las pocas cepas de tintas intercaladas en el viñedo y una pequeña parte (8%) que se plantó con chardonnay. El vino, que se cría con lías durante 12 meses en depósitos de acero inoxidable, conserva el estilo con el punto de carbónico, pero es más complejo (floral, heno, marea baja) y concentrado. En ambos casos, el toque distintivo son las sensaciones salinas y de mar que remiten directamente al pintoresco paisaje de la localidad. La familia elabora también un rosado, Gaintza Roses (15 €), de producción limitada, con cantidades parejas de hondarrabi beltza y hondarrabi zuri.
La propuesta de enoturismo incluye una tienda que abre a diario, un pequeño hotel con seis habitaciones junto a la bodega, catas acompañadas de productos locales como la anchoa o el bonito del norte y, entre marzo y mayo, la posibilidad de rememorar la tradición del txotx probando el vino de depósito y disfrutando de un menú tradicional.