Aunque Beatriz Herranz y Félix Crespo son quienes trabajan ahora los viñedos y elaboran los vinos, la historia de Barco del Corneta se nutre de las viñas que el abuelo de Beatriz tenía en el municipio vallisoletano de La Seca. Allí, en el paraje de Cantarranas, a más de 700 metros de altitud, se encuentran las cinco hectáreas y media de viñedos familiares junto a un pinar que da nombre al proyecto y que servía de lugar de reunión para la familia en las fiestas de vendimia. Cultivadas en ecológico y sin riego, las viñas de verdejo se replantaron en 2008 en suelos de arena y cantos rodados con arcilla y caliza en las capas más profundas.
María Antonia Sanz, la madre de Beatriz y ayudante ocasional en el viñedo desde que se jubiló como profesora de instituto, explica que en esta zona ha habido viñedo desde el siglo XI. El de la familia de María Antonia se replantó en 2008, cuando Beatriz estudiaba agrónomos y enología. En la universidad aprendió la teoría, pero donde realmente se curtió fue en Gredos participando en un proyecto de recuperación de viñedos de garnacha en Cebreros del que surgió el vino La Fábula. Allí también trabó amistad con el enólogo Félix Crespo, quien se acabó uniendo a Barco del Corneta en 2016.
Beatriz regresó a La Seca en 2013 pero su primera vendimia en la zona la hizo en 2010. Allí nació Barco del Corneta (15.000 botellas, 17 €), un verdejo limpio, austero y con una personalidad que poco tiene que ver con los vinos tecnológicos que son una de las señas de identidad de la zona. Para su elaboración vendimian a mano en cajas, prensan la uva sin despalillar, utilizan levaduras autóctonas y dejan el vino en barricas usadas con las lías en suspensión durante unos ocho o nueve meses. No sólo han conseguido un vino de gran precisión y volumen, sino que una cata de su 2013 en 2021 demuestra que el vino tiene una buena evolución.
Cucú (50.000 botellas, 9,50 €) es su vino más accesible. Parte de las uvas proceden de La Seca, con más estructura, y parte las compran a un viticultor que trabaja en ecológico en Segovia, una zona que les gusta por su frescor. Debido a la creciente demanda, Beatriz y Félix ampliaron la producción desde la añada 2016. El 50% de Cucú fermenta y se cría durante ocho meses en barrica de roble francés de 300 litros y la otra mitad se elabora en depósitos de acero inoxidable.
La Sillería (1.600 botellas, 24 €) es su tercer monovarietal de verdejo, procedente de 0,80 hectáreas de viñas de más de 100 años situadas en Alcazarén, una zona con suelos de arenas eólicas en la periferia de la DO Rueda a unos 750 metros de altitud. La Sillería (antes llamado Casio) fermenta en barricas de 500 litros durante un año antes de criarse con sus lías durante 12 meses, con lo que consigue una gran finura, persistencia y profundidad. Es parte de una trilogía de vinos llamada Los Parajes del Infierno que también incluye Las Envidias (antes llamado Bruto, 1,000 botellas, 22 €), un palomino de viñas viejas fermentado en barrica y bota jerezana con velo de flor durante 24 meses, y Judas (700 botellas, 22 €), una viura de una finca de 0,45 hectáreas en Villanueva de Duero trabajada en ecológico desde 1987 y que fermenta de manera espontánea en barricas de 600 litros y cría sobre sus lías durante 12 meses.
Es un proyecto de recuperación que Beatriz y Félix quiere llevar a cabo con viticultores locales y variedades que llevan implantadas mucho tiempo en la zona y que en muchas ocasiones nacen de viñas que han estado abandonadas.
Desde 2014 trabajan en otro proyecto en Arribes del Duero, en la frontera con Portugal. Allí elaboran Prapetisco (2.000 botellas, 14 €) un monovarietal de tres parcelas de 80 años de la variedad juan garcía que hincan sus raíces en suelos de granito y cuarzo a 670 metros de altitud. Este tinto fermenta en depósitos de acero de 1.000 litros con la uva entera, sin despalillar, donde hace la fermentación alcohólica en frío y sin apenas extracción. Tras la maloláctica en barricas usadas, Prapetisco se cría con sus lías durante un año.
Desde sus comienzos vinificaban en una pequeña nave industrial que hacía las veces de bodega en Medina del Campo pero en 2019 Barco del Corneta dio un salto considerable al mudarse a una bodega tradicional en La Seca con un espacio subterráneo donde crían los vinos. A pesar de haber mejorado las instalaciones, el trabajo de Beatriz y Félix con sus vinos sigue siendo artesanal y muy personal, por eso prefieren trabajar fuera de la DO Rueda y utilizar la contraetiqueta de Vino de la Tierra de Castilla y León.