Gran pionero de la exportación en Rioja y con amplia experiencia comercial, Miguel Merino comenzó a elaborar sus propios vinos en 1994 -una grandísima añada en Rioja-aunque no llegaron al mercado hasta 2001 mientras compatibilizaba su sueño con el trabajo para otras compañías de la región como Cvne o Vivanco.
AArregló una vieja casona en ruinas en Briones, amplió la zona de elaboración en un costado del edificio y plantó un jardín de viña desde el que se divisa la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción coronando este bello pueblo riojano. Fue el propio Pedro Vivanco quien le apoyó y le alertó de que la casa estaba en venta.
Hombre cercano y de gran personalidad, Merino era un buen contador de historias. Explicaba la selección de uvas en su bodega diciendo que las que se descartaban iban al “infierno”, las del “purgatorio” a los vinos para casa y solo las del “cielo” se utilizan para la gama de vinos Miguel Merino.
Tras su fallecimiento en 2021, su hijo Miguel, periodista de formación con experiencia en bodegas de Rioja como Gómez Cruzado y su mujer Erika, que gestiona la comunicación y las visitas, han tomado el relevo para paulatinamente ir imprimiendo su sello a los vinos y lanzar alguna referencia nueva.
Hoy Miguel Merino elabora unas 55.000 botellas. El 95% se vende fuera de España en una treintena de mercados. Estas cifras de exportación tan poco habituales en Rioja son en parte el resultado de los excelentes contactos internacionales de la familia, pero también de las dificultades iniciales para vender vinos de precio relativamente elevado en el mercado nacional.
En campo, trabajan unas 40 parcelas que suman 14 hectáreas, ocho propias y el resto alquiladas, repartidas por distintas zonas de Briones.
De sus viñas más jóvenes plantadas en los 90 y 2000 en Briones, nace Miguel Merino Viñas Jóvenes (18 €, 16.500 botellas). El vino, una mezcla de Tempranillo y Graciano criado en barricas usadas durante 12 meses, destaca por su refrescante fruta fresca y notas especiadas y su amabilidad en boca.
La gama clásica incluye dos reservas, el más fresco Vitola (25€, 7.000 botellas), de viñedos de tempranillo plantados en laderas con orientación noroeste en 1973 que Miguel cada vez lleva más a su terreno y el Miguel Merino (30 €, 6.000 botellas) que se elabora con viñedos de entre 50 y 60 años de exposiciones sur y suroeste y se cría en roble francés. Hay también un Gran Reserva (35€, 2.000 botellas) algo más austero que también tendrá su pequeño afinamiento, sobre todo desde que se han hecho con una viña en Bigorta, paraje cercano al río casi en el límite con Labastida con la que espera aportarle un toque aterciopelado.
La principal aportación de la segunda generación ha sido el desarrollo de la gama de vinos parcelarios y una evolución del estilo hacia los perfiles sutiles y elegantes que le gustan a Miguel. Es lo que ha ocurrido con el Mazuelo de la Quinta Cruz (38 €, unas 4.000 botellas), una de las etiquetas más emblemáticas de la bodega, que procede de una viña, plantada en el Monte Calvario sobre suelos aluviales muy pobres y con abundante cascajo.
En los últimos tiempos se ha añadió a la gama un blanco (3.800 botellas, 38 €) de fermentación y crianza en barricas de 500 litros de roble francés. Está elaborado con viura de su viñedo de Mingortiz y un 20% de garnacha blanca plantada en 1946 en La Loma.
Otra novedad desde la cosecha 2019 es el evocador y envolvente parcelario de garnacha La Ínsula (50 €, unas 600 botellas), que procede del paraje La Isla, situado junto al Ebro y cuyos suelos arenosos han permitido el desarrollo de vides en pie franco.
La Loma (55 €, 5.500 botellas) es la joya de la corona. Originariamente formaba parte de Unnum, el antiguo top de la bodega, pero se ha elaborado por separado desde 2015. Es un viñedo en ladera en la zona de confluencia de los suelos arcillosos que vienen de Rodezno y la caliza de la Sonsierra, con una capa de argílico que almacena lo que se va descomponiendo del suelo y retiene el agua. El vino, que destaca por su elegancia y textura refinada, es casi todo tempranillo con alrededor de un 12% de garnacha que aporta un toque fragante y sutil.
La bodega admite visitas en pequeños grupos previa reserva.